Una lección de democracia
Por allí anda rodando la propuesta de convocar a un referendo a los fines de
revocar el paquete de leyes que el gobierno nacional pretende imponer a
última hora, amparado en una ley habilitante ya sin efecto. Tal medida es no
sólo conveniente para el bienestar del país, sino que lo es aún más para la
supervivencia del gobierno nacional. ¿Por qué? Bueno, sencillamente, porque
el actual gobierno venezolano, encabezado por el Sr. Hugo Chávez Frías,
necesita, con carácter de urgencia, una lección de democracia y tolerancia.
¿Quién mejor que el mismo pueblo para dársela?
Sin duda alguna, no se requiere de mucha inteligencia para entender las
razones por las cuales este conjunto de leyes debe ser revocado. Primero,
por el carácter autoritario en que fueron concebidas. En una democracia, las
leyes deben ser el producto del mayor consenso posible. Es más, cuánto más
sensible sea la sociedad a los efectos de una ley, más consenso debe
buscarse para promulgarla. En cambio, estas leyes son fruto de la soberbia y
del cenaculismo.
Segundo, la trascendencia de los temas tratados en dichas leyes ameritan un
tratamiento más serio y menos improvisado. Un buen ejemplo es la Ley de
Tierras. El fuerte ingrediente comunistoide de la legislación impulsada
desde Miraflores es un ejercicio de anacronismo irresponsable, amén de ser
una provocación a la paz y a la estabilidad de la República. Es claro que la
intención del gobierno nacional no es otra que someter al venezolano a ese
estado de permanente chantaje común a todo régimen extremista. Ciertamente,
y esto dedemos tenerlo bien claro todos en Venezuela, existe sólo un paso
entre el sometimiento de la propiedad individual al capricho político y el
sometimiento de la conciencia. Al contrario de lo que se vende, con ello no
se busca imponer la igualdad y la justicia, sino la esclavitud física y
espiritual.
Ahora bien, hay otra razón por la cual esta idea es digna de todo nuestro
apoyo. Todos sabemos que en 1998 Hugo Chávez fue elegido por la voluntad
democrática del pueblo venezolano. Aunque las consecuencias de esa elección
aún son tema de discusión y controversia, nadie puede poner en duda su
legitimidad. Ese año, ese 6 de Diciembre de 1998, el pueblo venezolano le
dio una lección de civismo y madurez democrática al liderazgo que desde 1958
había dirigido los destinos del país. Una lección que el nuevo presidente
debió haber tenido presente todo este tiempo; pero que, obviamente, no ha
sido así. Esa lección, no obstante, es simple. No puede ejercerse el poder
dentro de una sociedad democrática sin que medie una actitud de sincero
pluralismo y de tolerante respeto hacia todos los sectores que la componen.
Ejercer el poder bajo un régimen de libertades y tolerancia requiere
coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Requiere comprender que
ese poder debe compartirse y, de ser necesario, cederse cuando la voluntad
de la mayoría así lo exija.
Hoy, de nuevo, el pueblo venezolano tiene la oportunidad, quizás por última
vez, de instruir a sus líderes en torno al significado real de la
democracia. Es una lección que tanto los miembros del gobierno como nosotros
necesitamos. Los primeros, para que entiendan de una vez por todas que el
mandato que recibieron de los venezolanos no es una patente de corso para
hacer con nuestras vidas lo que le dicte su voluntad o capricho. En cuanto a
nosotros, para reafirmar el sentimiento que inspiró nuestra decisión del 6
de diciembre de 1998, nuestro deseo de ser una nación próspera, libre y
democrática.