Una escuela de cuadros
En la más reciente emisión de su programa dominical de variedades, Chávez Frías largó varios golpes de ese cinismo insondable que lo caracteriza. Por ejemplo, habló de debate ideológico y de guerra psicológica para recibir – ¿quién osa dudarlo? – los aplauso de la galería.
Jamás ha discutido ni permite que se discuta, proyecto político alguno por más que se encuentre cursando en las alturas del poder. El llamado socialismo del siglo XXI es una incógnita total que únicamente él y sólo él, puede despejar de acuerdo a los mandarriazos de sus improvisadas lecturas (de las cuales tenemos una legítima sospecha: se duerme en la tercera página de no poco de los ensayos que publicita).
Y como mucho desenfado, en su “Aló…”, se permite disertar sobre la necesidad de elevar el debate ideológico, denunciando los chismes, las intrigas, las descalificaciones que anidan en el PSUV: “no nos pongamos discutir pendejadas”, expresó textualmente. Fácil de suponer, anunció que pondría al frente de la escuela nada más y nada menos que al presidente de Fundayacucho y familiar muy cercano, por cierto, dejando constancia de la desinhibida (e ininvestigable) fusión de Estado y partido.
Ha ocurrido en estos diez años: no hay debate, ni lo habrá. Lo que llaman tal cosa, es pura, densa, brutal, incalificable, desmedida, hueca y agresiva propaganda, en claro desafío al sentido común de los que – además – resultan compañeros de ruta del gobierno, por lo que no puede esperar otra cosa que un negocio más de la revolución: adoctrinar, hacer cursos, imprimir, grabar, por cuenta del erario público.
Algo propio de un partido presupuestario, de contratistas, de grandes burócratas que deben buscar alguna justificación para su preeminencia. Sin embargo, el problema – estimamos – radica en la oposición, pues, beneficiado el relacionamiento con el Estado al ritmo de la desocialización política el resto de la sociedad, ella no da un combate ideológico convincente, teme denunciar el marxismo acomodaticio y mandrakista del chavezato y quizá porque la oposición misma se vería interpelada.
Hay esfuerzos aislados, pequeños, infructuosos, ociosos, en la formación política de los sectores de la oposición que no se corresponden con la descomunal amenaza gubernamental, masiva y despiadada. La discusión de los problemas fundamentales del país, la retransmisión de los principios y valores de la democracia que – en nuestra modesta interpretación – deben apuntar a la dignidad de la persona humana, la inquietud por mirar más allá de la punta de la naríz, están ausentes.
Somos presas de la efectiva, prolongada y casi inescrutable guerra psicológica del régimen que no encuentra un valladar de convicciones, creencias, criterios sólidos, sustentables. Y, más allá de los infundios, de las difamaciones tremendistas vertidas esta semana contra el gobernador democrático en el propio estado Táchira, no pasemos por alto ese eufemismo que se llama escuela de cuadros del PSUV.