Una dictadura con el tripero al aire
No midamos a la dictadura chavista por lo que no es: un régimen de puertas selladas, con guardias feroces escondidos en la oscuridad de las tinieblas. Y un tirano blindado en cámaras secretas. Midámosla por lo que es: una dictadura a campo traviesa, con el culo al aire, exhibicionista y pintarrajeada.
Antonio Sánchez García
Roberto Ampuero, el gran novelista chileno que pasara algunos años en La Habana y conociera al monstruo por dentro, pues vivió allí casado con la hija de un alto funcionario del régimen durante tres años, comentaba en un artículo de ayer en La Tercera, que la dictadura cubana es silenciosa y de ella nada se sabe, pues todo el entramado del poder se esconde cuidadosamente tras las bambalinas de los Castro. Nadie sabe por qué se hace lo que se hace. Pertenece a los secretos mejor guardados de una revolución agostada e introvertida.
Así solían ser las dictaduras hasta la aparición del teniente coronel Hugo Chávez: encapsuladas, vueltas hacia sí mismas, protegidas del escándalo, discretas y misteriosas. Con el teniente coronel nace una nueva forma de dictadura: la escandalosa, la parlanchina, la descarada, la mediática y especular, la festivalera, la farandulera de los shows en vivo y en directo. Logorreica.
Es la dictadura como magno y gratuito espectáculo tercermundista, marginal, estruendoso, circense, faramallero. Un editorialista paraguayo hablaba recientemente de la democracia puta. Esa que es cómplice, desvergonzada, aprovechadora, descarada. Tenía en mente a la democracia de la Sra. Kirchner, sin duda. Y a las otras de la región, como la de Lula, que estafa y se aprovecha de la parlanchina y fantasiosa del teniente coronel para vaciarle los bolsillos.
Pero el editorialista se queda chiquito si se vuelve a considerar la dictadura chavista: no sólo puta, sino pintarrajeada, obscena, exhibicionista, tripera. Nada que ver con las dictaduras de pantalones largos, como la de los generales del Cono Sur, cuyas estafas, torturas, desapariciones y degüellos se cometían en la más absoluta nocturnidad y tras la blindada mampara del silencio. Nadie anunciaba con nombre y apellidos la próxima detención. Aparecían los cadáveres en los sitios eriazos, a medio devorar por los jotes – esos buitres carroñeros del Chile pinochetista- o flotando hinchados como ballenas en las pútridas aguas del Río Mapocho. Otros se hundieron con un ancla amarrada a los pies, tirados desde helicópteros al Océano Pacífico.
Nada que ver con la dictadura sonriente, chistosa, deslenguada e indiscreta del teniente coronel. Aquí se cometen los crímenes en vivo y en directo, aclamados a voz en cuello en el mercado mediático nacional, con cadenas interminables en que se nombran y despiden ministros, se injurian honras, se expropian edificios, se condena a treinta años de cárcel, se ordenan detenciones, se juzga a inocentes, se premia a los asesinos, se roban tierras y ganados, se asaltan bancos y se cierran medios. La ignominia represora, fidelista, estalinista, maoista, pero a voz en cuello, al desnudo, el culo del dictador al aire.
Esta vocación de exhibir el tripero, tan propio de quien con absoluta razón era remoqueteado por sus compañeros de escuela como “el loco Chávez” desconcierta a los observadores internacionales y hasta confunde a los recién expulsados del cuartel chavista. “¿Cómo va a ser ésta una dictadura, donde tú y yo podemos decir lo que nos venga en ganas?” – le comentaba Vladimir Villegas a Kiko Bautista. Precisamente por eso, querido Vladimir: porque podrás hablar tanto como te de la gana, pero no le toques un solo callo al que más mea. En el acto terminarás en Yare, en la DISIP o en donde carajos se le ocurra a SUS fiscales, a SUS policías, a SUS jueces, a SUS diputados, a SUS opinadores que se convertirán en hienas inmisericordes. ¿O crees, por ventura, que en Venezuela existe la separación y autonomía de los poderes?
Si ni un senador de la república de Chile se salva de su roña injuriosa y depredadora, y ningún presidente osa enfrentársele por no salir salpicado hasta el cogote ¿qué quedará para Alejandro Peña Esclusa, para Leocenis García, para Oswaldo Álvarez Paz, para Richard Blanco, para Iván Simonovis, para Guillermo Zuloaga o Nelson Mezerhane? Por no hablar de nuestros presos políticos, ante una dictadura en cueros protagonizada por un señor que hace lo que, literalmente, le sale del forro de sus cojones?
No midamos a la dictadura chavista por lo que no es: un régimen de puertas selladas, con guardias feroces escondidos en la oscuridad de las tinieblas y un tirano en blanco y negro blindado en cámaras secretas. Midámosla por lo que es: una dictadura a campo traviesa, con el culo al aire, exhibicionista y pintarrajeada, en pleno technicolor. En donde la palabra –dicha o escrita –y el honor perdieron todo su significado y poco importa lo que digas o no digas. En donde, por lo mismo, todo se sabe y todo se desprecia. Incluso antes que suceda y nada importa la jerarquía del ultrajado, como por ejemplo los ritos paleros con los restos de Bolívar, filmados en vivo y en directo para que nadie diga que se hizo a escondidas. Todos vestidos de blanco, con luna llena y el aullido de los lobos en lontananza. Pero ay de ti si caes en los entrecejos del mandamás: destierro, persecución, expropiación, persecución y cárcel. Tan poco vale la palabra, que ya ni los hechos valen: ¿dónde se ha visto una “democracia” en que altos funcionarios del gobierno dejen pudrir ciento sesenta mil toneladas de alimentos para jartarse en dólares sin que ni uno solo de los responsables sea llamado a terreno? ¿Dónde que los delfines – civiles o militares – acumulen fortunas billonarias (en dólares) y ninguno esté preso?
Sería bueno contestarse esas preguntas. Y no olvidar nunca jamás las respuestas.