Opinión Nacional

Una cuestión semántica

En Latinoamérica la sola palabra “liberalismo” despierta sospecha entre multitudes de cristianos, tanto católicos como evangélicos, que la identifican con capitalismo “salvaje”, disolución moral y erosión de las costumbres. Por eso la libertad -tan cara sus amantes, los liberales- tampoco les cae del todo bien a los cristianos (de cualquier denominación o afiliación), y no figura muy alto en la jerarquía de sus valores. De modo análogo, la sola palabra “cristiano” les cae aquí muy mal a los pocos sedicentes liberales, siendo casi todos librepensadores racionalistas y agnósticos (cuando no francamente ateos) a quienes el cristianismo (y toda religión) les suena a fanatismo oscurantista, irracional y anticientífico.

En cada uno de nuestros países tenemos el mismo trágico desencuentro: los millones de cristianos y los puñaditos de liberales se rechazan mutuamente. Y por igual razón: ignorancia de las raíces bíblicas o judeocristianas del liberalismo clásico. Salvo pocas excepciones, tanto liberales como cristianos por igual desconocen que:

1) La bandera y tema primero del liberalismo clásico no es “la libertad” -así a secas y un poco en el aire, estilo romántico, como gusta a los liberales-, sino el Gobierno limitado, concepto más preciso y acotado, casi técnico. 2) La libertad -personal, económica, intelectual, religiosa, etc., es decir: en todas sus determinaciones- es una de las consecuencias del Gobierno limitado. 3) Riqueza y bienestar de individuos, familias y sociedades son a su vez consecuencias de la libertad y del Gobierno limitado. 4) La Biblia -para el creyente palabra obligante de Dios, y para todos, documento rigurosamente histórico- recomienda y sanciona el Gobierno limitado. 5) La justicia, la verdad y la razón son también recomendaciones bíblicas, y fundamentos del Gobierno limitado, y tres condiciones cuyo imperio es esencial para que se mantenga limitado. 6) Ese concepto de Gobierno y por consiguiente la libertad no le vienen a Occidente de Grecia antigua, ni mucho menos de Roma o Egipto, ni de los despóticos imperios americanos precolombinos, sino de Israel y su Libro Santo, 7) que es el Antiguo Testamento cristiano, consagratorio de un principio de Gobierno no rechazado ni abrogado sino confirmado por el Nuevo. 8) El Reino de Dios “no es de este mundo” (Juan 18: 36); pero es para este mundo: es la realización de la justicia, la verdad y la razón, y por tanto de la libertad, cosa bien establecida desde el s. IV por San Agustín de Hipona. 9) No fue a los pensadores anglosajones sino a Juan de Mariana y demás escritores hispanocatólicos a quienes correspondió elaborar primero la teoría del Gobierno limitado, entre los ss. XIV y XVIII -antes que Martín Lutero y Juan Calvino, y mucho antes que Adam Smith- si bien a los comerciantes calvinistas y protestantes cupo su primera realización práctica. 10) Esa práctica los países hoy desarrollados desecharon al mismo paso que abandonaron sus creencias religiosas.

Sin embargo, liberales y cristianos coinciden en “no mezclar la política con la religión”, ¡como si fuera posible separarlas! Por eso la tesis de los liberales cristianos es doblemente incómoda: A) Los cristianos nos reprenden por “meter el liberalismo (y la política) de contrabando en la iglesia”. ¡Como si la iglesia cristiana no hubiera sido el principal factor de contención para las abusivas y despóticas pretensiones de los Gobiernos seculares en Occidente desde los ss. II y III! B) Y los liberales nos acusan de “meter la Biblia de contrabando en el liberalismo”. ¡Como si Tomás de Aquino, Mariana, Locke y los escritores “whigs” de todos los siglos no hubieran citado la Sagrada Escritura de primera en todas sus obras para oponer a los intentos de justificar las tiranías por parte de sus adversarios “tories”! “Whig” es la palabra que procede del alto sajón (inglés antiguo) y que por siglos sirvió para designar a la doctrina judeocristiana o bíblica de la política y la economía: el Gobierno limitado, contraria a la doctrina “tory” del poder absoluto y sin límites. “Liberal” es un neologismo introducido apenas en 1812, cuando la Constitución de Cádiz limitó las potestades de la Corona y del Gobierno españoles. ¡Es una cuestión semántica! ¡Pero no pequeña! Por no entenderla, ni entender sus implicaciones, liberales y cristianos andan como perros y gatos, y la izquierda gobierna y manda en este mundo -divide y vence-, y la gente anda confundida, pobre e infeliz.

Porque como sean las creencias religiosas de un pueblo así será su política. Y si entre las primeras no ocupa lugar preferente la libertad, tampoco lo tendrá en sus constituciones y leyes, con lo cual sus partidarios los liberales tendrán sobrados motivos para odiar la religión, y así los creyentes se enconarán con ellos.

Para Venezuela y todos nuestros países hay una Salida; pero pasa por superar este divorcio entre religión cristiana e ideario liberal, brecha largamente responsable de nuestras seis grandes plagas políticas: militarismo, caudillismo, populismo, estatismo, mercantilismo y socialismo. Pero se requiere a su turno una precondición clave: que estos temas puedan ventilarse en los foros eclesiásticos y académicos (universidades) y públicos (los medios) en vez de tantos otros hoy etiquetados como “políticos”, banales y de poca o ninguna trascendencia. Si la política sigue siendo el territorio de la anécdota chismosa, la superficialidad, y la retórica vacía y rimbombante -cuando no del insulto y la agresión personal-, entonces, queridas señoras y señores, no hay Salida.

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