Un vivir que tenga sentido
Hay cansancio de las cosmovisiones tradicionales desarraigadas de sus orígenes misteriosos y que convocaban a una plenitud personal en la unidad con todo. También padecen fatiga la lógica aristotélica, el pensamiento cartesiano o el mecanicismo y las escuelas de filosofía y de economía, fuera de su utilización como instrumentos, de donde nunca debieron salir para erigirse en metafísicas.
Uno de los temas estelares en el pensamiento de la aldea global es la búsqueda de un vivir que tenga sentido, aunque la vida no lo tuviera, tal y como respondía el escritor francés, André Malraux, a la desesperanzada pregunta del General De Gaulle: “¿Qué sentido tiene para usted la vida?, puesto que no cree en nada”. También podríamos hablar de un vivir consentido por mí, asumido y aceptado porque yo lo quiero. Si el auténtico sentido de vivir es ser uno mismo, para poder ser felices, es preciso conocer y reconocer nuestra realidad para tratar de ser coherentes. Y siempre porque yo lo quiero, puesto que nadie me ha pedido permiso para nacer tampoco pueden imponerme una ortopedia, corsé o armadura para aparentar ser lo que no soy. Ser yo mismo y poder actuar con arreglo a esa ley universal: Yo sé quién soy y me muevo por los principios de la
justicia: no hacer daño a otro, dar a cada uno lo suyo y vivir con armonía.
La lógica paradójica, el principio de incertidumbre, la física cuántica, la ingeniería genética y la revolución de la biología transforman nuestro imaginario que se conmociona con la revolución de la comunicación y de la informática.
El analista Nicholas Negroponte habla de la contracultura que emerge del paisaje digital. “La tecnología digital puede ser una fuerza natural que atraiga a la gente a una mayor armonía mundial”.
El sociólogo Philippe Breton subraya los puntos de conexión entre el culto de Internet y el movimiento contracultural de los sesenta que animó las revueltas estudiantiles. Resurge la búsqueda de propuestas alternativas como pretendieron la beat generation o los hippies. No han muerto del todo Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Alan Warts, Ken Kesey, Timothy Leary, Gary Snyder o Neal Cassady.
Podemos reconocer una continuidad entre el movimiento underground e Internet, dice Breton, en la ruptura con el mundo (drop out), los viajes iniciáticos en un apropiado orientalismo, la vida en comunidades, profundo deseo de igualdad y adhesión a una cultura no violenta y solidaria.
Pero en lugar de adherirse a determinada utopía revolucionaria, que decepcionó, prefieren la utopía contracultural de tradición libertaria que no rompió del todo con el mejor liberalismo asumiendo el gran reto socialista no marxista, convertido en imperativo categórico.
Los vagabundos celestes de Kerouac navegan por las autopistas (on the
road) de la comunicación de un mundo que no les gusta pero de cuyos hallazgos técnicos se sirven, naturalmente.
“El descubrimiento, por experiencia personal, de que existen otros estados de percepción suele ser revolucionario; cambia la vida porque cambia la visión del mundo. El descubrimiento de la relatividad de la realidad y la existencia de estados diferentes al sueño y al estar despierto, es la revolución intelectual del siglo; una revolución mental comparable a la de Copérnico, pero más importante, porque puede cambiar la vida humana y la relación entre los hombres y la naturaleza. La realidad ya no es este estado, impuesto como único válido por el racionalismo y la ciencia mecanicista; la realidad es relativa: existen realidades diferentes, cualitativamente tan distintas ente sí como el soñar y estar despiertos», escribe el escritor Luis Racionero.
Quizás haya que reinstaurar los misterios de Eleusis para que acompañen en el viaje hacia adentro porque ni la religión ni la psiquiatría comprenden nada y ni siquiera tienen un lenguaje para hablar con propiedad.
Mircea Eliade, el más importante historiador de las religiones, escribe:
“Estoy seguro de que las formas futuras de la experiencia religiosa serán completamente distintas de las que ya conocemos en el cristianismo, en el judaísmo, en el Islam, que ya están fosilizadas, desvirtuadas, vacías de sentido. Habrá otras expresiones. La gran sorpresa es siempre la libertad del espíritu, su creatividad”.
Si la religión es el intento de respuesta al sentido de la existencia, es posible hablar del ocaso de las religiones fuera de niveles populares donde alivian el fardo de la existencia. Con Chuang-Tzú podremos recordar que, así como la noche empieza a mediodía, será posible alumbrar el mundo nuevo que encierra en su seno.