Un periodista de opereta
Esa es la mejor definición que puede hacerse de este fablistán de poca monta. Miguel Salazar es un personaje de segundo orden en el campo periodístico. Su incapacidad para escribir algo que valga la pena, lo ha conducido a vivir sólo del escándalo. Se hizo conocer con su triste y lamentable columna en Quinto Día. En ese tiempo, se presentaba como revolucionario, defendiendo a Hugo Chávez, creyendo que posiblemente le retribuiría su pluma mercenaria con una posición burocrática. Ni eso logró. Pienso, que Hugo Chávez consideró tan despreciable lo que escribía que no lo tomó en cuenta.
En un libro que acaba de publicar se refiere a mi persona. Lo hace muy a la ligera y de manera calumniosa. El cuenta que Urdaneta Hernández le dijo, en esos días, que yo estaba comprometido en el golpe del 4 de Febrero. Si lo hizo, sencillamente estuvo equivocado. La razón la tiene Hugo Chávez, que siempre ha mantenido que yo no tenía nada que ver con esa insurrección. También, debe recordarse aquel cuento del contragolpe que los jefes del alzamiento llamaron “Jirafa” en una entrevista a un diario francés. No se puede estar comprometido en el golpe y al mismo tiempo tener preparado un contragolpe. El caso curioso es que nunca más se habló de ese golpe de generales, ni tampoco apareció nadie comprometido.
Todo el mundo sabe que tengo más de ocho años haciéndole oposición a Hugo Chávez. En algunas oportunidades, he cuestionado, públicamente, su actuación militar el 4 de febrero de Febrero. Si yo hubiese dado mi palabra de dirigir el alzamiento y después, por cobardía, no me hubiese insurreccionado, lo natural es que Hugo Chávez se hubiera defendido de mis señalamientos, diciéndome traidor. Son realidades, imposibles de negar. Tampoco es cierto que mi nombramiento como ministro de la Defensa surgió exclusivamente por amistad familiar con el presidente Pérez, la cual no niego, sino que mi designación significó una rectificación de una política militar que estaba haciendo mucho daño. Ciertamente, que el general Carlos Santiago Ramírez se consideraba casi ministro de la Defensa por su amistad personal con Cecilia Matos. Se equivocó, al no darse cuenta que los tiempos habían cambiado. Por el contrario, yo mantuve una posición más profesional y di muestras de mayor dignidad, prudencia y lealtad. Piense el lector que hubiese podido ocurrir, si el 4 de febrero el ministro de la Defensa hubiera sido el general Carlos Santiago, actual embajador en Bogotá, y quien apareció comprometido en la insurrección del 27 de Noviembre.
En otra parte de su libro, Miguel Salazar insinúa que yo estaba asustado en medio de los disparos que ocurrieron en el centro de Caracas, el 28 de noviembre de 1992, cuando me encontraba en la avenida Urdaneta, tratando de llegar a la cancillería. Mide mi valor de acuerdo al color de mi cara. Nunca me he creído más valiente que nadie, pero tampoco me he caracterizado por ser cobarde. En esos complicados días, siempre, di muestras de serenidad y arrojo. Existen demasiados testigos de esa verdad. Con relación al suceso que Salazar refiere, justamente, me encontraba en la avenida Urdaneta por querer llegar a la cancillería conociendo la situación de riesgo que existía en el centro de Caracas. Si hubiera tenido miedo, como insinúa este periodista de opereta, me hubiera regresado a mi casa al escuchar los disparos cerca del Silencio. En lugar de hacerlo, busqué llegar a la cancillería por la avenida Urdaneta. Al no ser posible pasar en el automóvil, continué a pie. No creo que esa actitud pueda considerarse como una muestra de cobardía. En fin, canalladas de Miguel Salazar, quien definitivamente no tiene sentido del honor.
Estoy convencido, que este fablistán de poca monta, lo que quiere es congraciarse, de nuevo, con Hugo Chávez. La verdad es que el presidente Carlos Andrés Pérez y yo, acompañado de valientes y leales oficiales y soldados, enfrentamos con decisión la insurrección del 4 de Febrero. Lo único que está en duda, si de valor queremos hablar, son las razones por las cuales Hugo Chávez no atacó Miraflores, permaneciendo inactivo en el Museo Militar. Una manera de ocultar esta realidad, es tratar de señalar como cobardes a los que ese día si supimos cumplir nuestro deber.