Un País llamado Venezuela
El asunto va más allá de estas pretensiones. La mal llamada polarización, porque lo que hay es fragmentación, no termina de cumplir su cometido de inestabilidad y hecatombe; hay una necesidad morbosa por destruir, eliminar, desaparecer todo cuanto representa progreso y bienestar.
En este aspecto, parece que olvidamos con facilidad la propuesta de Hugo Chávez (1954-2013), de un Gobierno y una Sociedad que se Revise, se Rectifique y se Reimpulse (las 3R),en lo concerniente a todo aquello que se tenga que rescatar, pero no se refirió únicamente a una acción que venga del Estado, sino de la Sociedad misma. El problema de la Venezuela post-Chávez, es un asunto de conspiración, intereses transnacionales y corrupción. Aguas adentro el Gobierno de Nicolás Maduro ha activado acciones hacia estos tres frentes; no es fácil combatir la conspiración cuando dentro de las filas del Gobierno subsiste el foco perturbador que la promueve; no es fácil combatir el capital extranjero, que financia estas revueltas sociales violentas, en una sociedad asfixiada por una guerra económica que, en cierto sentido, el Estado ha contribuido a darle combustión ante lo desacertado de una política económica que no equilibra la inversión social en un contexto de inversión privada y fortalecimiento de alianzas estratégicas para producir capital y por ende cubrir los costos sociales que tienden a ser una inversión que se capitaliza en bienestar y salud social, no así en rentabilidad financiera. Y la corrupción, mientras se siga consintiendo algunos sectores del Gobierno nacional en el cual está el caldo de cultivo, no podemos pensar en soluciones reales y respuestas contundentes. En la voz de la calle se deja oír, insistentemente, de las mafias encriptadas en el Gobierno nacional, sin que el Estado asuma una acción radical, ejemplarizante y cambie esta realidad de la política nacional.
La corrupción es fácil de detectar y eso pareciera ser un aspecto ciego para nuestras autoridades gubernamentales; la actitud de incertidumbre y disimulo ante lo evidente, plantea, y como revolucionario hay que de decirlo, complicidad y participación por parte del Estado. Quizás sea fuerte esta afirmación pero ante el silencio de las denuncias, realizadas por camaradas del proceso revolucionario, no queda otra que mover el piso y sacudir a nuestra clase dirigente para que asuma una conducta consecuente con el pensamiento chavista y revolucionario. Funcionarios que llevan una vida de lujo y confort; cuentas bancarias en dólares, cuando ese funcionario no llevaba a tres dígitos en bolívares su cuenta de ahorro antes de ser funcionario de confianza; compra de mobiliarios, inversión en negocios comerciales; entre otros. Eso no necesita fiscalización, está ante los ojos de todos los ciudadanos y ciudadanas, y eso es lo que ha producido insatisfacción y rechazo por un sector importante de nuestra juventud.
De no atacar con justicia y equidad estos tres frentes que hoy buscan, desde esa óptica del “golpe suave”, que no es otro que el debilitamiento moral y de legitimidad de las instituciones del Estado, estaremos transitando momentos difíciles que impedirían la consecución y concreción de un Estado socialista.
La feminista y filósofa francesa Simone de Beauvoir (1908-1986), dijo en una ocasión que el “…opresor no sería tan fuerte sino tuviera cómplices entre los propios oprimidos”. Y aquí, en el contexto de confrontación venezolano, no hay un opresor que podamos calificar de Gobierno o Estado, el opresor viene en forma de un ataque perenne a la institucionalidad democrática del país; el opresor es ese funcionario corrupto que hemos permitido que siga tomando decisiones, a sabiendas que era un ciudadano de a pie “limpio y si afeitarse”, y ahora es un señor con camioneta último modelo y zapatos de firma reconocida; el opresor es el opositor radical que llama a la violencia y la promueve; el opresor es el funcionario de seguridad del Estado que valiéndose de su arma de reglamento violenta su moral y respeto a la dignidad humana y la usa contra unos manifestantes desarmados; el opresor es el opositor que se sienta a hacer planes de desestabilización, colocando en la mesa de estrategias el aniquilamiento de figuras públicas o liderazgos locales, para mantener viva la lucha en las calles y aspirar derrocar a un gobierno legítimamente escogido por las mayorías.
En un sentido de sinceridad plena, no se puede hablar de democracia y a la vez tener en las manos piedras o sangre; el demócrata convencido, confeso y verdadero, estimula el diálogo y lo promueve, pero en condiciones de igualdad y equidad plena, no bajo amenazas y confabulaciones. ¿Qué sucedería en este país que se llama Venezuela si la derecha llega al poder por la vía de un golpe de Estado? Simplemente que retrocederíamos a 1998, y comenzaría una escalada de procesos de ajustes y encuadramientos que terminarían por destruir la capacidad de una sociedad de auto determinarse. Por todo el trabajo que ha hecho la revolución bolivariana, el retroceso implicaría desnaturalizar el poder popular y crear vías de control más férreas y estatistas que en un lapso de siete años daría como cuentas la descapitalización de las empresas del Estado y su mercadería en los mercados internacionales. Se privatizaría absolutamente todo y se alcanzaría el sueño añorado de un Estado Gerente, manipulado por el sector económico, haciendo de las leyes simples instrumentos de beneficio para los intereses de esta clase privilegiada, o mejor dicho, esta clase capitalista de “moral y buenas costumbres”. Por supuesto, el pueblo colocaría en sus alteres la “Ley de Precios Justos”, como una reliquia de cuando había un Gobierno que apostaba a la gente.
Pero las cuentas que no ha sacado la derecha, es que en esa mayoría que sería excluida por no tener la capacidad, según ellos, de elegir a sus gobernantes, es que es una mayoría tienen conciencia de clase y sobre todo, ejercitan un espíritu activo de lucha. Sería un Gobierno de los ricos pero bajo una presión perenne de los pobres, o en su palabra exacta: bajo una presión del soberano, verdadero dueño del poder y de la historia. Amanecerá y veremos, pero las cartas están echadas y la mano la tiene el pueblo. *.-