Opinión Nacional

Un mensaje positivo al futuro

Desde hace casi setenta años, un año tras otro, el 15 de enero celebramos el Día del Maestro. Hoy, como nunca antes, debemos considerar la importancia de los mensajes que esta figura esencial, como es la del maestro en la vida de las personas, emite, y que son absorbidos y copiados como patrones de conducta, así como la manera en que éstos son utilizados a lo largo de nuestras vidas.

El maestro venezolano de hoy no puede ser ni puede actuar de la forma que lo hacía un maestro de hace treinta años. Y no puede hacerlo porque Venezuela hoy es distinta. Nuestra realidad presente nos devela situaciones que hace muchos años no existían. El ritmo de nuestras vidas ha cambiado, nuestro modo de actuar y desenvolvernos es diferente. El ambiente de politización que respiramos en la calle nos refleja un clima de confrontación y violencia que nos era desconocido.

Debemos entender que la figura del maestro en todos los tiempos ha sido un recurso humano de primer orden como factor de cambios en muchas generaciones. En el presente, el docente de nuestro país también puede ser promotor de virajes positivos para la convivencia social armónica posible, en la medida que los valores aprendidos que acompañarán a millones de jóvenes que estuvieron bajo su tutela, sean los adecuados para corregir la intolerancia, el sectarismo y la ceguera.

Sin embargo, no puede perderse de vista que existe la posibilidad de que se presenten desvíos negativos cuando se penetra la intransigencia y el fanatismo, como ha sucedido y sucede en la mayoría de los gobiernos totalitarios del mundo, que utilizan escuelas y maestros para adoctrinar políticamente a los estudiantes desde muy temprana edad.

El maestro, el docente, el educador en general, debe estar consciente de que sobre sus hombros recae la inmensa responsabilidad no solo de transmitir conocimientos, sino de formar en valores, que seleccionamos y seguiremos durante el tránsito de nuestra historia individual. El maestro, por lo consiguiente, educa para la vida.

Y la educación para la vida en democracia educa para pensar con libertad, para expresarnos con libertad, para vivir con libertad. Para disentir y para reclamar. Para respetarnos y compartir a pesar de las diferencias. Para obedecer las leyes y demandar su cumplimiento. Para ser transparentes y dueños de nuestra voluntad. No para ser súbditos, sino ciudadanos. Con deberes que cumplir y derechos que exigir. Para ejercer nuestra ciudadanía sin barreras.

Así, la educación impartida por nuestros maestros, debe ayudar a nuestros niños y jóvenes a vencer los obstáculos y combatir la desesperanza aprendida, la mentalidad negativa, el fatalismo. De ese modo estaría enviando un código efectivo para el porvenir de Venezuela, donde la tolerancia pacífica del que opina distinto sea un mensaje positivo al futuro.

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