Opinión Nacional

Un maravilloso viaje por Norteamérica

El Casino
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Hotel Príncipe de Gáles, Niagara-on-the lake

En la última semana mi esposa y yo hemos hecho un viaje de unas dos mil millas por tierra, en Norteamérica. Hemos ido, el primer día, de Washington a Falling Waters, la casa diseñada por Frank Lloyd Wright en la floresta de Pennsylvania y, de alli, a Pittsburgh, la ciudad construída alrededor de tres ríos, con sus impresionantes parques deportivos de beisból, fútbol americano y hockey y una extraordinaria zona universitaria . El segundo día fuímos desde Pittsburgh a Meadsville, sitio del bellísimo Alleghenny College. De allí a Titusville, cuna de la industria petrolera, y de allí a Niagara Falls, en el lado canadiense. Allí admiramos las cataratas, tanto las del lado norteamericano como las más imponentes del lado canadiense, pero nuestro gran descubrimiento fue un pueblo situado al norte de Niagara Falls, en Ontario, llamado Niagara-on-the lake. Este es un pueblo de una extremada belleza, con muchos viñedos, casas inmaculadas, tiendas de gran elegancia y un hotel, el Príncipe de Gales.

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Calle de Niagara-on-the lake
lleno de buen gusto. Nosotros, por supuesto, no nos quedamos allí. Nuestra estrategia durante el viaje fue seleccionar hoteles modestos e ir a tomar el té o un trago en los grandes hoteles, a fin de disfrutar de sus servicios maravillosos. En Niagara Falls estuvimos dos días. El cuarto día fuímos de Niagara Falls a la zona de los “Finger Lakes”, al sureste de Rochester, en el estado de Nueva York, pero no antes de visitar brevemente el maravilloso museo de Rochester, el cuál requeriría una visita de todo un día. Nos hospedamos en un pequeño hotel en Geneva-on-the lake, sobre el Lago Séneca. Le dimos la vuelta al lago, la ribera oeste llena de viñedos y la ribera este, topograficamente más alta, pródiga en extraordinarios paisajes. El quinto día fuímos de Geneva-on-the lake a Norwich, Vermont, un sitio que tiene para nosotros una especial atracción.

Allí, hace más de 20 años, tuvimos una pequeña casa, desde la cuál íbamos a esquiar a Killington, o a disfrutar de los pequeños y hermosos pueblos de Vermont. Esa casa nos sirvió de refugio cuando un ministro venezolano de los 1980 me despidió de la industria petrolera que había significado todo para mí. Harvard me acogió por dos años y me dió el tiempo para rehacer mi vida. El pueblito de nuestro hogar por largos meses. Durante esta visita fuímos a ver nuestra antigua casa, ya en otras manos. Uno de nuestros grandes amigos, el profesor de Darmouth Noel Perrin, ya había muerto. Hanover, el pueblo donde está Darmouth, vecino a Norwich, se ha convertido en una ciudad de tránsito abigarrado, casi desagradable, y han desaparecido los sitios donde solíamos ir.

En cierta forma, esta visita a Norwich/Hanover constituyó, para mí, un exorcismo. La gran lección, por supuesto, es que el pasado es irrecuperable, pero supongo que nunca nos damos por vencidos y que debemos aprenderla una y otra vez. En Norwich permanecimos dos días. El séptimo día viajamos desde Norwich a Mystic, Connecticut, donde nos alojamos en un acogedor “Inn” ( $79 la noche, incluyendo el desayuno). Esta zona ofrece una gran variedad de atracciones. El pueblo de Mystic está sobre el mar y se ha conservado señorial, mezclando con prudencia lo viejo con lo nuevo. Hay un museo marítimo maravilloso y, hacia el norte, un pueblo bien sifrino llamado Stonington.

Un sitio que resultó realmente espectacular en esta zona fue el Foxwoods Resorts y Casino, acoplado a un inmenso teatro llamado MGM Grand. Es como una buena tajada de Las Vegas transplantada a unas ochos millas al norte del pequeño pueblo de Mystic. Es una edificación realmente monumental, la cuál contiene dos hoteles, cuatro casinos, teatros, el gran teatro MGM, docenas de restaurantes, tiendas, esculturas, fuentes de agua, miles de puestos de estacionamiento y hasta un museo indígena. Lo más impresionante es que en la edificación predomina el buen gusto, ya que eso no suele ser el fuerte de tales sitios. Allí jugamos por un par de horas en las maquinitas de a centavo y ganamos treinta y cinco dólares.

El octavo día regresamos a casa. Gastamos $467 en gasolina, bastante dinero pero mucho menos que si hubiésemos viajado en avión. Comimos muchas frutas y tomamos vinos excelentes de las zonas que atravesamos, especialmente en el estado de Nueva York y en la provincia de Ontario. En Norwich tuvimos un gran cena pero el viaje no incluyó asistencia a costosos restaurantes u hoteles.

Todavía es posible viajar por Norteamérica con comodidad y buen estilo, y por relativamente poco dinero. Hemos visto mucha belleza: verdes y undulantes paisajes, la atractiva topografía de colinas producidas por los glaciares, granjas en producción, viñedos, vacas de piel reluciente, construciones extraordinarias, represas, lagos, caídas de agua, casas y universidades maravillosas, pero en ocasiones, al admirar tanta belleza,, me invadió el temor de que estuviese asistiendo al gran adiós de un planeta en inminente peligro de extinción. Por supuesto, esta es una falsa percepción de mi parte. No habrá adiós inminente pero no hay dudas de que existe un proceso de deterioro en marcha. Es solo en algunas áreas privilegiadas del planeta donde la implacable entropía ha sido demorada por la voluntad del hombre y el esfuerzo civilizador. Acabo de disfrutar de algunas de ellas.

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