Opinión Nacional

Un lugar al sol

Antes de una década, la Unión Europea tendrá 50 millones de personas mayores de 65 años. Estas personas son las que más visitas hacen a los servicios médicos de la Seguridad Social y las que consumen más medicamentos, a parte de pasar más tiempo en sus casas durante los meses del crudo invierno europeo. Se incrementan el consumo de calefacción, afecciones respiratorias y reumáticas, depresión, soledad y la sensación de que la sociedad ya no las necesita.

Antes, estas cifras de jubilados por su edad o por las políticas laborales de las empresas se producían en los países más ricos del norte de Europa. Ahora, hasta los países europeos del Mediterráneo ya conocen ese fenómeno sociológico creciente y que llena de preocupación a los responsables políticos que no saben cómo abordar ese problema del tiempo libre para esos ciudadanos. Nuestras sociedades no estaban preparadas para responder a esas demandas y se agotan las medidas de vacaciones subvencionadas y de actividades culturales para ese ocio impuesto que a muchos les resulta una carga insufrible.

No es casualidad que los médicos de cabecera detecten un aumento de enfermos en sus consultas que han somatizado su soledad y su sensación de impotencia. Las consultas se llenan de personas mayores que, en el fondo, anhelan hablar y ser escuchadas.

La desestructuración de las familias en la mayoría de los países europeos es la causa de que no haya sitio para los abuelos en los nuevos hogares. Estos están cada día más compuestos por una pareja con uno o dos hijos como máximo y que viven en viviendas maltusianas y llenos de hipotecas y de obligaciones para atender a las necesidades que la nueva cultura del consumismo les ha ido creando.

Ante este problema que amenaza con desbordar las estructuras sanitarias y con no poder hacer frente a esas pensiones que no crecen al ritmo del coste de la vida, se me ocurre lo siguiente:
En España, Grecia, sur de Italia y sur de Portugal el espectacular desarrollo económico ha venido precedido por las remesas de divisas que los emigrantes de estos países enviaban desde Europa. A medida que el nivel de vida de esos países se acercaba a los del resto de la Unión Europea, los emigrantes fueron regresando a sus lugares de origen aportando saberes, costumbres, técnicas y capacidades que fueron imprescindibles para la formidable industria del turismo que se apoyó en el clima del Mediterráneo.

Los hijos de esos emigrantes, y aún ellos mismos, hablaban otras lenguas, vivieron otras costumbres y habían aprendido a respetar otras formas de convivencia. Se sentían próximos a muchas personas y sociedades que antes admiraban o rechazaban con demasiada visceralidad.

La ayuda que la UE prestó a estos países para mejorar sus redes de carreteras, ferrocarriles y aeropuertos, así como las mejoras en comunicaciones telefónicas, atención médica, facilidades bancarias y una mejora impresionante en las instalaciones de playas y de recreo fueron fundamentales.

Ese avance venía a llenar una necesidad ignorada hasta entonces pues se creía que el ocio era patrimonio de los más pudientes. La experiencia demostró que no era así y cientos de miles de matrimonio pensionistas empezaron a tener su segunda residencia en las islas Baleares, Canarias, Costa del sol y otros lugares similares de Italia, Portugal y Grecia.

¿Cuál era la riqueza fundamental que aportaban estos países en vías de desarrollo? El sol, el clima, el agua, los paisajes y el carácter abierto y acogedor de sus ciudadanos.

¿Por qué no se transforma el norte de África en instalaciones hoteleras de acogida para esos millones de jubilados europeos que podrían pasar casi la mitad del año disfrutando de este clima y de sus posibilidades?
Las visitas a los centros médicos así como el consumo de medicamentos se reduciría notablemente. El uso de carburantes para calefacciones así como la contaminación producida por estos también descendería. El estado anímico y la felicidad de estos millones de personas mejorarían al tiempo que se beneficiarían del aumento de la capacidad adquisitiva con las mismas pensiones.

Cualquiera que haya viajado últimamente por Marruecos, Túnez, Libia y la misma Argelia pueden comprobar la creciente mejora de sus instalaciones hoteleras, culturales y de ocio en general.

Como sucedió en el sur de la UE, cientos de miles de puestos de trabajo serían creados en esos países para los naturales de los mismos. Harían en su tierra lo mismo que están haciendo en tierra ajena proporcionando un lugar al sol para esas personas mayores que ven con temor la llegada del otoño y del invierno. A diferencia de quienes tenían capacidad adquisitiva para una segunda vivienda ahora sería posible organizarse entre los países de la UE y los del norte de África para desarrollar conjuntamente otro tipo de instalaciones para desarrollar armoniosamente esa riqueza que alienta en las tierras y en las poblaciones de nuestros vecinos del sur del Mediterráneo.

(*): Cortesía del Centro de Colaboraciones Solidarias.

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