¿Un liberalismo social? Y el problema con los demócratas
Muchos sedicentes liberales se hacen un
“liberalismo” a su gusto y medida cada cual.
Raimondo Cubeddu, Atlas del Liberalismo, 1997
“Social-liberalismo” se titula un ensayo que Ludwig von Mises publicó en 1926, denunciando ya por aquel entonces la mezcolanza incoherente de principios liberales y antiliberales. Y en 1927 publicó su “Liberalismo”, en el que describe el liberalismo genuino -ampliamente desconocido entonces y hoy-, y denuncia el falso. “Buena parte de lo que pasa por liberalismo hoy en día”, escribió, “ya de liberalismo no tiene nada”.
Y eso era en Europa; así que ¿cómo nos deja eso a los países subdesarrollados? Y era en 1927. Así que nada nuevo hay bajo el sol en esta materia. Desde viejos tiempos cada generación de estatistas reedita las mismas leyendas y mitologías del estatismo, con ligeras modificaciones. Y el discurso liberal genuino está vedado. Así se propaga el estatismo dentro de cada generación, y a las siguientes.
En su profético tango “Cambalache”, Enrique Santos Discépolo -ese sí era un poeta y filósofo popular- dio en el clavo: la mezcolanza es grave mal, el desorden. Y suele provenir del desconocimiento de los niveles jerárquicos del ser, es decir, del orden propio de la realidad, que es un orden como de distintos estratos superpuestos. Unas realidades son más reales que otras. Discépolo no empleó esas palabras, mas sí el concepto. “No hay aplazaos … ni escalafón: lo mismo un burro que un gran profesor.” Y la degradación general: “en el mismo lodo, todos manoseaos.” Profunda sabiduría. Y poder de síntesis.
Destruccionismo. En el último capítulo de “Socialismo” (1922) Mises nos reveló el verdadero nombre del socialismo: “destruccionismo”, porque sólo puede destruir valor y riqueza, pero no crearlos. Sólo puede vivir de una riqueza que sólo el capitalismo puede crear. La suya es una existencia prestada.
El mal no existe por sí mismo. Mises no lo sabía, pero es un caso de un principio más general: el mal carece metafísicamente de entidad propia; y existe nada más pegado al bien. No hay bancos porque hay atracadores de bancos; pero sí hay atracadores de bancos porque hay bancos, y sin ellos, los atracadores no son nada. Por eso capitalismo es producir; y socialismo es consumir lo que otros producen. Sin capitalistas, ahorristas, empresarios, gerentes y trabajadores haciendo riqueza, los socialistas no son nada. Pueden imitar empresas y empresarios, pueden apropiarse de la riqueza que otros crean, consumir buena parte y “redistribuir” alguna otra, y pueden impedir su producción; pero no pueden hacerla.
Debilidad y fortaleza. El capitalismo es tan eficiente, que incluso muy debilitado y casi borrado por el gigantesco aparato estatista que lo parasita, es aún tan fuerte y productivo, que es capaz de hacer riqueza suficiente para sostener a ambos: parásitos y productores. Por eso la economía de EEUU es todavía más eficiente relativamente, y por eso la migración latinoamericana a través del “Muro de hojalata”, y las remesas de dinero; y por eso las economías latinoamericanas son tan ineficientes absolutamente.
El orden del mercado es un orden natural. Es ontológicamente superior al orden puramente gubernamental que el estatismo pretende imponer, porque es de un nivel más profundo, de una más elevada jerarquía entitativa. Por eso las leyes positivas, ontológicamente inferiores a las naturales, pueden contrariar a éstas -como de hecho lo hacen las estatistas-, pero no impunemente. Pobreza, malestar, degradación y confusión, son parte del precio que pagamos por el estatismo, un desorden que procede de la violación de las leyes naturales, y que produce solamente desorden.
El libre mercado, un sistema mal defendido. Mises escribió más de una docena de libros excelentes -no superados hasta la fecha- mostrando con meridiana claridad expositiva las razones económicas, jurídicas y políticas la superioridad del libre mercado sobre el estatismo, y las falacias de este último. Muy bien, pero no es suficiente. La superioridad es ante todo metafísica y moral; pero Mises no podía verlo, limitado por las angostas fronteras del utilitarismo que sin embargo defiende en “Teoría e Historia” (1957), abjurando de toda metafísica y toda ley natural. La defensa del liberalismo quedó sin blindar, en espera de una filosofía realista apta para mostrar todos los niveles de la realidad.
Filosofía realista. P. ej. la filosofía bíblica y aristotélica de Tomás de Aquino (s. XIII) Desafortunadamente, algunos seguidores posteriores carecían de su genio, y redujeron el pensamiento del maestro a un “sistema” de secas y áridas disquisiciones en una jerga un tanto abstrusa. En “El campesino del Garona” (1966), Jacques Maritain -el filósofo tomista católico francés- señala como principal responsable al Cardenal Tomás de Vío el Cayetano o Gaditano, allá en el s. XVI. Tal vez; de todos modos el perjuicio se hizo y la Filosofía realista permaneció por siglos casi inaccesible y sin servir, pese a su potencial.
Utilitarismo, una mala filosofía. Si se justifica el libre mercado en razones puramente de utilidad y no ontológicas -mostrando que es un orden natural y moral- se le hace flaco servicio, pues se abre la puerta a interminables argumentos utilitaristas y supuestamente “técnicos” en pro del intervencionismo gubernamental. Algunos hasta disfrazados de liberales.
“Social-liberalismo”. Cualquier persona, grupo o institución se declara liberal, pero sostiene posiciones antiliberales en diverso grado, en base a justificaciones más o menos utilitarias. Toman por “liberalismo” una relativista tolerancia benevolente hacia todas las ideas, que termina en un vago eclecticismo. Pero afirmar que todas las opiniones son igualmente verdaderas equivale a sostener que ninguna lo es.
Confusión. Y la confusión que se genera es el mayor escollo que el liberalismo confronta en su tarea de esclarecimiento, más grave que el descrédito causado por las falsas acusaciones de sus adversarios.
Tolerancia. La tolerancia hacia todas las personas, cualesquiera sean sus ideas, no implica tolerancia hacia todas y cualesquiera ideas, porque las hay sumamente destructivas, ante las cuales no se puede ser tolerante, aún cuando se deba serlo con quienes las sostienen. Ejemplo: el estatismo, concreción de toda filosofía política socialista o colectivista.
La gran mentira. “Vivimos en una sociedad (o en un mundo) capitalista”. Alguna vez fue cierto, cuando el liberalismo económico tendió a predominar en Occidente -en tiempos de Marx-; pero ahora del capitalismo ya no queda ni el recuerdo, ni pistas claras sobre las referencias, sobre todo en América latina. Sin embargo, la mentira sirve a los estatistas para: a) culpar al capitalismo de todos los males, supuestos o verdaderos; b) sembrar la confusión mental; c) exigir medidas estatistas cada vez más radicales.
La segunda gran mentira. “No que la intervención estatal sea necesariamente mala, es que hasta ahora no ha sido eficiente ni honesta, pero puede serlo.” (Así dicen los autocandidateados a interventores eficientes y honestos.) ¿Pero y por qué? Si por generaciones las intervenciones salen mal siempre, ¿no se ve que lo malo no está en los sucesivos cocineros sino en la receta misma?
Esclavismo. El estatismo nos fuerza a trabajar largas jornadas extraordinarias, sea de manera independiente o no, por lo general combinando varias actividades. Se nos hace trabajar para otros, para sostener total o parcialmente el consumo -en muchos casos muy dispendioso- de los cientos de miles o millones de improductivos o poco productivos, amparados tras la sombra protectora del Estado.
Límites a la riqueza; no al poder. Las inmensas nóminas burocráticas consumen la riqueza que otros crean, aunque sus sueldos y salarios se contabilizan en el PBI como “riqueza”, por eso crecen las cifras mostradas por los gobernantes, añadiendo el insulto al perjuicio. En su mayor parte se justifican asumiendo que “moderan” el afán de ganancias, o sea que ponen límites y topes a la riqueza que otros crean. ¿Y el afán de poder -o de notoriedad- no requiere moderación? ¿Cómo es que deben ser limitadas las utilidades y no el poder?
Innmoralidad. El socialismo declara que la riqueza es inmoral, aludiendo a las ganancias del mercado. Pero como no vivimos una economía de mercado, es casi imposible hoy forjar una fortuna sin el abrigo y protección del Estado; y eso sí hace inmoral a la riqueza, y complica el panorama.
Cómo se nos esclaviza. De maneras muy poco visibles. Mediante los altísimos impuestos escondidos en los precios, indirectos o no, de todas formas todos trasladables. Y las ineficiencias también se trasladan. La inflación de dinero incrementa la carestía. Resultado: varios empleos en cada hogar y a veces en la misma persona; y sólo para sobrevivir. (Y después nos hablan de “consumismo” … ¿no es irónico?) Eso sólo descalifica al estatismo. El libre mercado es el único sistema justificado moralmente: “Quien no trabaja, que no coma”, escribió a los cristianos tesalonicenses el Apóstol Pablo (2 Tes 3:10), un trabajador y fabricante de tiendas por cuenta propia -empresario- que seguramente contrataba a otros trabajadores empleados para ayudarle. No vivía a costa de nadie, y tomaba eso a mucha honra.
Los esclavos no tenemos tiempo. No queda así más espacio en la agenda personal, en la mente, en el corazón. No queda tiempo para Dios, la familia o uno mismo. No nos dejan tiempo a los esclavos para investigar, documentarnos y esclarecernos, a fin de averiguar por nuestros medios la verdad de nuestra condición, y la salida posible. Revelaciones ambas que obviamente no podemos esperar de nuestros amos estatistas, parásitos que viven de nuestro trabajo y producción. ¡El estatismo sí es esclavista, expropiador y “alienante”! Nos impide acceder a lo que parece el secreto mejor guardado …:
¿Qué es liberalismo? Gobierno limitado, mercados libres, instituciones privadas separadas del Estado. Es la doctrina que confina al Estado a sus funciones propias: represivas del fraude y la violencia -defensivas y policiales-; judiciales; y a lo más, de obras públicas contratadas para mejorar la infraestructura de comunicaciones de los mercados, recolectando los impuestos estrictamente necesarios a estos fines. Estas funciones son las más descuidadas y olvidadas por el Estado al pretender ocuparse de todo los demás negocios y asuntos -producción y comercio, finanzas, educación, medicina, arte y cultura-, impidiendo así a los particulares atenderlos oportuna y eficazmente por sus medios propios, los de mercado.
Hay escuelas y orientaciones liberales. En la economía hay la escuela austríaca, y otras como las del “Supply-side”, Chicago, y Virginia (“Public Choice”), aunque afines; y eso mencionando sólo las tendencias de más bulto. Y si vamos a la política y la filosofía, al liberalismo utilitarista se oponen el objetivismo randiano y las corrientes cristianas, por lo menos.
Y una doctrina liberal inequívoca: Gobierno limitado, mercados libres, instituciones privadas separadas del Estado. Es el perímetro dentro del cual caben las escuelas y tendencias … pero dentro. Perímetro significa límites: hay un adentro y hay un afuera. Y los social liberalistas quedan fuera.
Intervencionismo “moderado” . Los esclavos carecemos de tiempo para leer libros como “Crítica del intervencionismo” de Mises (1929), o “La Economía en una sola lección” (1946) de Hazlitt, y aprender qué es liberalismo. Y enterarnos de los por qués de nuestros padecimientos: las intervenciones estatistas, aún “moderadas”, que a la vista de la pobreza reinante, y del pobre desempeño de la economía, sus crisis casi crónicas y recesiones poco menos que permanentes, son consideradas pocas e insuficientes por sus propulsores; y al faltar conocimiento de doctrina liberal, nos encajan dosis más y más abundantes, algunas de las cuales se etiquetan de “neoliberales”.
Progresión. Es mentira la moderación. En todo sector privado por naturaleza -negocios, bancos, enseñanza, transportes, comunicaciones, medicina o previsión- sólo caben dos situaciones: hay o no intervención estatista. No puede haber “un poquito”. Y si la hay, aunque sea un poquito, fracasa, y como la gente sólo conoce las “medicinas” estatistas reclama dosis más fuertes, y así seguimos de mal en peor.
El neoliberalismo existe. Aunque los neoliberales lo niegan, porque se esconden, tras sus resonantes fracasos en los ’90, los cuales nos trajeron el actual tsunami socialista. Neoliberalismo es el social-liberalismo de la segunda mitad del siglo XX, y tampoco tiene nada de liberal: más gasto público, más impuestos, más deuda, más reglamentos … y el cambio de monopolios estatales por monopolios privados. Es la continuación del estatismo por otros medios. La educación p. ej. sigue estatizada.
El omnipotente Ministerio de Educación. Cada año se exigen más credenciales educativos para acceder a puestos de trabajo. Y cada año los titulados egresan con más estatismo en la cabeza, pero menos instrucción. Los institutos docentes se hallan todos bajo control del Estado -sean nominalmente privados o estatales-; y así la causa del retroceso se deja ver: el Ministerio que decide quién enseña qué, cómo y cuándo, por cuáles textos autorizados y según cuáles programas, y hasta la vestimenta que pueden o no usar educandos y educadores. Eso es desde hace mucho tiempo. Y cuando los abusos dirigistas se llevan a extremos -partidización- gremios y padres se quejan. Pero, ¿por qué ahora descubren manipulación ideológico-política en la enseñanza, si siempre la hubo?
¿No es un poco tarde? En todas las áreas las quejas sobre abusos estatistas surgen cuando el mal está muy avanzado, la confusión es muy pero muy grande, y no puede verse el remedio porque a sus proponentes -los liberales- prácticamente nos han barrido del mapa.
Los medios “informativos”. No informan. Nos saturan con detalles anecdóticos y asuntos menudos y secundarios. Las cuestiones de fondo permanecen ignotas. “Denuncian” síntomas y consecuencias del estatismo: desempleo, carestía, miseria, corrupción, desborde criminal, vulnerabilidad a las fuerzas naturales, etc.; pero sin mención de causa excepto: ¡la insuficiente intervención estatista! También nos cuentan cuáles leyes estatistas el Parlamento (¿?) reemplaza por otras más estatistas. Y cuáles partidos estatistas pierden las elecciones (o las encuestas) a manos de otros más estatistas. Y nos narran con pormenores los avatares parlamentarios, y los de los comicios y pleitos comiciales, de las empresas encuestadoras, y de los juzgados y las 1001 incidencias de los procesos judiciales en que se involucran o son involucrados los dirigentes … de cuyas ideas nada se sabe explícitamente.
Opiniones. Además, los medios socialistas nos adoctrinan. Y los otros también, porque ahora la publicidad y las telenovelas difunden “valores” colectivistas, y los artistas y otros famosos, y locutores, periodistas, “analistas” (¿?), clérigos, y hasta figuras del deporte y el modelaje, cuyas opiniones acerca de todo lo divino y humano son consultadas … Opiniones todas iguales y siempre las mismas: estatistas. Y sin olvidar el ciudadano de la calle, cada vez más solicitado. “¡Expresa tu opinión!”, se le invita. Pero no se le dice que antes de hacerse opinión y expresarla se informe, y bien (como no sea del contenido de las leyes estatistas), porque se da el mismo valor a las opiniones más informadas que las menos informadas o las mal informadas.
Objetividad. La objetividad se ha perdido en el periodismo, sólo que ahora todos los medios lo reconocen sin vergüenzas -“sin-vergüenzas”-, y así se eximen de esfuerzo por mejorar. Desde luego, no puede esperarse otra cosa si la objetividad se ha perdido por completo en el ambiente en general, y campean el subjetivismo más ramplón y “la dictadura del relativismo”, tan valientemente denunciada por el Cardenal Joseph Ratzinger horas antes de ser elegido Papa.
“Expertos”. Proliferan como mala hierba los “especialistas” del estatismo, que ganan mucha plata y prestigio y poder con sus soluciones “técnicas” en base utilitarista. Llenos de diplomas, generan sin embargo mucha confusión, y mucha discusión inconducente alrededor de dilemas falsos. (Por cada verdad, el error se multiplica, y los varios errores diferentes pueden ser contradictorios.)
Opciones “técnicas”. Porque es cierto que hay infinidad de opciones técnicas para cada una de las intervenciones estatales; algunas son malas, y otras, peores. Es como si Ud. se decide a cometer un homicidio: tiene muchas opciones técnicas. Puede usar veneno, puñal, pistola, tirarle una bomba a su victima, arrojarla de un edificio, ahorcarla, ahogarla, aplastarla con un automóvil (mejor si es un camión) … Pero de todos modos es homicidio. Lo mismo con las intervenciones estatistas: de todos modos son destructivas.
Derechos Humanos. Ese es el formato del estatismo ahora. Se supone que el Estado garantiza a cada quien su “educación y salud”, empleo, vivienda, comida, automóvil barato, etc., lista de prestaciones que se expande con cada “nueva generación de derechos humanos”. Los instrumentos propios del mercado son satanizados como “egoístas”, y así los medios políticos-burocráticos son exaltados y quedan como únicos disponibles. (Y una de las causas del agravamiento y la perpetuación de la pobreza es la relativa inhabilidad de la mayoría de los más pobres y menos instruidos para conducirse en estos “mercados” político-burocráticos.)
“Reclama tus derechos”; “participa”. Se supone que cada “derecho” es un título que autoriza a reclamar la prestación “al organismo correspondiente” del Estado, el cual debe contar con “la participación de todos”. Esto es de la esencia de la política correcta, es el “discurso único”, núcleo del lavado de cerebro estatista de hoy. Que le da a la actividad y a la discusión políticas -que se pretenden extender a todas las personas universalmente- una uniformidad narcotizante. La “participación” es la recluta, inserción y encuadramiento en las organizaciones estatistas -no necesariamente bajo forma de entes gubernamentales, también pueden mimetizarse como ONGs o como empresas-, a fin de recibir la doctrina estatista del momento (reeditada por cada generación de estatistas con ligeras modificaciones.)
¿Baja autoestima? Los estatistas insisten en un supuesto deficit en la autoestima, que alegan inhibe a la gente de reclamar y participar; puro chivo expiatorio para excusar los reiterados fracasos del sistema. Los buenos psicólogos (si quedan) que trabajan con “tests” y otros indicadores, saben que no faltan en masa a los humanos el amor propio y la consiguiente estimación a uno mismo, ni requieren ser “elevados” masivamente por los Gobiernos. No hablamos de los casos clínicos, poco frecuentes. Por eso el cristianismo predica humildad, lo contrario a sobreestimarse, que es lo natural en el humano.
Demagogia. No obstante, ya se sabe: si te quieres ganar simpatías, halaga; si quieres sacarle algo a alguien sin que preste atención, adula. El halago adormece y predispone a favor del adulador. Por eso el estatismo halaga y adula al pueblo; en la antigua Grecia se llamó “demagogia”, y a los demagogos se les castigaba con el destierro. El estatismo es una religión politeísta que comienza por endiosar al pueblo, atribuyéndole caracteres casi divinos: lo declara infalible, profundamente sagaz e infinitamente bondadoso, moralmente sano y noble, elogiable en todo y con “derecho” a todo; sigue por endiosar al Estado; y termina endiosando al Líder Supremo.
Dependencia del Estado. Pero si la dependencia del Estado es sistemática y prolongada, puede causar baja en la autoestima, progresiva infantilización y oscurecimiento de la inteligencia. La doctrina estatista es un mar de contradicciones, sobre todo entre el papel -que aguanta todo- y los hechos; y la gente debe convivir con esas contradicciones, y eso puede enloquecer a cualquiera.
Relajamiento de los “standards”. El estatismo embrutece; y nos rebaja en lo moral: confundida en sus conceptos, y bajo la apremiante circunstancia, la gente también confunde lo que está bien y lo que no, y se comporta de cualquier modo. Tal y como afirma la filosofía realista -base y fundamento del liberalismo genuino, histórico- voluntad e inteligencia andan muy relacionadas, progresando o retrocediendo juntas.
Combinaciones. En 1913, Lenin escribió que Marx había combinado la Economía llamada clásica inglesa con la Filosofía alemana y el socialismo francés. Tenía razón, sólo que los tres componentes son de poco valor, con excepción de parte del primero. Y si Ud. mezcla tres burradas no le va a salir una cosa inteligente, ¿no cree? Para colmo esa mezcla no cementa bien porque incluye algunos elementos potencialmente discordantes.
Economía, Política y Filosofía. Análogamente, el liberalismo combina la Economía austríaca -heredera de los fisiócratas y economistas políticos franceses del s. XIX, y del marginalismo-, la Escuela el Derecho natural, y la Filosofía realista (en distintas versiones según las convicciones religiosas). Y los elementos de esta mezcla son conciliables, a diferencia del marxismo. La Filosofía realista es el mejor cemento.
Gramscismo. Hoy en día los socialistas académicos reemplazan el marxismo por el gramscismo. El italiano Antonio Gramsci (en los ’20 y los ’30) usó la misma mezcla de Marx, excepto el único componente en parte rescatable, Economía política inglesa, que cambió por … las enseñanzas de su paisano Maquiavelo. Que sirven para justificar la inmoralidad política en nombre de la “razón de Estado” (¿?). La guinda de la torta. Sin embargo, el de Gramsci es un marxismo “no leninista” destinado a la clase media. La cual ahora lo consume, combinado con la religión “científica” de la Nueva Era -según detalla mi amigo el filósofo brasileño Olavo de Carvalho- propalada por tantos libros de “autoayuda” (que mucho autoayudan a sus autores, editores, distribuidores y vendedores).
¿Por qué el social-liberalismo? Básicamente porque el socialismo avanza. Quienes antes no eran socialistas ahora son semi-socialistas; y quienes ya lo eran, ahora son socialistas completos. Y quienes ya eran socialistas completos, ahora son más radicales y extremosos. Y en estos tiempos democráticos muy poca gente tiene entereza suficiente como para ser minoría.
Los demócratas. Se puede ser demócrata y liberal, siempre y cuando la democracia sea limitada: los derechos a la vida, libertad y propiedad no están sometidos a votación. Pero en general y salvo honrosas excepciones, a los demócratas no les interesa mucho el liberalismo sino el Gobierno. Y no les interesa tanto la verdad, como estar en mayoría. Ni que sus oponentes estén en un error, sino que estén en minoría. Esto no resuelve el problema, lo agrava. En primer lugar porque puede no ser verdad, y una mentira nunca ayuda; estorba y perjudica, a la corta o a la larga. Y en segundo lugar, porque así se escamotea la discusión del fondo del asunto, y se lleva por donde no es: los números.
No es cuestión de números. Mises enseñó que la economía no es cuestión de cifras sino de conceptos; y eso con mayor razón aún aplica a la política. Para la verdad o falsedad de una afirmación no es relevante el número de sus sostenedores. Una mayoría no hace una verdad. Por otra parte, la mayoría es circunstancial y cambiante … excepto cuando tiene el cerebro muy lavado y no ve luz.
El socialismo es mayoría. En “El Criterio” (1845), el filósofo español Jaime Balmes distingue entre persuadir y convencer. Se convence con la verdad; en cambio, con la sofistería y el engaño se persuade, sobre todo si se es hábil en las artes dialécticas. La mayoría de la gente ya ha sido persuadida a favor del socialismo. Y hace tiempo. No siempre los socialistas se imponen por la fuerza bruta o el fraude electoral. En América latina se imponen por el fraude semántico, una forma de engaño. Por eso el Gobierno de EEUU lleva casi 50 años tratando de sacar a Castro del poder en Cuba por la fuerza y no ha podido. Temo que con Chávez en Venezuela pase lo mismo.
Los liberales somos minoría. Los anti socialistas configuramos una microminoría; y dentro de ella los liberales consistentes somos una minoría aún más exigua, si cabe. Y si los demócratas se empeñan en demostrar lo contrario, hacen parte del problema y no de la solución. Porque toda solución pasa por un diagnóstico correcto y completo del problema; de otro modo no se halla la salida. Y la salida al estatismo pasa por admitir y reconocer francamente las realidades de la opinión pública, aunque desagradables. Solamente así será posible apuntar siquiera al primer paso, que es el cambio del clima de opinión.
Y muchas gracias por su amable gentileza en seguirme hasta aquí. Espero no haberle defraudado.