Un golpe de estado y siete años de gracia
Si algún valor debe ser reconocido en la conducta pública del Presidente Hugo Chávez, fácilmente deducible de su empeño comunicacional, es el de la astucia, entendida como todo lo contrario a la candidez. En sus ya largos diez años de ejercicio del Poder, parece no haber sido nunca sorprendido por ninguna circunstancia, aún cuando fuere consecuencia de algún error propio, que le hubiese desacomodado su aferramiento al control general del País. Un buen ejemplo de esta práctica, de este valor, de esta contumacia, es su empeño, su insistencia, en describir los sucesos acaecidos en Caracas en abril del 2002, con “una sola definición única”: el Golpe de Estado. Todo el impresionante abanico de acontecimientos sociales, ocurridos entre los días anteriores e inmediatos al Once del mes citado, son, en su análisis, sometidos a una implacable subordinación, destinada, precisamente, a resaltar su señalamiento. Nada fue tan importante como la irrupción histórica del Golpe de Estado, abrupto, criminal, injustificable, el cual le aherrojó del Poder por más de 48 horas, mientras se mantuvo en su lugar “el dictador Pedro Carmona Estanga”.
Precisamente, si alguna explicación tiene que a los abatidos Comisarios de la Policía Metropolitana, les hayan condenado como “cómplices” de unos homicidios sin autores materiales, a una pena tan extrema, es la de que en esa sentencia está buena parte de la fundamentación que obliga a la historia a suscribir la excepcionalidad del Golpe de Estado, que abatió la constitucionalidad y abrió el campo a una arbitraria sustitución del régimen democrático. Es decir, el Golpe de Estado transformó a Hugo Chávez, el Presidente, en un nuevo Rómulo Gallegos, en un redivido Salvador Allende, en uno más de esos altísimos valores de nuestro anecdotario político, víctimas del abuso del vandalismo autoritario.
La marcha (o la manifestación popular) del 11 de abril, precedida por tantas otras marchas y expresiones sociales multitudinarias, que sacudieron al País en los tres meses anteriores al “Golpe de Estado” que, según Chávez, burló la Constitución del 99, no tuvo, para él y los suyos, la menor justificación; los 19 ciudadanos (¿mártires?) que dieron su vida por la democracia, ese día, desangrados en las calles de Caracas, fueron más bien consecuencia de la pasmosa urdimbre de los conspiradores que planificaron el Golpe de Estado; los pistoleros de Puente Llaguno, disparando sobre la “marcha”, filmados por miles de cámaras, identifican,
en todo caso, a los únicos civiles que se aventuraron, heroicamente, a defender al Legítimo Orden Constituido, mientras los “policías” (los Comisarios condenados) cumplían su misión dentro del Golpe de Estado que “sacó del Poder a Chávez”. El anuncio, en cadena televisiva, del General Lucas Rincón, explicando a Venezuela y al mundo que el Presidente había renunciado, “ante los graves sucesos de la tarde de ayer” (la represión armada, los muertos y los heridos por las balas asesinas que “defendieron” el Orden) ante el pedimento de la estructura militar dirigente, a la cual el renunciante le había exigido la aplicación del Plan Ávila (actuación extrema para imponer el “orden público” subvertido), constituyó, evidentemente, una mala interpretación de sus colegas del Ejército, manipulados arteramente por los conspiradores del Golpe de Estado. La tesis del Dr. Iván Rincón, Presidente del Tribunal Supremo de Justicia, en el sentido de que la renuncia del Presidente había provocado “un vacío de Poder” (y no un Golpe de Estado como siempre ha querido Chávez), formó parte, igualmente, de la estrategia de los golpistas. El Golpe de Estado; el Golpe de Estado, el Golpe de Estado.
Siete años han pasado de los sucesos de abril del 2002; han ocurrido múltiples jornadas de perturbación y desarrollo del proceso gobernante; se ha consultado al “pueblo” en elecciones y referendos, pero para el Presidente Chávez la base de su legitimidad no ha cambiado: derrotó al Golpe de Estado y reestableció plenamente el orden constitucional subvertido por los golpistas. ¿Quién es el héroe y quienes los villanos? No valen la pena las respuestas. La oposición carga con el estigma del Golpe de Estado y de la promoción de la “feroz” dictadura de Pedro Carmona Estanga. La Revolución Bolivariana, ahora Socialista, inspiró al “pueblo” para que, con su líder, el Presidente, “salvaran” a Venezuela del terror. La comisión de la verdad, de haber concluido su trabajo, con toda seguridad, les habría dado la razón a los golpistas. El Golpe de Estado fue tan criminal que habría pervertido la voluntad y la imaginación de quienes hacen la historia y habría condenado a “la víctima”, al Presidente. O sea, estos han sido “siete años de gracia” dentro del proceso revolucionario.
Por eso quienes reconocieron a la “dictadura” surgida del Golpe de Estado, no pueden ser, a su vez, reconocidos como dignos y leales servidores de la democracia. El Gobierno de los Estados Unidos y la Comisión de los Derechos Humanos reconocieron a Carmona, al Dictador. ¿Cómo pueden más nunca ser tomados en serio y acompañarles en sus designios y tropelías? La misma OEA ya perdió crédito ante los “revolucionarios” vencedores y ya no vale la pena, por eso, sentarse en sus
salones a debatir el destino de América. El Parlamento de la Unión Europea anda en lo mismo y para Chávez, ya probó que está contaminado. La mayoría de los medios de expresión de Venezuela, los no oficiales, igualmente incurrieron en la misma falta y por eso se les tiene que exigir ahora un mayor respeto a la Revolución triunfante. Si se hizo lo de Radio Caracas TV, pues también podrá hacerse lo de Globovisión. Esos son los costos de los siete años de gracia.
Un último terrón de azúcar para los golpistas: hay Golpes buenos y golpes malos. A Pérez Jiménez quizás no lo tumbó el pueblo, sino las Fuerzas Armadas Nacionales, en nombre de la legalidad. No nos olvidemos que siempre la máxima se cumple: tanto va el cántaro al agua, hasta que se rompe. La historia no se escribe una sola vez para siempre. Los que obtienen las nuevas victorias, la corrigen. Alemania, Italia, Japón, la Unión Soviética, son buenos ejemplos de cómo terminan procesos que abusaron de su fuerza. Los años de gracia también se terminan.