Opinión Nacional

Un gobierno sin capacidad de alianzas, parece destinado a esperar su desplome

Vámonos, aquí no nos quieren. Así dice García Márquez que le dijo el Libertador a José Palacios: «Vámonos volando, que aquí no nos quiere nadie». En medio de estas euforias patrióticas de la decadencia no es de extrañar que un día, desesperado, Nicolás suelte algo parecido a su edecán. Sería sano ante el desolador panorama que tiene quien el azar envió a una sucesión que no maneja.

El gobierno Maduro presenta síntomas de final. Tal vez sea el espejismo causado por las escaseces básicas y el clima camorrero que domina la sociedad; pero esta administración sobrevenida pareciera más bien que está a punto de entregar, aunque un tanto en desorden. Las retiradas militares y políticas son operaciones muy complicadas y los camaradas que administran la pulpería no tienen idea de cómo hacer. Estos próceres tienen el problema que señalaba Jorge Amado y gusta recordar el poeta Joaquín Marta Sosa, al referirse al izquierdismo militarista, «son de los que entran al futuro reculando».

DELFINES SIN ALETAS.

Un gobierno está en fase terminal cuando no se puede mover ni a la derecha ni a la izquierda, ni hacia arriba ni hacia abajo, ni hacia afuera ni hacia adentro. Esa es la situación en la que yace «el experimento Maduro». Si hace alianzas, los extremistas de adentro las detienen; si no las hace, carece de fuerza para cualquier iniciativa. Es un régimen agarrotado, cuyos músculos de tanto contraerse para asestar golpes fulminantes, poco a poco se quedaron crispados y aquel cuerpo que parecía atlético y rozagante, de 1999, hoy dormita empequeñecido, inmovilizado, tullido, en la silla presidencial. La parálisis oficial viene no solo como contrapartida del crecimiento de las fuerzas democráticas sino de la guerra a muerte en las entrañas del chavismo, en una pelea letal por los despojos del héroe, lo que no es más que una forma de dilapidar las arcas que Fortuna deparó a los delfines sin aletas.

Véase el episodio con el Presidente de Colombia. Este recibe a Henrique Capriles en forma «privada» que es una manera de disminuir la importancia del asunto, precisamente para no herir la susceptibilidad de unos camorristas con piel delicada; lo recibe en camisa para hacer más informal el encuentro. Entonces a Diosdado Cabello y a Elías Jaua les da la pataleta conocida que destruye la relación que Chávez había construido con Santos, y Maduro con la Canciller colombiana. La necedad hecha gobierno no advierte lo que ha destruido.

AMOR A JURO.

Los jefes del bochinche bolivariano se creen geniales cuando obligan a arrodillarse o, al menos, a sonreír a los empresarios que humillan. Son tan tontos estos alquimistas que estiman que su labor es más socialista mientras más ofenden y sojuzgan a los empresarios. No perciben algo elemental: la actividad empresarial es del interés de los dueños del capital, pero también de los trabajadores, de los consumidores y del tejido social del cual forman parte. El drama de los que se han cogido el botín es que no son marxistas ni tampoco han leído a Marx sobre el papel de los capitalistas.

Los productores, una y otra vez regañados, juegan el juego pero jamás trabajarán para la perpetuación del régimen escarlata. No necesitan sabotearlo, basta que restrinjan sus inversiones para que la mala hierba se coma el jardín revolucionario y llegue hasta el Cuartel de la Montaña. Eso hacen los enemigos; se sonríen con Maduro y en realidad se ríen de Maduro.

Así, lentamente los jefes rojos, atrevidos e ignorantes, piensan que liquidan a los capitalistas cuando en realidad se suicidan. La ausencia de conocimiento histórico no les da para entender que cuando embisten contra empresarios, a los que de verdad sí destripan es a los pequeños y medianos, a los que no tienen paraguas grandes para aguantar la lluvia ácida del esperpento socialista. Esta conducta roja constituye una dimensión adicional del suicidio.

El dinero tal como lo estudió Marx, demanda su movimiento, su expansión permanente. Esto lo sabe hasta el otro yo del doctor Merentes. Cuando el dinero no se reproduce, se achica, deja de ser motor y expresión del capital. Tal es el fenómeno que se abate sobre Venezuela, tanto con la ferretería de la esquina como con Pdvsa. El de la esquina tiene menos pulmón y fenece más rápido, pero el gigante petrolero de antaño ahora tiene el mismo cáncer que se ha comido el papel toilette. El efecto letal de la ignorancia.

NO TIENEN JUEGO.

Como el gobierno provisional de Maduro no tiene posibilidad de moverse con flexibilidad porque se arrinconó a sí mismo, el único recurso del que dispone con relativa facilidad es la represión policial, militar, judicial, y de grupos paramilitares de choque. Su propósito es descabezar a la oposición, a veces amagan con destituir a Capriles de la gobernación y otras, enjuiciarlo; golpean y quieren liquidar a María Corina; ambicionan apresar a López; le caen a palos a Julio Borges; ofenden a Ledezma y a Ismael García; acusan a Pablo Pérez y a Salas Feo. Pero, ¿saben qué? No pueden. Si no lo hacen, pierden poder; si lo hacen, duran menos en sus chambas provisionales.

Véase la operación sobre Globovisión. Se la comieron. Le quitaron la planta a sus dueños y a la oposición. No advirtieron que el poder de denuncia de las fuerzas democráticas nacionales e internacionales podía contrarrestar la insolencia de los nuevos dueños que están obligados -léase, obligados- a entregar el canal en bandeja de plata al gobierno. La razón es elemental: si los anteriores dueños vendieron porque la presión oficial los forzaba, es obvio que la transacción realizada incluye quitarse de encima esa presión oficial, lo que significa complacer al gobierno. ¿Aparecerá la oposición en Globovisión? Sí, claro, como elemento decorativo (ahora más con el escándalo que impide su desconocimiento total)

EL DERRUMBE.

Un gobierno sin capacidad de alianzas, chantajeado desde adentro por los personajes que se comportan como copresidentes, obligado al extremismo para que -como lo revela la grabación- no lo cojan por el flanco izquierdo, parece destinado a esperar inmóvil su desplome. Sobre todo cuando la presencia y el control cubanos han generado una repulsa dentro y fuera del proceso, muy especialmente entre los militares institucionalistas, hartos de la sumisión a mandos extranjeros.

Hace un tiempo podía preguntarse cómo salir de un régimen como este y las respuestas eran inciertas. Ahora la pregunta es cómo un régimen tan desgastado puede mantenerse todavía. La represión es un factor de estabilidad en sociedades aisladas, desconectadas comunicacionalmente, pero no es el caso de Venezuela. Los peinillazos, las lacrimógenas, los enjuiciamientos, ni amilanan a los de adentro ni convencen a los de afuera. Ha llegado el momento de decirle a Nicolás, con discreción, si quieres no te calles, pero ¿por qué no renuncias?

Twitter @carlosblancog

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