Un Gobierno autocrático, militar y totalitario
El logro más importante de la democracia venezolana vigente desde 1958 hasta 1998 fue la descentralización. Un paso fundamental en la transferencia de los poderes desde el Estado central a las regiones y desde las regiones a sus ciudadanos. Pues tal transferencia de poder real supuso entregarle al ciudadano la decisión de elegir a sus gobernantes e imponerles la agenda de sus preocupaciones cotidianas. Con la descentralización, el paso más importante dado por la sociedad venezolana hacia la modernidad, se enterró una tradición bicentenaria que encontrara en la dictadura de Juan Vicente Gómez su expresión más cabal: la existencia de presidencias de estado decididas por la voluntad autocrática y despótica del dueño exclusivo del poder político y económico, el dictador. Al elegir a alcaldes y gobernadores la Venezuela democrática se asomaba a la modernidad y la globalización, avanzando un trecho verdaderamente histórico hacia el logro de los ideales de la generación del 28: salir del marasmo decimonónico de caudillos y tiranos y entrar de lleno a la civilidad del siglo XX. La descentralización fue el primer paso de la Venezuela democrática hacia el siglo XXI:
El brutal regreso de la descentralización democrática al centralismo autocrático constituye la prueba más fehaciente de la naturaleza bárbara, regresiva y totalitaria de la camarilla militar que usurpa el poder. Pues contrariamente a la obscena falacia del teniente coronel Hugo Chávez, quien afirma sin que le tiemble la voz que “este gobierno le pertenece a los trabajadores”, este gobierno le pertenece, de facto y gracias al servilismo de la sedicente asamblea nacional y del TSJ también de iure, a la camarilla militar que él comanda. Es un gobierno autocrático, militar y totalitario. Así lo sea travestido del leguleyismo seudo democrático que le permite aparentar que se trata “de un gobierno de los trabajadores”.
El zarpazo dado a las regiones y el ataque brutal a la descentralización deja de manifiesto una vez más que se está ante una dictadura de nuevo cuño: la propia dictadura militar del siglo XXI. Para la cual los procesos electorales no son más que el necesario barniz que permite su accionar autocrático y despótico. En Venezuela gobierna el teniente coronel Hugo Chávez y la camarilla golpista que le acompaña en su aventura desde los años ochenta: Diosdado Cabello, Jesse Chacón y todo el cuerpo de oficiales de tres o cuatro promociones sometidas a su control gangsteril.
Ese núcleo militar golpista se ha travestido de democracia gracias al concurso de ciertos sectores de la izquierda venezolana: es el flaco y vergonzante favor que le ha hecho el Partido Comunista de Venezuela y el Partido Patria Para Todos al militarismo gobernante. Cuya osadía, como lo acaba de señalar el ex ministro de relaciones exteriores mejicanos Jorge Castañeda, ha llegado al extremo de pretender dar un golpe de Estado en Cuba, sirviéndose de Carlos Lage y Perez Roque, para desbancar a Raúl Castro del poder.
Ante un cuadro tan sombrío cabe preguntarse por las acciones a emprender ante la camarilla militar que usurpa el Poder. Desde luego: creer que esta camarilla soltará el poder de manera graciosa, propiciando procesos electorales limpios y transparentes, es un error catastrófico. Una camarilla golpista y totalitaria, voluntarista, inescrupulosa y decidida a todo como la que comanda Hugo Chávez – único gobierno de extrema izquierda en América Latina, junto a Cuba – hará cuanto esté a su alcance para fracturar la democracia venezolana y quebrarle el espinazo a su ciudadanía. Es causa del brutal ataque a la descentralización que hoy vivimos. Urge comprenderlo a cabalidad, para avanzar en un proceso de acumulación de fuerzas y aprovechar la crisis económica, social y política que se avecina para ponerlo en cuarentena. De eso hablaremos en nuestro próximo artículo