Un futuro urgido de presente
Aspiramos al normal desenvolvimiento de la democracia y, mejor aún, a reivindicarla mediante la generación de riqueza y la equidad social. Por ello, es necesario superar un formidable obstáculo: el llamado chavismo, una aguda enfermedad del rentismo político, mediante un consenso básico de la ciudadanía hoy amenazada. Vale decir, cada vez es más urgente realizar en el presente lo que estimamos un futuro adecuado para el país. Empero, nos sorprenden algunas posturas como la asumida por María Sol Pérez Schael, en su más reciente artículo.
Consideramos naturales y deseables las discrepancias en el seno de la Coordinadora Democrática, ya evidenciado el más importante deslinde entre la oposición que ha oficiado en el altar de una solución rápida, portátil y no menos mesiánica, por la vía del golpe del Estado, pretendiéndose estúpidamente monolítica, frente a aquella que ha construido pacientemente un proceso político difícil y complejo, sin lugar a dudas, aunque indispensable a fin de legitimar la vía democrática para alcanzar la democracia. Una obligada redundancia cuando se trata de sentar precedentes ojalá imborrables en una nueva situación que no desmienten la necesidad de un compromiso mínimo de lealtad, un mecanismo básico de consenso, una indispensable unidad de propósitos y esfuerzos.
La amenaza totalitaria no es una jugarreta de distracción en la que perecerán unos, por torpes y congénitamente malvados, y sobrevivirán otros por el florentino estilo de una inalterable decencia y bondad. La promesa de pulverizar la libertad, el pluralismo y la propia sensatez en la conducción de los asuntos públicos, fuerza al compromiso, el consenso y la unidad, como un mandato de la hora.
Suponer el predominio de los intereses subalternos, burlando los más trascendentes, para una distinción artificial entre los partidos, ésta vez malévolos y bondadosos, abona a los esfuerzos del gobierno por empantanar un proceso que contabiliza no pocos sacrificios. La prioridad del referéndum revocatorio no está en discusión, pero obviar la posibilidad de las elecciones regionales, por un mero afán voluntarista, reacios a debatirlas en un marco estratégico que también es exigencia de responsabilidad y sobriedad al CNE, constituye la más palpable y contundente coincidencia con un oficialismo que anhela la división de la oposición.
Si fuese aconsejable señalarlas, hay organizaciones que proclaman la unidad, pero arrastran al resto a sus caprichosas iniciativas. Primero Justicia impulsó el referéndum consultivo contra todas las advertencias que se hicieron de lo que resultó un fracaso y, ahora, unilateralmente, sin compartir previamente los alegatos, intenta un recurso de interpretación para finiquitar la convocatoria electoral regional y municipal hecha por el organismo respectivo, sin demandar siquiera la ausencia de un cronograma público y confiable o la adopción improvisada de decisiones que pudieran impugnarse con lo que podemos llamar un poco de paciencia quirúrgica. Proyecto Venezuela jamás ha afrontado una selección doméstica de su opción presidencial y aspira a no hacerlo tampoco en el contexto de unas primarias necesarias a objeto de enfrentar la aventajada y única fórmula gubernamental, a menos que tenga la intención de compartir algunas migajas del poder, como en aquella oportunidad que ocupó un puesto en la directiva pactando con el gobierno para instalar lo que es su Asamblea Nacional. En consecuencia, resulta importante limar esa distinción artificial e interesada entre las organizaciones de la oposición, superado el falso dilema entre referéndum y comicios regionales, para reencontrar lo que es un mandato de unidad ante la posibilidad de pulverización de todo lo que tenemos y aspiramos.
El chavismo es el presente que está desesperadamente urgido de futuro. Un testimonio de sinceridad es el reclamo de la ciudadanía muchas veces confundida por las entidades que no encuentran mejores fórmulas para hacerse real y exclusivamente “emergentes”.
Cinco largos años
Los menos improvisados discursos son los que suelen improvisarse. La pretendida libertad de estilo y de palabra, responde a un esquema central que no sufre la posibilidad de una sustancial modificación que sólo puede conceder la serena reflexión escrita. Ninguna novedad asoma el último mensaje presidencial por ante la Asamblea Nacional, reiterando una interesada informalidad que está reñida con la noción esencial de una rendición de cuentas.
Anuncia un respeto al CNE que no se ha visto o realiza una profesión de fe hacia la Carta Constitucional que es violada según el canón del inédito autoritarismo que sufrimos. Carta que puede ser objeto de una temprana reforma si el BCV no suelta el dinero que angustiosamente le pide el gobierno para sus afanes populistas, tanto como los parlamentarios oficialistas reforman el reglamento interior y de debates como la única fórmula para enfrentar el asedio cívico de la oposición. La anécdota adquiere visos doctrinarios y es “mi general Guzmán Blanco” el que sirve para una proclama de ocasión, como si fuese un adalid de la honestidad para todos aquellos espectadores del poder.
Padecemos una calamidad social y económica que demanda una solución política. Las instituciones de la llamada “quinta” república, extremado el presidencialismo y el fervor hacia la personalidad presidencial, otra vez muestran sus flaquezas. Van cinco largos años de gobierno y Chávez niega la oportunidad de actualizarse en las urnas. Al menos, en la denostada “cuarta” república, el quinquenio se alcanzaba con unos comicios que no podían burlarse. Gómez tomaba prestado otros nombres para prolongarse en el poder y Pérez Jiménez constitucionalmente conquistó el lustro para luego largarse del país, por no mencionar que López Contreras o Herrera Campins, por años o por meses, ejercieron la jefatura de Estado por un tiempo menor al originalmente pautado. Empero, Chávez cree que le faltan dieciséis mensajes anuales a su Asamblea Nacional.
El delito calculado
El deterioro de los espacios públicos en la era del chavismo, despierta toda suerte de suspicacias. La promesa de una constante remodelación aconseja la aceptación del hurto de lo poco que queda de arquitectónicamente respetable en nuestras ciudades, incluyendo el alumbrado público, por lo que la legitimación de la buhonería masiva también pudiera enmarcarse en la comisión de uno de los delitos de salvaguarda.
Jugosos contratos, so pretexto de las comisiones y demás contribuciones encaminadas al sostenimiento parapolicial o paramilitar del gobierno, entran en los cálculos de aquellos funcionarios que teóricamente están en el deber de preservar o mantener esos espacios. Una diferente modalidad de corrupción, al filo de las movilizaciones y de los informales establecimientos partidarios, reta la imaginación de los tratadistas habituados a la tipología clásica. Posiblemente, se dirá de una tipificación “neoclásica” cuando nos aventuramos a examinar una “opción” política, como la representada por el actual oficialismo, que se realiza en nombre de un lumpemproletariado que resulta inadvertidamente rentable.
Caracas es un magnífico ejemplo del deterioro consentido, planificado y prometedor para las alforjas de quienes igualmente calculan que no disfrutarán por largo tiempo de las partidas presupuestarias del caso. Los más nobles materiales de construcción o los faroles que un día presumieron de un paisaje alternativo para el citadino, desaparecen de la urbe ya desdentada de cualquier artilugio de aluminio u otro metal susceptible de exportación, gracias a la generosa “flexibilidad laboral” de grandes contingentes de hambrientos que no hiere en lo más mínimo la sensibilidad de los gobernantes. Una mirada al Centro Simón Bolívar bastará para suscitar una reflexión de consternación, indignación y rabia.
Coda
Al comenzar el año, supimos del fallecimiento de Norberto Bobio, uno de los más destacados politólogos que aún suscita interés. Un año atrás, lo hizo otro pilar de las ciencias sociales: Gabriel Almond.