Un cortocircuito
Son muchos los hechos que tienen desequilibrado al teniente coronel Chávez Frías. Sólo mencionaré algunos que me parecen fundamentales: la pérdida de popularidad debido a su bochornosa ineficacia y al derroche de los dineros públicos en actividades que no se relacionan con el bienestar de los venezolanos (la regaladora a Cuba, Bolivia, el clan Kirchner, el pedófilo de Nicaragua); el resonante triunfo de Antonio Ledezma a través de esa operación relámpago que fue su huelga de hambre; el fracaso de su intromisión en Honduras, pequeño y pobre país que está dando una lección de dignidad frente al los petrodólares del caudillo venezolano; la incapacidad de entusiasmar a sus bases naturales, los grupos más pobres, con ese bodrio intragable que es la Ley de propiedad social; la inflación real (no la maquillada por el BCV) que no cesa de maltratarles la vida a los venezolanos; el desempleo, que hasta el INE ha tenido que admitir que ha subido como la espuma; la inseguridad personal, que cada hora le arrebata la vida a un venezolano; la imposibilidad de que repunten los precios del petróleo al ritmo que alcanzaron hace dos años.
Todos estos factores, y muchos otros que habría que incluir en una lista más detallada, se han combinado para quitarle el sueño al autócrata de Sabaneta. A medida que pasa el tiempo se ha ido cuenta que su permanencia en el poder ya no depende tanto del reparto irresponsable de la renta petrolera, de su conexión afectiva con los desamparados y de su verbo encendido y mordaz, sino del control de todas las instituciones, la intimidación y la represión abierta. Sabe que la democracia le queda demasiado grande, pues esta necesariamente debe ir acompañada de la pluralidad y la tolerancia, vocablos que no aparecen registrados en el diccionario de ningún dictador, o aspirante a serlo, que se respete.
El problema de Chávez y su sala situacional reside en determinar cómo avanza por la ruta de la coerción y las restricciones, manteniendo las apariencias legales y democráticas que debe preservar para no quedar completamente desnudo ante las comunidad internacional. El reto no es sencillo. La oposición no solamente no ha desaparecido en esta década de dominio chavista, sino que se ha fortalecido luego del triunfo en las elecciones regionales del 23-N. Además, por primera vez en mucho tiempo el sector democrático cuenta con un héroe, capaz de enfrentarse a ese “Titán” que es el hombre que protagonizó el golpe del 4-F, según las expresiones empleadas por Luis Vicente León hace algunos meses. Ahora hay alguien, Ledezma, que puede rivalizar en el mismo plano con Chávez.
El vehículo para sortear ese conflicto consiste en apoyarse en sus sacristanes de la Asamblea Nacional para aprobar leyes, acuerdos, resoluciones y medidas que descuadernan cada vez más la Constitución y convierten a Chávez Frías en un mandatario de facto.
El control de las televisoras por cable y la eliminación de los circuitos radiales, medidas que atentan contra la libertad de expresión e información, valores establecidos en la Carta Magna, representan un nuevo giro en la espiral totalitaria emprendida por el régimen. El propósito nada oculto de someter a la operadoras de televisión por cable apunta, además de obligar a la gente a calarse las interminables y abusivas cadenas del teniente coronel, a acabar con lo que queda de RCTV. A Marcel Granier, Chávez desea verle el hueso. No le quiere dejar ni una rendija por la cual escaparse.
Con relación a los circuitos radiales, Hugo Chávez no acepta que la gente se entere, al instante y hasta en el último rincón del país, de lo que ocurre en Venezuela y el mundo. No consiente que se informe de los regalos a los hermanos Castro y a Evo; o de los actos de corrupción de los que se acusa a Diosdado Cabello; o de las decenas de muertes a manos del hampa que ocurren todos los fines de semana; o de las amas de casa que protestan porque el INAVI les prometió una vivienda que nunca llegó; o de los niños que murieron en un hospital pediátrico porque no había sala de emergencia; o de los obreros de Guayana o Cabimas que protestaron porque su patrono, Chávez, no les reconoce los salarios caídos, no paga las jubilaciones o no quiere aumentar los sueldos, en momentos en que se envían aviones de PDVSA para reponer en el cargo al latifundista Zelaya.
Así como en el espectro televisivo se la juró a Granier, en el espectro radial su blanco son Leopoldo Castillo, Marta Colomina y Nelson Bocaranda. Aló, ciudadano se transmite diariamente a una gran parte del país a través del Circuito Nacional Belfort (CNB). Mientras se las ingenia para cerrar Globovisión, le pareció que era bueno comenzar amputando el CNB. A la incansable Marta Colomina y al dinámico Nelson Bocaranda, del circuito Unión Radio, hay que limitarles el alcance. Restringirlos a Caracas y a algunos cuantos lugares del país. El régimen no admite sus críticas agudas y bien documentadas.
Las medidas del régimen, adornadas con ese lenguaje demagógico y populista con el que suelen maquillar sus tropelías, tienen nombre y apellido. Sus destinatarios son personas de carne y hueso que no se han acobardado frente a los abusos de un comandante que pretende manejar el país como se fuese el amo de una encomienda.
El problema que tendrán que resolver los autoritarios es qué van a hacer con ese pueblo del interior que no podrá oír el béisbol, ni los juegos de la Vino Tinto, pero que tendrá que escuchar obligado al caudillo cuando comience a pegar gritos para acallar sus fracasos. Se producirá un cortocircuito.