Un compromiso para la paz
“Paz en todos los hogares.
Paz en la tierra, en los cielos,
bajo el mar, sobre los mares.”
Rafael Alberti.
EDIFICAR LA PAZ EN EL ESPIRITU DE LOS HOMBRES
Vale la pena insistir en que la paz es el problema central y que toda solución enraíza y culmina en la paz. En otro caso es una solución fugaz para problemas urgentes, para temas apremiantes, pero no esenciales para el futuro de la humanidad. Y la paz no es algo que depende exclusivamente de las superpotencias o “de los otros”. La paz implica un compromiso personal. Es necesario trabajar por la paz. Pero trabajar por la paz es, sobre todo, esforzarse a fin de que se superen los prejuicios, las ideas falsas y la intolerancia que son fuentes de agresividad y de guerra. Por eso es preciso, ante todo luchar contra las injusticias, las desigualdades y las causas profundas que atentan contra la dignidad humana y crean un clima propicio para la guerra y la incomprensión.
Es extraordinariamente importante sensibilizar a la opinión pública mundial respecto a los beneficiosos lazos que podrían establecerse entre desarme y desarrollo. En efecto, la noción de desarrollo está indisolublemente ligada a la de los derechos sociales, económicos, culturales, civiles y políticos, y al advenimiento de un nuevo orden internacional. Hay unos vínculos estrechos entre el desarme, la protección efectiva y los derechos del hombre y el desarrollo.
Es necesaria, pues, una toma de conciencia y un compromiso de “activismo ético”. El desarme no es un objetivo imposible ni la paz en la justicia es una aspiración inaccesible. La violencia y la guerra no deben entenderse como instintos inevitables y fatales, sino como inventos históricos utilizados por quienes detentan el poder en beneficio de sus intereses. La educación está en la base de la justicia, la educación está en la base de la paz; la educación está en la base del nuevo orden. Para construir las defensas de la paz en el espíritu de los hombres hay que hacer una llamada a los enseñantes, a los medios de comunicación, a los padres, a los científicos, a los intelectuales.
Es necesario -asumiendo el impacto económico que produzca- terminar a rajatablas con el bochornoso espectáculo de la venta de armas por parte de países y de partidos políticos que manifiestan teóricas posiciones pacifistas y que condenan a bombo y platillo la guerra nuclear… cuando no importa la “modalidad” con que te matan, sino morir.
Edificar la paz en el espíritu de los hombres… Una paz que se apoye sobre las bases irremplazables de la educación, la ciencia y la comunicación. Una paz construida sobre la piedra angular de los derechos del hombre, entendida en el sentido más amplio del término que no admite ni restricción ni concesiones. Una paz que supone la transparencia de los actos, la precisión y el rigor de los proyectos, en la que no se confunda desarrollo con crecimiento económico, bienestar con riqueza, educación con adoctrinamiento, transferencia de conocimientos con colonialismo tecnológico. La paz no puede ser entendida como una simple ausencia de guerra, como el resultado de un cierto equilibrio de terror a cuyo amparo, por otra parte, las guerras locales y las agresiones locales limitadas se multiplican y se extienden. La paz es un concepto eminentemente positivo, e implica un inmenso esfuerzo de respeto mutuo, de compresión compartida, de cooperación leal, por el que los hombres y los pueblos aprenden a desarrollarse juntos. Así, la paz podría ser definida como una de las condiciones esenciales de la plena realización de los derechos del hombre, de la afirmación de la identidad personal de cada individuo y de la identidad colectiva de todas las naciones.
Somos nosotros los que debemos poner en práctica la escueta y grandiosa llamada de Bertrand Russel y Albert Einstein en su manifiesto de 1955: “Apelamos como seres humanos, a seres humanos: recordad vuestra humanidad y olvidar el resto”.
No se trata de reproducir recomendaciones bien elaboradas sino, sobre todo, de su puesta en práctica. Cada uno de nosotros, cada científico, cada enseñante, cada padre, cada autoridad, cada pueblo, cada organización internacional debe evitar que se le pueda aplicar el antiguo poema de Wu: “Sus palabras son bellas… pero luego no cumplen sus promesas”.
A escala nacional, es necesario adoptar un criterio global de defensa de la libertad nacional e individual, que comprende la disponibilidad en tiempos de paz de los resortes para la guerra. Así; ¿qué hace un helicóptero varado, esperando una guerra que no debería llegar nunca, cuando hay mujeres y hombres que requieren con urgencia, por razón de vida o muerte, sus servicios?… En la lucha contra el narcotráfico, etc. todos los mecanismos de defensa deberían actuar…
A escala internacional, es preciso participar, con acrecentado vigor, en el esfuerzo por instaurar un nuevo orden que se funde sobre una comprensión más y más profunda y una colaboración cada día más intensa entre países desarrollados y países en desarrollo en los campos de la educación, de la ciencia, de la cultura y de la información, para buscar en común, en un clima de paz, soluciones satisfactorias a los problemas que se enfrenta la comunidad internacional. Se trata de reforzar la paz y la seguridad internacionales, asegurar el respeto a los derechos del hombre, combatir el colonialismo y el apartheid, rebelarse contra las múltiples formas de dominación de un grupo humano sobre otro. En esta perspectiva se hace necesario incrementar los esfuerzos de la comunidad internacional para estimular en todas partes, un desarrollo centrado en el horizonte del tiempo del derecho de los hombres a la paz. Y como dijo el poeta: “¡Paz, paz, paz! Paz luminosa. / Una vida de armonía / sobre una tierra dichosa”.