Opinión Nacional

Un balde de agua fría

El comandante Ramiro Valdés, unos de los “líderes históricos” de la revolución, ha sido una pieza clave de la tiranía cubana desde el asalto al Cuartel Moncada en 1953. Estuvo con Fidel Castro y el Che Guevara en la Sierra Maestra. Entre 1961 y 1968 ejerció el cargo de Ministro de Relaciones Interiores, desde donde se encargó de exterminar todo vestigio de oposición en Cuba y planificar la invasión de Machurucuto. Su talante sanguinario lo padecieron los dignos, pero equivocados militantes de la libertad, que tomaron las montañas del Escambray como escenario para enfrentar la dictadura comunista a mediados de los años 60. Luego de un breve período en el que su desempeño fue cuestionado por el mismísimo Fidel Castro, es reivindicado por Raúl. Ahora se desempeña como ministro Comunicación e Informática, Vicepesidente del Consejo de Ministros y Vicepresidente del Consejo de Estado. Ese siniestro personaje, nacido en 1932 (es decir, hace casi 80 años), cómplice de todas las atrocidades cometidas por los hermanos Castro y artífice del espionaje electrónico, que mantiene a los cubanos aislados del mundo, es la figura elegida por el teniente coronel Chávez Frías para enfrentar el gravísimo problema de la electricidad.

¿El currículum vitae de ese señor lo acredita para asumir una responsabilidad tan compleja? De ninguna manera. Valdés es un político comunista, responsable fundamental del aparato represivo de la tiranía, quien en los últimos años se ha dedicado a resguardar y acrecentar el imperio económico levantado por los hermanos Castro sobre los hombres del humillado pueblo cubano, pero de ningún modo esta credencial lo califica para venirnos a dar clases de lo que debemos hacer para paliar y resolver en el futuro cercano la crisis eléctrica. Además, Ramiro Valdés ha formado parte de la élite de una nación donde no hay luz desde hace 50 años. El ácido humor cubano acuñó la palabra “alumbrones” para referirse a esos escasos períodos de luz que interrumpen la atmósfera de tinieblas en las que vive la isla antillana desde 1959.

Lo único que explica esa designación tan descabellada, acordada por Chávez Frías con Fidel Castro, es la subordinación enfermiza del caudillo criollo ante el déspota caribeño, así como su desprecio olímpico por el talento venezolano. Chávez disfruta hablando de “desarrollo endógeno”, y lo hace como si estuviera inventando el agua tibia, pero en el momento en que tiene que aprovechar los extraordinarios recursos humanos nacionales con los que contamos -esos que se han formado en nuestras universidades, o en el exterior con dineros internos- los ignora y margina.

Los comunistas cubanos podrán darnos clases de cómo se destruye un país, nunca de cómo se construye. En eso sí son verdaderos expertos. Cuba, país con numerosas limitaciones, era el territorio más desarrollado del Caribe en 1958. A pesar de la dictadura de Fulgencio Batista, disfrutaba de una calidad de vida que provocaba envidia en las otras islas antillanas y en muchos países de Latinoamérica. En medio del clima represivo que imperaba llegó a tener una revista como Bohemia, de las de mayor circulación en el continente. La televisión transmitía en colores, cuando muy pocos países contaban con esa tecnología. El consumo de electricidad per cápita era de los más elevados dentro de los países subdesarrollados. Para justificar su giro hacia el comunismo y su subordinación a la URSS, los fidelistas inventaron la leyenda negra del atraso oprobioso de la isla debido a la acción inclemente del imperialismo yanqui. Magnificaron la imagen de la Cuba como burdel de los norteamericanos. Con esas excusas impusieron a sangre y fuego la dictadura estatista, colectivista y megalómana que condujo a esa hermosa nación a la miseria más paupérrima y a una forma de dictadura totalitaria que hace palidecer la dinastía de los Somoza, y regímenes tan crueles como los de Trujillo y Videla.

La designación de Ramiro Valdés forma parte de esa visión comunista que consiste en ideologizar todos los ámbitos del Estado y la Sociedad. Octavio Paz habla en El ogro filantrópico de “ideocracia”, para referirse a esos sectores gubernamentales que ocupan sus cargos no por sus méritos o formación profesional, sino por su adscripción a una ideología. Los soviéticos nombraban “comisarios del pueblo” en industrias y empresas de distinto tipo. Mao hacia lo propio durante la Revolución Cultural. Los resultados en ambos casos fueron similares: Rusia y China se hundieron en la pobreza. Lo mismo nos está pasando a los venezolanos con este gobierno. Nombran a un ingeniero, ministro de Finanzas; Presidente de PDVSA, a un abogado; a un veterinario, ministro de la Cultura; y ahora al frente de la electricidad, a un comandante cubano. Todos estos disparates se explican porque el jefe de todos ellos antes de ser Presidente solo había administrado la cantina de un cuartel.

Mientras tanto nuestros mejores médicos, ingenieros petroleros, ingenieros eléctricos y científicos, se van del país a enriquecer con sus conocimientos a otras naciones. Para hablar en el lenguaje y el tono que les gusta a los chavistas, la traída de Valdés representa una traición a la Patria. Una renuncia total a la soberanía y al desarrollo endógeno.

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