Un balance lamentable
Quien pega primero, pega dos veces, dice la vieja sabiduría popular. Lo asombroso es que Uribe, quien pegó esta vez primero, ha salido victorioso de todas las veces anteriores en que la iniciativa estuvo en manos de quien se ha convertido en su enemigo público Nº 1: Hugo Chávez. Lleva meses arrastrándolo por el suelo. Y nada indica que Chávez pueda recuperarse y acumular suficientes puntos como para salir triunfante de una pelea que ya va por su décimo asalto. La pregunta no es si pierde este combate definitorio, probablemente el último de su victoriosa carrera política: es si lo hará por puntos o por K.O.
Los chavezólogos tendrán que explicarnos en un futuro no muy lejano cuáles fueron las razones que lo llevaron a precipitarse al abismo en un lapso de un año. ¿Por qué un caudillo victorioso en unas elecciones presidenciales por una diferencia de 20 puntos ˆ la última entonces de una serie ininterrumpida de triunfos electorales – pierde un referendum crucial y se desbarranca cuando intenta recuperarse a costa de la popularidad de su vecino, el presidente Álvaro Uribe? ¿Por qué él, un caudillo carismático, seductor, omnipotente y multimillonario sufre en estos momentos su peor paliza de parte de un político aparentemente discreto, taciturno y más bien introvertido, carente de petróleo y presidente de un país que le controla hasta sus más mínimos pasos?
No se me ocurre otra respuesta: porque ni su carisma ni su riqueza bastan para convertirlo en un político de fuste. No es más que un teniente coronel, ignorante y atropellado, a quien las circunstancias de un país en crisis, abatido y carente de toda orientación le permitió apoderarse del Poder. Un tropero sin la más mínima preparación para tan alto cargo. Y sin otro auxilio que una exuberante buena fortuna, la inmensa mediocridad de quienes debían habérsele opuesto, un pueblo desconcertado e irresponsable y una circunstancial bonanza petrolera que le puso en sus manos todos los recursos imaginables como para tapar sus escandalosas carencias y la insolente mediocridad de quienes se pusieron a su servicio sin otro interés que enriquecerse de la manera más fácil y al más corto plazo imaginable.
Todo le funcionó sobre ruedas mientras respetó sus límites y se mantuvo dentro de sus modestas aunque llamativas fronteras. Ha bastado que traspasara esos límites ˆ en lo interno pretendiendo convertirse en monarca absoluto, vitalicio y hereditario, y en lo externo aspirando a la herencia de Fidel Castro para convertirse en un gran líder de la revolución mundial ˆ para que se diera de bruces contra los pesados e infranqueables muros de la realidad. Chávez luce hoy como un triste show man, bocón y atropellado. Se hunde en el fango y no encuentra quién le alcance un salvavidas.
Ese es el triste balance que se desprende de la aterradora soledad en que acaba de quedar en la OEA. Del desprestigio internacional que se ha ganado aliándose con las narcoguerrillas colombianas. Del desprecio que se gana por su prepotencia de nuevo rico, creyendo que el dinero todo lo puede. Uribe, la horma de su zapato, ha venido a ponerlo en su sitio. Eso era Chávez: un soldado de poca monta. ¿Qué hará ahora este coronel que no tiene quién le dispare? ¿Retirará sus 10 batallones de la frontera con Colombia, con la cola entre las piernas? ¿Le abrirá las puertas de su embajada en Caracas al presidente Uribe? ¿Devolverá el suyo a Bogotá?
Peor balance, imposible.