Opinión Nacional

Un 23 de Enero: Tal día como hoy

Una invitación a disertar sobre el Pacto de Punto Fijo me ha obligado a revisar los hechos que lo concitaran, sobre todo en la circunstancia histórica de vivir en condiciones, en muchos sentidos, inmensamente más graves y devastadoras para el país que los imperantes cuando la sociedad venezolana decidiera, en un momento de grave orfandad política, pero acompañada por la juventud laboral, universitaria y liceana, el liderazgo emergente en los partidos, particularmente en Acción Democrática, la Iglesia católica y militares patriotas empujar a la dictadura al destierro y erradicar muchas de sus taras y males mediante el soberbio expediente de la rebelión popular del 23 de Enero, el establecimiento de un gobierno de transición, la firma del Pacto de Punto Fijo así como del acuerdo mínimo de gobierno y la construcción de la extraordinaria democracia social, política y económica que terminaría siendo llamada la Democracia de Punto Fijo. Un sistema de libertades y garantías constitucionales de 40 años: el período más pacífico, constitucionalista, próspero y progresista de nuestra historia republicana. Un período que debió haber contado con una populosa e invencible falange de defensores a ultranza, pero que por caprichos, rencores e inconsistencias de males endémicos y ancestrales terminaría sus días tirada a la basura y ultrajada por la escoria que ella misma, en sus descuidos, procreara.

Lo insólito y sorprendente es que aún hoy, incluso en los sectores de la élite dirigencial de la oposición, sobran quienes lejos de solidarizarse con nuestra democracia – la única real y verdadera de nuestra bicentenaria historia republicana – se suman al desprecio, hábilmente instrumentalizado por la barbarie militarista para quebrarle la columna vertebral al sistema y abrirle los portones al golpismo caudillesco de rancia y muy pestilente estirpe. Al leer el aparato bibliográfico que me acompaña – soy un auténtico coleccionista de los libros de nuestra historia – me impresiona la ingente obra realizada desde el primer día de gobierno puntofijista – vale decir: consensuado, respetuoso de las leyes y obediente de la separación de los poderes, la alternabilidad, el respeto a los DDHH y el desarrollo económico y social preferentemente dirigido a los sectores más necesitados de nuestra población – hasta el arribo de su sepulturero. Enrique Aristiguieta Gramcko, de cuya amistad me precio y acompañante en el foro que al respecto celebramos este mediodía en la Universidad Metropolitana, la enumera a vuelo de pájaro: marea, es vertiginosa.

La estulticia golpista y proto golpista ha querido difamarla aferrándose a las obras del dictador militar, aquel cuyo pescuezo retoñaría cuarenta años más tarde: algunas importantes construcciones de gran formato, unas ya planificadas durante el gobierno de Medina Angarita, otras bajo su esfuerzo desarrollista y llevadas a la práctica durante el gobierno de la dictadura. No le llegan al tobillo a las ingentes obras de ingeniería vial, puentes, carreteras, infraestructura, desarrollo habitacional, autopistas, represas, establecimientos educativos, hospitalarios, etc. Sin contar con la gigantesca obra puesta en acción que transformó la Venezuela rural en la pujante democracia social de nuestra modernidad: la electrificación del país, la nacionalización plena del petróleo, la creación de PDVSA – no para importar pollos podridos y transferir gigantescos montos numerarios a los amigotes del presidente, golpistas de medio pelo tiranos cuasi centenarios sino para montar centros de desarrollo industrial, acerías, metalúrgicas, – el gigantesco desarrollo educacional – pasando de 3 a más de 100 establecimientos universitarios y becando a decenas de miles de jóvenes venezolanos para estudiar en la mejores universidades del mundo -, el despertar, en fin, social y cultural de nuestra democracia. Todo lo cual con el barril de petróleo a mucho menos de 10 dólares. Exhibir la existencia del sistema sinfónico de orquestas infantiles como obra de Hugo Chávez es tan absurdo, irreverente y obsceno como lo sería considerar que el Metro de Caracas, la Cota Mil y la Avenida Libertador fueron creadas bajo el empuje del teniente coronel o sus esbirros. Suyos serán y para el ominoso recuerdo de su infinita mediocridad los campamentos aladrillados debidos a arquitectos neofascistas del régimen que exhiben para inmensa vergüenza de los demócratas su desfachatada firma. Conventillos disfrazados de edificios de apartamentos que tendrán el mismo triste final que tuviera su promotor: la ruina.

Este 23 de enero debiera haber sido día de profunda reflexión. ¿Qué nos une y qué nos separa de la acción popular de la más extraordinaria fecha de nuestro calendario histórico? ¿Qué les ha sucedido entre tanto al cerebro y al corazón de la Nación? ¿Vale comparar la MUD con la Junta Patriótica y a algunos de los presidenciables de la oposición con Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba o Rafael Caldera? ¿Cuán bajo hemos descendido como Nación desde entonces?

La Iglesia ha recordado la efemérides con el mejor de los reconocimientos: un documento a la altura de la Carta Pastoral del Arzobispo de Caracas, Monseñor Rafael Arias Blanco. The rest is silence.

 

 

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