Última temporada
Todo en función del espectáculo. Cada movimiento. Cada palabra. Cada cadena. El protagonista no puede hacer nada que no sea tratar de aumentar la audiencia de su triste espectáculo.
Ha apelado a todo. Ya la paleta de maromas se encuentra exangüe. Ha utilizado su enfermedad de la manera más impúdica. Ha manipulado los sentimientos de los ingenuos. Ha usado hasta la saciedad los colores patrios. Ha violentado los símbolos. Los ha cambiado a su capricho. Tanto, que ha llegado a confundir al CNE: los colores y los símbolos patrios son de uso exclusivo de él.
Ha devaluado la palabra. En su boca cualquier cifra es una mentira. Dice que acabó con el analfabetismo pero en el último censo (se le escapó al estadístico oficial) todavía aparece millón y medio que no sabe leer ni escribir. Las cifras oficiales forman parte de la propaganda electoral. Ninguna medición escapa a esa lógica.
Para él sólo existe el pasado para exaltarlo o denigrarlo, según se trate de años de guerra o de construcción civilista. El otro tiempo es el futuro que siempre será excelente si es suyo el comando. Ante el fracasado presente, buenas son las promesas de que lo mejor está por venir.
El otro tema que aburre es Fidel. Fidel me dijo. Fidel me enseñó. De Fidel aprendí. A Fidel me encomiendo. ¡Qué grande es Fidel! Fidel es el que manda en mí. A Fidel le regalé.
Pero lo cierto es que para donde se mire lo que se ve es deterioro y fracaso. Uno de los seres más ignorantes del país, si se toman en cuenta las oportunidades que tuvo para aprender, reúne en sus manos el control del juego autocrático. En una mente tan desprovista de conocimientos se encuentra la última palabra sobre los recursos naturales de todo el territorio. El conservacionismo y el desarrollo sustentable desaparecieron de su discurso como ha desaparecido el respeto a la ecología. Que lo digan las reservas forestales destruidas y los garimpeiros.
En cada show está negada la realidad. No se habla de la inseguridad personal. Del hampa que mata a los ciudadanos por cualquier motivo. Tampoco de los robos y los atracos ni de las muertes de policías y presos. Todo en sí es un eufemismo. Los pranes son “líderes negativos”, los presos son “privados de libertad”. Los malandros son “ministros”.
Cada aparición televisada pretende crear suspenso y emoción. Pero ya no lo logra. Da la palabra a alguna foca y esta sólo balbucea para que vengan otra vez los aplausos al jefe. Las focas no se pueden aplaudir a ellas mismas. Los aplausos siempre son para el showman.
La corrupción total tampoco está en el guión de las cadenas que Tibisay desde el CNE bendice. Las licitaciones desaparecieron para que se asigne a empresas piratas obras multimillonarias que tienen que subcontratar a constructoras de verdad. Empresas foráneas cobran tres y cuatro veces proyectos que han podido ser ejecutados por venezolanos. Hasta los obreros son chinos. Antes, cuando se cobraban comisiones eran del 10%. Los chavistas cobran hasta el 50 y más.
El gran locutor no dice cómo los suyos quebraron a las empresas nacionalizadas. Cómo militares y funcionarios corruptos se apropiaron de miles de vacas o remataron miles de productos. No sabe de las 170 mil toneladas de comida podrida de Pudreval ni de los millones de venezolanos que se acuestan sin comer cada día. Su firma descontrolada ha liquidado cientos de miles de empleos. Por primera vez en la historia el gobierno ha promovido el exilio masivo, sobre todo de jóvenes.
Nunca menciona la ayuda a la guerrilla colombiana aunque ha pedido minutos de silencio por sus jefes muertos. Dedica largas horas a la compra de armas para intimidar no a sus amigos fronterizos ni a una improbable invasión imperialista sino a quienes se oponen con voz y pensamiento a su despotismo.
No habla de la lista Tascón que él mando a hacer y a aplicar en cada ministerio o empresa estatal. Que se persiga a la gente por no vestir de rojo-rojito. Que no tenga cabida en su gabinete quien no sea obsecuente. Conmigo todos los adulantes. Plata para los poetas y cineastas que se arrastren. Hasta para los obispos comprensivos que me den la extremaunción en público y por TV.
Su banalidad se expande en explicar tonterías. El pueblo está obligado a oírlas. Sus áulicos asienten y desde los canales oficiales hacen coro a sus insultos y sus necedades. Por supuesto, nada de esto es gratis. Igualmente pasan por taquilla. Con premios nacionales o con ediciones que nadie compra pero que son bien pagadas.
Ya falta menos. El show se acaba o se va la luz.