Tua culpa, tua culpa, tua culpa
¿Cuántas veces puede aguantar un pueblo la burla y el engaño? ¿Cuántas veces puede la paciencia de una nación soportar la torpeza y la ceguera de su liderazgo? Pues bien, pareciera que en el caso de Venezuela, la respuesta a estas dos preguntas es eternamente.
Y aquí no me refiero a la burla y al engaño oficial, porque después de todo, ese el comportamiento natural que se espera de estas bestias. No; yo me refiero al engaño y a la burla, a la ceguera y a la torpeza, de ese dizque liderazgo que le facilitó al régimen la puesta en escena de una opereta costosa y rococó, con la cual mostrarse ante su público nacional e internacional (que lo tiene y muy nutrido) como el cordero que en la piedra de sacrificio, en el último minuto, es rescatado por los ángeles y querubines de la pax revolucionaria: los cientos de motorizados del apocalipsis y los directores (o sería mejor decir ejecutores) del CNE.
Y fíjense que digo dizque liderazgo, porque ya esta bueno, ya la cosa esta pesada, que semejantes ignorantes sigan insistiendo en su letanía de “pacíficos y democráticos”, mientras un país se desangra bajo la opresión y la tiranía del coloniaje, de la esclavitud, de la miseria y bajo la fuerza arrolladora de la ineptitud. Es que acaso semejantes ignorantes jamás han entendido que antes que ser democrática, antes de ser capaz de legitimar su liderazgo en las urnas, una nación debe constituirse primero en una república, una sociedad de ciudadanos libres sometidos a la Ley, así, en mayúscula. Poco más de cuarenta años les tomo a estos mismos idiotas destruir lo poco de bueno de nuestro experimento “democrático”, precisamente por la misma razón: mientras millones se gastaban en carnavales electorales, en ferias de simonías civiles, el Estado de Derecho era erosionado y moldeado al gusto de sus caprichosos bufones y ante la euforia y embriaguez de una nación de cómplices.
Y esta triste novela continua siendo nuestra realidad, más allá de los benditos cuarenta años. Claro, ayer fue la coronación. Conscientes de que en Venezuela, la bolivariana, hay menos ley que nunca, que el estado de derecho es una puta barata que se revuelca en el entrepiernas del tirano de turno, nuestro liderazgo nos empuja de nuevo al abismo, al precio no de sus vidas, porque los pocos de sus mártires ya están muertos o presos, sino de las nuestras. Sin árbitro imparcial, con su uniforme gastado de tantas luchas y tantos fracasos, Venezuela salió desde tempranito a una cancha convertida en arena romana, para ser masacrada y humillada en nombre de la paz y de la democracia. Mientras, sus entrenadores veían el partido desde la distancia, con sus uniformes limpios y zapatos bien lustrados, recelosos de ellos mismos por supuesto, calculando a ver como cada uno se beneficiaba más o menos de una derrota predicha e inevitable.
Ojalá que la gente en Venezuela entienda por fin que su peor enemigo no es un Chávez inepto y holgazán, el peor dictador de nuestra historia, ocupando una presidencia a la que renunció hace dos años y que le fuera devuelta in-constitucionalmente y con la anuencia y complicidad, intencional o no, de la OEA y de los Carter’s boys. No. El peor enemigo de nuestro país es este liderazgo burdo y anacrónico que, con una torpeza e idiotez nunca antes vista, sólo ha servido para solidificar y fortalecer una de las tiranías más ineptas e irresponsables de nuestra historia. Ya basta de la retórica y verborrea seudo democrática y pacifista. Jamás construiremos una verdadera democracia si antes no restauramos la República, si antes no rescatamos los derechos individuales a su lugar supremo, y si antes no consolidamos la supremacía de la Ley y el Estado de Derecho por encima del capricho de demagogos y bufones.
Más de cien años le tomó a nuestro país construir una República, desde la declaración de independencia hasta su consolidación definitiva en la primera mitad del siglo XX, curiosamente bajo una dictadura mil veces más ilustrada y eficaz que la caricatura que hoy sufrimos. Luego, medio siglo tomó hacer de esa República una democracia, imperfecta pero con aspiraciones, hasta que irresponsablemente la asesináramos en poco más de un cuarto de siglo de gobiernos de borrachos y decrépitas marionetas. Ahora, de nuevo, bajo el liderazgo de esos mismos que por años destruyeron y corrompieron las bases de nuestra República, prostituyendo la ley y manipulando el estado de derecho a su capricho, continuamos insistiendo en ferias y circos electorales para resolver algo que sólo se resuelve de un modo: con la espada en las dos manos.