Triunfo político y crisis social en Venezuela
Desde hace unos cuarenta años, Venezuela se encuentra atravesada por una frustración que es política, social y económica, pero sobre todo de sentido y de contenido. Ubiquémosla allí y dejemos para otro momento el pasado remoto. Casi medio siglo es suficiente para sacar algunas conclusiones. Podríamos afirmar, sin ambages, que es una crisis histórica y profunda del proyecto nacional. Eso que llamamos hoy o presente, es parte, escalón ya fatigante de un deterioro sostenido que no sabemos hasta cuando pueda llegar ni hasta dónde pueda ser soportado por un país en vías de extinción. Dentro de esa cruda y real perspectiva es que hay que entender este tiempo. Ruda por extensa, intensa, tenaz, desalmada, agotadora y repetimos, sin fecha fija de expiración.
En estos últimos cuarenta años se ha requerido de una heroicidad sin límites, pues millones de venezolanos, generaciones completas han debido soportar, acomodarse, pero también rechazar con luchas o con silencio de piedra un supuesto destino cumplido cual un vicio. Venezuela, tantas veces se ha dicho hasta la coronilla, y yo repito, pudiera ser uno de los países más prósperos y con mejor calidad de vida del planeta. Por sus recursos, su vitalidad humana, posición geográfica y tantas cosas más. Pero más verdad aún que lo anterior, es que no hemos podido encontrarnos a nosotros mismos en un espejo que nos refleje estando de acuerdo en andar juntos por largo trecho. Siempre hemos andado siendo sin llegar a ser. En gerundio.
No es racial la causa de nuestras penurias, ni económica, ni geográfica, ni histórica, entendiendo el pasado como causa y no cual resultado escrito a priori. El temblor es de cultura, del sentido íntimo para comprender y llevar al otro en nosotros y viceversa. Agréguele el caudillismo, la dictadura, el militarismo, el golpismo, el “guerrillerismo”, como formulas anti ciudadanas y antidemocráticas para llegar al poder y mantenerse en él. Súmele usted la riqueza fácil, el petróleo, la corrupción, el éxito gratuito. Añádale África y los negros, España blanca, indios cobrizos, mestizos de todos los colores y sabores. Ponga todo eso sobre el fuego de los intereses extranjeros en la olla de una dirigencia nacional de piernas flojas y se encontrará al final, ¿con quién?, con Hugo Chávez Frías en el espejo. ¿Quién más podía salir de ese sancocho sino él o alguien parecido? Ni él mismo se lo imaginó jamás. “Yo no soy sino una brizna de paja en el viento”. Lo que pudo ser un trampolín se convirtió en una piscina vacía.
Mas si somos agudos pudiéramos entrever, en esta larga historia, que Chávez representa el capítulo final de ese sostenido desmadre que hemos sido. Él es el capítulo de cierre, el personaje principal del cual él mismo no puede huir pues no se puede deslastrar de lo que carga encima que es ser el representante más genuino de la política que afirma aborrecer. Por eso se desgañita, burla, irrumpe, invade, suda, no se halla a sí mismo, padece alergia de sí, porque en el fondo sabe o esconde la verdad, que él es el más probado representante de la Venezuela fracasada, él es sin aceptarlo, el sepulturero de una época y su drama estriba, para ser coherente consigo mismo, en que tiene que enterrarse él también. Pesa sobre su espalda un destino de cicuta. El problema que amarra a Chávez, su conflicto más íntimo, es que él no acepta ser quien es, es decir, expresión fiel de lo peor del funtofijismo.
Por eso es que al mirar dentro de la crisis existencial de Venezuela, Chávez representa el pasado que no queremos repetir y que él ha logrado, con todos los recursos a su favor, dilatar. Es en suma, el último mohicano de la vieja política, por eso si somos agudos y valientes pero sobre todo persistentes los que creemos que el país pudo y puede ser otro, tenemos que entender que lo que estamos experimentando es la metástasis de un organismo que boquea, que se resiste a su fin. Y así como se asoman los estertores, también aparecen destellos más o menos claros, a veces confusos, de un porvenir mejor.
La victoria electoral del 26 de septiembre pasado es parte de esa realidad. Ese triunfo constituye un éxito político incontestable de la oposición democrática, plural, de ciudadanos que están hoy revitalizando con acciones, votos y opinión a los partidos tradicionales o a nuevos que han ido apareciendo en esta larga sequía democrática. Y este es un dato sumamente importante. En el país, en las regiones, pueblos, barrios, caseríos, hay una ebullición crítica que persigue y está encontrando cómo convertirse en un río para dejar de lado la soledad y el autismo que la frustración colectiva e individual imponía.
Por otro lado, esa victoria electoral ha tenido un efecto cualitativo importante en el estado de ánimo y la actitud del gobierno que ya dura doce años que parecen un siglo. Quiérase o no, el chavismo, movimiento informe de ciudadanos se ha ido restringiendo a sus más ardorosos y enchufados militantes, en los que privan más los intereses que las convicciones. Los ultrachavistas son menos de los que parecen, más radicales, convencidos militantes que gozan de todos los beneficios habido y por haber, económicos por una parte, y de auto satisfacción psicológica por otra, al saberse tocados por la mano del líder.
Esta victoria electoral del 26 de septiembre ha desordenado para bien el mapa político nacional y la vivencia diaria y humana del chavista que antes creía que sólo faltaban dos brochazos para concluir su desvencijado proyecto de socialismo del siglo 21. Me imagino que hay un ala que se ha radicalizado y otros que ven las cosas ya de otra forma frente al resultado electoral. El Presidente Chávez, el máximo líder, oscila ahora entre estos dos territorios complejos. En su última intervención frente a la nueva Asamblea Legislativa, mencionó la palabra diálogo, habló de hacer política juntos, tocó temas que hasta ayer ni siquiera había tomado en consideración, como el de la inseguridad ciudadana por ejemplo. Se mostró conciliador hasta para repartir culpas y hay que tomarle la palabra, que tiene de verdad lo que el cálculo y el olfato político humanamente le permiten. Y a veces se asoma en su espíritu, romántico yo, una cierta franqueza en la que creo pero que nos dura tan solo unos segundos hasta que la oposición o los suyos le hacen retroceder a sus viejas trincheras.
Y la victoria electoral del 26 de septiembre pasado es parte de esa historia. Así no lo queramos admitir porque hay quienes desean batallas épicas y contundentes. Nosotros aspiramos a la aplicación plena de la Constitución, a la salida electoral y democrática. La verdad clara es que hay un país antes del 26 S y otro después. Esos resultados electorales son o constituyen un triunfo político incontestable de la oposición democrática venezolana hacia adentro y hacia el exterior, y una derrota para Chávez y el chavismo que debe estar repensando aquél viejo bolero que decía “que más que amor, frenesí”.
Los llamados de importantes militantes del PSUV a romper con la ausencia de discusión interna que impera en su seno, los llamados al diálogo del Presidente que hay que precisar para ponerlo en evidencia y otros, son detalles que valen un rubí. Ya no es lo mismo de antes, la cosa les cambió, el país ya no es de ellos así sigan expropiando a diestra y a siniestra, las cosas cambiaron de un lado y de otro, tanto para la oposición como para el gobierno. Ahora se miran otras caras en la Asamblea Nacional, por ejemplo, se percibe en la oposición una ambición personal y colectiva más sólida, más unida, más sincera. La casa ya no es de los chavistas nada más, ahora se dieron cuenta que tienen que compartirla, discutir, sentarse en comisiones, deliberar. Ahora se los tienen que calar así no les gusten y tienen que llegar necesariamente a entendimientos, a aprender a vivir en un mismo territorio. El país habló y dijo lo que los chavistas se negaban a oír, no querían saber y es que el país no es de ellos y que no nos vamos a dejar estrangular así como así y para colmo aplaudiéndolos.
El triunfo del 26 S no se debe olvidar, hay que exprimirle el jugo, convertirlo en éxito más que en noticia o estadística, en fiesta colectiva que se oiga, que se repita, para darle emoción y pasión a una realidad de hoy que hace tan solo unos meses era inconcebible. Podemos ganar las presidenciales del 2012. Sin aspavientos, escríbalo. Será éste un año duro y sin tregua, pero con tesón y persistencia podremos convertir este éxito electoral reciente en fuerza política indetenible para llevar adelante un proyecto de profundo cambio guiado por los partidos políticos y por el poder social que los acompaña y escruta como nunca. Para algo ha de servir esta traumática experiencia.