Opinión Nacional

Tren (es) de velas

Intentar la reconstrucción del llamado Polo Patriótico es otra de las fórmulas desesperadas de un gobierno que la proclama, pero no sabe aún qué es y cómo hacer una revolución a estas alturas de la historia, entendiéndola como aquello que jamás nadie ha visto. El otrora poderoso tren que partió de Yare está aquejado por la lentitud de sus desaciertos, con el abandono de los que rindieron una espléndida devoción a la coyuntura.

La política seguirá transitando el camino de las complejidades radicales, insubordinada frente a los iluminados de la hora. No hubo siquiera una concepción novedosa de los medios de los que se valdrían para andarlo, contentándose – a lo sumo- con el mítico cuarteto de los comandantes, una ocurrencia que no pisa siquiera los terrenos de la sociología partidista en Venezuela, para beneplácito de los que hoy concurren al llamado Comando Político de la Revolución, pieza no menos curiosa en la alforja de los futuros investigadores.

Lo cierto es que la propia incapacidad política del régimen, lo llevará a aprovecharse cada vez más de los prejuicios que ha suscitado y pueda suscitar, convertido en un tren de velas abiertas. Y esta apuesta por los vientos que, por cierto, también la hace un sector de la oposición, sugiere la entronización de una violencia fundamentalista, convertidos todos en prisioneros de la política como patología (*), mutadas la orfandad de ideas y la simplicidad de iniciativas en vagones dispersos y vacíos, descarriados y solitarios, prestos a atropellarnos en un abigarrado paisaje de municiones.

Recordemos las lecciones de intolerancia propinadas (sic) en medio del auge chavista, por ejemplo, cuando tuvieron que juramentarse los diputados regionales de la oposición que alcanzaron una mayoría contundente de los votos tachirenses, a pesar de las trampas. El “indraísmo”, si puede bautizarse como tal un capítulo de la sociología electoral y de la propia psicología social de la Venezuela reciente, movilizó a las huestes oficialistas, por entonces espontáneas, para agredirlos aún cuando – por una parte – lograron capitalizar el voto constante y sonante de sus conciudadanos, los definitivamente cuestionados, y –por otra- ondeaba el triunfo nacional del comandante por la vía del sufragio.

De modo que, en las postrimerías, la intolerancia se hará más estridente como la única carta disponible para sobrevivir a las dificultades reales e imaginarias, pues, quizá en la agenda comicial de los meses venideros tampoco podrán apelar a empresas como Indra para arquitecturar el éxito, el mismo que no alcanzaron los que después se revelaron como artificios partidistas. No es una exageración aseverar que la inducción de las enfermedades mentales, el abuso sexual de los menores o el daño físico del patrimonio ajeno tienen sus equivalentes en el modo de hacer “política”, como si obraran las consabidas sectas religiosas destructivas.

La impunidad queda convertida en el emblema programático del gobierno, pues, independientemente de los famosos bonos o el no menos célebre caso del FIEM, las mujeres son agredidas, alguien jura desinhibidamente ante las cámaras asesinar a un parlamentario, las mujeres son agredidas con bastones eléctricos, el automóvil de César Pérez Vivas es tiroteado o Antonio Ledezma es objeto de un salvaje ataque: el oficialismo no encuentra otra razón que esgrimir a los seguidores que padecen por igual el alto costo de la vida y el desempleo. Ahora, ensayará otra fórmula y, como un saldo dramático del vacío, queda la constante reinvención de otras que, en algo, ayuden a evitar la peor de las caídas: las que sobrevienen en medio del aburrimiento colectivo.

(*) Al respecto, luce interesante: P. Cubero – J. F. Artaloytia – J. Jansá. “La militancia sectaria como un estado de dependencia”, en: (%=Link(«http://personal.redestb.es/ais/cubero.htm»,»http://personal.redestb.es/ais/cubero.htm»)%)

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