Tremendo país el que teníamos
Peor que alimentos podridos es un régimen podrido. Y de ambos tenemos.
Es cierto, hasta 1998 teníamos un gran país, bueno un país. Con gente trabajando, estudiando, invirtiendo, sembrando, produciendo, investigando. Gente sin empleo, tipos truhanes, corruptos, criminales, ladrones, flojos. La gente venía no se iba. Ricos, menos ricos, pobres, marginales. Una clase media fuerte y pujante.
Con autopistas y carreteras buenas y menso buenas. Con hospitales y escuelas en buen estado, en regular estado y desmanteladas. Había luz y agua potable y de cundo en vez se iban. Teníamos prensa, radio y televisión libre aun cuando en algún mal y contado momento un funcionario de epidermis muy sensible intentaba amordazarlos. Las morgues funcionaban normalmente, sin exceso de cadáveres.
Las cárceles atiborradas y de vez en cuando un motín, lo que ocasionaba que cesantearan al Director del penal. Las universidades con déficits presupuestarios, pero al final un crédito adicional les ayudaba a palear la situación. Los gobernadores de Estado mandaban y ejecutaban en sus territorios y los alcaldes en los suyos. La AN o mejor dicho el Congreso, legislaba con cierta independencia y autonomía, así también actuaban los magistrados de la Corte, los contralores y fiscales y los jueces.
El órgano electoral conducía los procesos electorales con bastante transparencia y credibilidad y a últimas horas de la tarde del día electoral sabíamos los resultados. El primer mandatario nacional era “ciudadano presidente” y no “mi comandante en jefe”. Las FAN eran apolíticas, jugaban para todos y para ninguno de los equipos.
Había Constitución y mal que bien se respetaba. La bandera, el escudo y el himno eran de todos, al igual que el canal 8. Bolívar era nuestro Libertador, no ningún líder socialista. Los funcionarios públicos se vestían del color que mejor les sentara y eran recatados al expresar sus preferencias políticas. Algunas veces, los menos, un funcionarito de segunda pedía el carnet del partido para dar un empleo.
No había lista de ninguna especie. La Iglesia se respetaba y no se diga a un cardenal. Teníamos gobiernos con defectos y errores pero gobernando y tratando de resolver los problemas de la sociedad. Y la gente reclamaba, quemaba cauchos, trancaba calles, le caía a piedra a la policía y a la GN, hacía huelgas, pedía aumentos, exigía sus derechos y ni de vaina decían “mi presidente es que usted no lo sabe, lo están engañando, ayúdenos”.
En fin que teníamos un país como hay muchos en el mundo. No es que éramos algo excepcional no, éramos igual a muchos otros países del orbe, sobre todo a aquellos países cuyo régimen de gobierno era democrático. Pero parece que muchos no lo sabían o se hicieron los pendejos. Pero llegó el comandante y mandó parar.
A partir de 1999 todo cambió. Llegó un orate con un proyecto sacado del Período Jurásico rodeado de unos cuantos insepultos y vivos, engañando a muchos incautos y lo trastocó todo.
De aquel país de 1998 sólo nos está quedando el recuerdo. Y la verdad es que qué bueno, fuerte y grande era lo que teníamos que a casi ya doce años de esta pesadilla todavía tenemos país. Pero ¿hasta cuándo podremos aguantar? ¿Cómo haremos para terminar de convencer a los que todavía creen en el mesías militar? ¿Cómo hacerles entender a los que todavía piensa en el “paraíso prometido” por el más grande, demagogo y amoral gobernante que jamás hayamos tenido, que es falso, que es una inmensa mentira, que es un burdo engaño?
Que vamos, nos lleva, derechito hacia el peor de los regímenes de gobierno, a lo que ya fracasó en el mundo entero y que sólo existe en uno que otro país depauperado y miserable, con dictadura de un sólo hombre y totalitarismo brutales. Es decir, sin eufemismos, al COMUNISMO. El mismo comunismo que fracasó en la URSS, en las repúblicas del este europeo y que en la actualidad acogota y llena de atrocidades y miserias a los pueblos de Cuba, Norcorea. El que usa los mismos métodos del fascismo. Un solo hombre mandando y todos los demás obedeciendo ciegamente.
Con todo soy optimista. Los pueblos siempre se levantan, más temprano que tarde. Mucho más temprano que los cien años predichos por Neruda. Y ya jurungaron los restos del Libertador.
El mismo que dijo entre muchas otras cosas: “Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder” y añadía que “Un país que está pendiente de la vida de un hombre…corre tanto riesgo como si lo jugaran todos los días a la suerte de los dados”.
Porque, sentenciaba “El poder sin la virtud es un abuso y no una facultad legítima”. Armas tenemos y muchas. El voto y el 350. Pero hay que usarlas. Ya se acerca el primer combate de esta guerra.
El 26 de septiembre hay que salir a votar para elegir una auténtica, legítima, independiente y autónoma Asamblea Nacional. Hay que cuidar los votos emitidos, sin miedo. Y de seguro venceremos. Patria, democracia y vida. Venezuela volverá a ser el país que teníamos y mejor. Seguro.