Tragedia y fatalismo
Hoy tiene más vigencia que entonces. Para este momento no hay instrumentos institucionales que puedan detener la destrucción de la democracia. Queda muy poco de ella. Vivimos al filo del abismo. Quizás ya estamos rodando cuesta abajo, si por abismo entendemos consolidar a este régimen castro-comunista o como quiera llamarse. Lo cierto el infierno está cada día más cercano. Los insultos, agresiones obscenas y violencia física e institucional de los últimos días, hablan por sí solos. Maduro, Cabello, Jagua y ese almirante “en jefe” Molero, actual ministro de la defensa, parecen una junta de gobierno de tercera categoría que sólo pueden apelar a la represión para mantener al gobierno de facto que teóricamente encabeza el impedido Hugo Chávez Frías desde La Habana. Carecen de toda legitimidad ética y legal, pero están allí, instrumentos conscientes de quienes dirigen todo desde el exterior.
Las fuerzas armadas perdieron el monopolio de las armas. Hoy las comparten con paramilitares, uniformados o no, con bandas del crimen organizado y con unas neopolicías tan ineficientes como corrompidas. Se libra una verdadera guerra que sale de las sombras a la luz pública. No olvidemos que cuando las balas dan en el blanco preciso… comienza la guerra. Quien promueve una confrontación innecesaria puede ser irresponsable y hasta criminal. Pero quien la evita cuando es indispensable librarla por razones de principio y de interés nacional, puede calificarse igual y hasta de cobarde.
Nadie sabe como salir definitivamente de esta crisis. Los cauces normales están agotados y las gestiones políticas, hechas de la mejor buena fe, han fracasado. La dirigencia opositora tiene que entender que en sus manos está permitir la destrucción de la República o impedirlo, luchando por su reconstitución, aunque tenga que ofrendar la vida en el intento. Todos sabemos que enfrentaremos un temporal de resultados inciertos, pero precisamente por eso, los dirigentes tienen que asumir graves responsabilidades. Hasta los más idiotas entienden que el país está dividido. Civiles para todos los gustos y militares silenciosamente al borde de la confrontación interna, son signos inequívocos de lo que está por llegar.
A 21 años del 4F-92