Todo tiene su tiempo
Estos mentecatos de Chávez y su pandilla, creyeron que la vida y el ejemplo de esa legión de gigantes paridos por el siglo XX Venezolano, donde se encuentran entidades tan potentes y telúricas como Rómulo Betancourt, Rómulo Gallegos, Andrés Eloy Blanco, Luís Beltrán Prieto Figueroa, Raúl Leoni, Leonardo Ruíz Pineda, Alberto Carnevalli, Manuel Pérez Guerrero, J. P. Pérez Alfonso y tantos otros que construyeron ese sueño fantástico conocido como Acción Democrática, pasaron por esta tierra sin dejar huella, sin fructificar semilla productiva, sin dejar a nadie que se atreviese a recoger esa hermosísima bandera. Otros gigantes ubicados en distintas trincheras como Rufino Blanco Bombona, Mariano Briceño Iragorri, Mariano Picón Salas, Jóvito Villalba, Arturo Uslar Pietri, Pancho Herrera Luque, Alberto Adriani, Manuel R. Engaña, Armando Gabaldón, Marcel Roche, Román Cárdenas, Arístides Calvani, Rafael Caldera, con todo la reserva que siento por él, pero sería mezquino omitirlo, el recientemente fallecido Luís Herrera Campins, cuya gestión de gobierno critiqué acerbamente pero a quien no puedo negarle que su vida toda fue un monumento de ejemplo de dignidad de inteligencia, de máxima cultura, austeridad y honestidad personal. No podría mencionarse aquí ni siquiera al 10 por ciento de los grandes hombres del siglo XX venezolano. Quiero detenerme en dos, que hoy están sometidos a un ostracismo injusto, inmerecido e ingrato como los son Jaime Lusinchi y Carlos Andrés Pérez, tanto el uno como el otro son y han sido víctimas de una despiadada cacería, que aprovechándose de errores reales, cometidos por ellos y magnificados miserablemente por la lengua engañadora de falsos profetas, en la operación de demolición de la institucionalidad democrática iniciada por muchos de quienes son hoy objeto central de la persecución de quien creyeron ellos sería instrumento de sus venganzas y ambiciones personales y terminó convirtiéndose en un Frankenstein con la potencia de un Godzilla, que se revirtió contra sus constructores y contra todo lo que de positivo habría creado el “logos” o “la musa” de todos los grandes hombres mencionados u omitidos con anterioridad.
Hoy, tanto Lusinchi como Carlos Andrés Pérez, viven momentos cruciales de su existencia, en una casi soledad, sin el calor del pueblo que los forjó y que disfrutó ampliamente de sus ejecutorias como gobernantes. Lo más triste es la ingratitud de todos aquellos que medraron e hicieron fortunas a la sombra de estos líderes, y que hoy, como el Pedro del canto del Gallo, niegan rotundamente haberlos conocido.
Lusinchi, entre muchos aciertos, provocó una revolución en Venezuela, cuando rompió el monopolio que las familias Cisneros y Phelps tenían del espectro televisivo nacional, cuando concedió el permiso de funcionamiento de Televen y de una serie de televisoras regionales, lo que sirvió de acicate para la formación de liderazgos regionales y para que el pueblo ampliara sus oportunidades de hacerse escuchar.
Carlos Andrés Pérez, para desgracia de Hugo Chávez y sus serviles acólitos, se ha convertido en un indeseable elemento de comparación para con él. La vocación democrática a toda prueba, su firmeza en el apoyo a la descentralización, y el devolverle a la Provincia el poder de decisión que por largo tiempo le impidió el centralismo caraqueño. Su decidido impulso a la elección directa de Gobernadores y Alcaldes, con la consiguiente transferencia de competencias, el respeto a la soberanía y decisión de las regiones a elegir representantes de corrientes políticas opuestas y enfrentadas al partido de gobierno, y el respeto y consideración debido otorgados en todo momento a esos funcionarios electos por voluntad popular, aún cuando pertenecían a toldas distintas, es prueba de ello. Esos funcionarios han sido testimonio de denuncia a la grosera actitud de Hugo Chávez, quien se da el lujo de despreciarlos en sus propios territorios de mando, y ha llegado al extremo de impedirles visitar sitios públicos ubicados en su área de influencia, o así como visitar Estados y Municipios sin que Gobernadores y Alcaldes sean siquiera notificados de su presencia por decir lo menos.
El estoicismo de Carlos Andrés Pérez en el absoluto acatamiento de los mandatos de los Poderes Públicos, aún cuando le fueran adversos, es una lección que partidarios y adversarios de él admiraron, y aún hoy admiran. No pensó nunca en buscar atajos o en imponerse por la fuerza. No necesita que se hagan costosísimas campañas publicitarias para hacerse llamar demócrata o líder. Como los buenos productos, no necesita vender sus cualidades, todos las conocen.
Llegó la hora, de quienes como el Príncipe Siddartha Gautama de Hermann Hesse, “sabemos leer, sabemos escribir, sabemos esperar y sabemos ayunar”, también sabremos actuar y apartar a los prevaricadores y amantes del latrocinio, que desencantando al pueblo, lo entregaron en manos de este encantador de serpientes, de este flautista de Hamelín, de pacotilla. Cada quien goza cuando le toca, a los mentecatos se les acabará el gozo antes de lo que creen. Todo tiene su tiempo.