Tocar, luchar y desafinar
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Hace algunos meses sentí el impulso irresistible de releer uno de mis libros
predilectos de juventud «El Mundo de Ayer. Memorias de un Europeo», de
Stefan Zweig. No fue solo la maestría narrativa del escritor judío vienés lo
que me llevó a comprar de nuevo el libro y a leerlo con pasión; sino el
inventario minucioso que va haciendo Zweig del derrumbe de esa Europa
ilustrada que fue su mundo: desde que nació en 1881 hasta que lo vio
desmoronarse con el arribo del nazismo en la Alemania de 1933 y con la
rápida adhesión de sus compatriotas austriacos, a la ideología y odios
raciales del paisano Adolf Hitler. En la medida en que se va avanzando en la
lectura se comprende la decisión de Zweig secundada por su esposa, de
suicidarse ambos aún cuando estaban a salvo en la plácida ciudad brasilera
de Petrópolis.
Uno de los capítulos está dedicado a la estrecha relación que tuvo con
Richard Strauss, a quien el mismo define como «el último de la gran
generación de músicos alemanes de pura sangre constituida por Händel,
Bach, Beethoven y Brahms». Ambos trabajaban como compositor y libretista en la
ópera «La Dama Silenciosa» y estaban por terminarla cuando el partido
nacional socialista de Hitler accedió al poder. Al poco tiempo, «incluso después
que Furtwangler se rebeló públicamente» (al gobierno de Hitler) Strauss
aceptó la Presidencia de la Cámara de Música del Reich nazi. Dice Zweig que
Richard Strauss era un hombre a quien la política le interesaba muy poco,
pero sin embargo daba demostraciones públicas de obsecuencia y de admiración
al régimen. Y, para completar lo incomprensible del cuadro, insistió hasta
que fue el propio Hitler quien lo autorizó, en que «La Dama Silenciosa» se
presentara, a pesar de la estricta prohibición de que autores judíos figuraran en esa o
cualquier otra actividad.
Alguien quiso borrar el nombre de Zweig de la matriz del programa y Strauss
lo escribió con su propia letra. Y así defendió a capa y espada a Zweig
hasta que la obra fue prohibida en 1934. Zweig había logrado salir de
Austria y refugiarse en Londres; Strauss le envió una carta expresando su
repudio por lo que ocurría en la Alemania doblegada por los nazis. El
destinatario recibió solo una copia fotostática, lo que significaba que la
GESTAPO había interceptado la carta y el más grande compositor alemán del
siglo XX fue destituido de su cargo. ¿Por qué si despreciaba tanto a los
jerarcas nazis y aborrecía sus actos, aceptó servirles y hasta adularles?
Zweig mismo lo narra: sus nietos (hijos de su hijo) a quienes amaba con
locura, tenían una madre judía y él creyó que así podía salvarlos.
Este episodio ha regresado a mi memoria a raíz de las reacciones adversas –
en muchos casos de indignación- que ha causado la presencia del maestro José
Antonio Abreu en el programa «Aló Presidente» del domingo 2 de septiembre;
y sus declaraciones en ese momento así como las publicadas el miércoles 5 en
los diarios El Nacional y El Universal, de Caracas. Nunca, en casi nueve
años, he visto por más de tres minutos el reality show dominical del
teniente coronel Chávez; gracias a eso no padezco de úlcera estomacal, de
insomnio y no me he visto obligada a visitar -por ahora- a ningún psiquiatra
Pero no faltó quien me echara los cuentos del anuncio de Chávez de crear la
Misión Música, de la supuesta auto adjudicación que se hizo de las glorias
conquistadas por la Orquesta Nacional Juvenil Simón Bolívar, etcétera.
Leí con detenimiento las ya mencionadas entrevistas al maestro Abreu, pero
primero que nada vi las fotos temiendo que apareciera con una gorra roja y
una franela que dijera «Uah Chávez no se va» o «Socialismo, Patria o Muerte».
Por suerte las fotos lo mostraban con su acostumbrado traje con chaqueta,
camisa de cuello y corbata. Pero mi asombro fue enorme cuando leí en el
reportaje de la periodista Olivia Liendo, en El Nacional, que Chávez había
reconocido la creación del sistema de orquestas juveniles como «algo que
llevaba mucho tiempo, desde mucho antes de nosotros llegar al gobierno
y que no todo lo pasado fue malo». Quizá sea esta la primera vez desde que
comenzó la tarea demoledora del Terminator de Sabaneta, que éste reconoce algún
logro promovido por gobiernos anteriores. Y no podía ser de otra manera
porque la prensa inglesa ya había reaccionado indignada ante el reparto, al
concluir la apoteósica actuación de la Orquesta Nacional Juvenil bajo la
dirección de Gustavo Dudamel, en los Proms de Londres, de un folleto
adjudicándole los méritos al gobierno chavista. En los más prestigiosos
diarios ingleses quedó claro cómo había nacido el movimiento de las
orquestas infantiles y juveniles y de qué manera todos los gobiernos
venezolanos desde 1975 lo habían apoyado.
Puedo decir con orgullo que fui no solo testigo del nacimiento de la
criatura, de ese hijo único a quien José Antonio Abreu ha dedicado más de
treinta años de su vida, sino de las personas que desde un primer momento
creyeron que Abreu no estaba loco, que no se quería robar unos reales, que
no se trataba de una fantasía, de una viveza ni de un disparate. Me consta
cómo debió empecinarse para que su voluntad avanzara entre los comentarios
destructivos del mundillo cultural y seudo cultural venezolanos, los más
iconoclastas del mundo y sus alrededores. Fui testigo de su paciencia y de
su carencia total de falso orgullo, cuando les hacía antesala a los
diputados que discutían la ley de presupuesto de cada año. Y de su presencia
día tras día en la Cámara para defender las partidas de sus orquestas.
Siempre le resbalaron las burlas a proyectos como enseñar violín a los
indios pemones; jamás se desgastó en polémicas ni en diatribas. Y se llevó
bien con todos los gobiernos porque lo único importante era que su hijo
único viviera, creciera, se desarrollara y llegara a adulto, como ha llegado
rodeado de la admiración internacional primero, y de la nacional por rebote
No comparo al régimen chavista con el hitleriano, aunque puedan tener algunas coincidencias.
Tampoco a José Antonio Abreu con Richard Strauss, porque hasta ahora no le he oído ni leído loas
al régimen. ¿Está agradecido por el apoyo económico y por la extensión del programa musical?
Pues yo también lo estoy y deberíamos estarlo todos ya que lo natural habría sido que el socialismo
del siglo XXI, como ha sucedido en otros casos, liquidara esa obra grandiosa. ¿Qué hay el temor
de que los miles de muchachos que se integren a la Misión Música se transformen en guerrilleros, milicianos, delatores, represores, robots, etcétera? Estoy más que segura de que no ocurrirá ni aún
queriéndolo el régimen: los alemanes de la posguerra a partir de 1945 y los nacidos en países que
estuvieron décadas bajo la opresión comunista soviética, son la prueba de que nadie es capaz
de lavar de por vida los cerebros de un pueblo. Y por último, me niego a que le regalemos a
Chávez, arrinconándola con odios, una obra que es patrimonio de todos los venezolanos.