Tiene razón el negro Chávez
Lo llamo negro pues antes de su llegada a Miraflores los venezolanos usamos la expresión en tono de auténtico afecto hacia los amigos entrañables, hermanos, o alguno de los hijos a quien Dios nos manda pasado de horno. Y es que felizmente, nuestro mestizaje cósmico -así lo llama Vasconcelos- hace que en cada familia tengamos a un indio o chino, un desteñido o catire, y otro, golpeado por el sol y acariciado por la luna, nuestro negrito consentido. Hasta el café que tomamos y del que no podemos prescindir lo reclamamos a diario diciendo ¡dame un negrito!
El cuento viene al caso puesto que hoy, después de 13 años de confrontarlo, le doy la razón al negro Chávez. Dice que la confrontación planteada para octubre no es entre dos candidatos, sino entre dos proyectos. Y de entrada le pido que no se ofenda con lo del negro, pues para iniciar este «diálogo nacional» al que tanto apuestan algunos de los opositores de la vieja guardia -las manipulaciones de color son de mal gusto, extrañas a lo genuinamente venezolano.
Si hablamos de proyectos basta pues con esto de negros e indios contra la oligarquía; pues si a ver vamos nada más monárquico y oligárquico que nuestro pueblo zambo y de cuarterones hacia 1810 y 1811; cuando los mantuanos de Caracas -con los Bolívar a la cabeza- los engañan y les dicen que la Junta instalada es conservadora de los derechos del Rey Fernando.
¡Y no venga a decirme el negro Chávez, como intenta decirlo pero no se atreve mi otro negro querido, el presidente Obama, que existe una lucha de clases -lo repite en coro el más que flemático consejero de Estado, Roy Chaderton- prorrogada hasta el presente. Lo veraz -eso lo sabe el negro Chávez como nadie- es que la característica que nos domina es la traición, que es daltónica. No la discriminación. De ser así el negro nunca pudo llegar a donde llega con el voto de las mayorías y el aplauso furibundo de los lavaditos del Country. Simón José Antonio de la Santísima Trinidad traiciona a Miranda ante los realistas y Gómez traiciona a Castro ante los gringos; tanto como el negro Chávez nos traiciona ante nuestros invasores cubanos y los guyaneses.
¿En qué quedamos, entonces?
Dejo para otra ocasión los detalles sobre el «otro» proyecto. Por lo pronto me ocupa el del negro Chávez y el problema es que su proyecto -que es ajeno y comprado afuera- se lo diseñan y manejan los gallegos Fidel y Raúl, desde La Habana. Nuestros negritos de Barlovento, en territorio que gobierna el adversario Capriles, para nada cuentan. El negro Chávez no quiere a los negros suyos. Las morocotas de su real tesoro las administra y dilapida con furia de capitalista el carapálida de Ramírez, y su par, la muy ibérica Dilma Rousseff, nacida en la tierra del negro Pelé, es quien mejor nos explota a nombre del socialismo del siglo XXI.
De modo que, para votar por el negro Chávez -a cuya raza le canta primero y con afecto genuino el poeta adeco Andrés Eloy, debe rescatarnos de la Galicia cubana y usar como escoltas a nuestros negros de Chuao en defecto de sus importados desde Pinar del Río o Camagüey. Votaría por él si su proyecto viaja en Conviasa y no en Cubana de Aviación, y cuando vuelva a montarse en el camastrón, devolviéndole a la capitalista Air Bus su aeronave saudita y de origen ario. Sobre todo votaría por nuestro negro cuando ponga a la cabeza del Parlamento al negro Aristóbulo, el segundón de su proyecto, y sustituya al «ojitos azules» cuyo nombre mascullan los brockers suizos.
Y no es burla lo que digo. Si el negro Chávez deja de discriminarme llamándome catire -a pesar de que a mi bisabuela la confundo con el hollín- y sobre todo, si se deja de esas cosas que nos hacen tanto daño como país y que denuncia el negro Aponte; y si cambia al narcoestado mafioso que a diario cobra vidas café con leche en La Planta y en la calle, y nos da un país más normal y decente, a lo mejor puede contar con mi voto.
De lo contrario voto por el candidato «puerta a puerta», quien le ve los ojos a nuestro mestizaje preterido y despreciado mientras la Corte de Barinas se dedica a celebrar la Fórmula 1 y visitar el casino de los príncipes devaluados de Mónaco. Si Capriles no lo logra, sea porque algunos opositores combinados con los gallegos de La Habana y los mantuanos del Consejo de Estado negocian lo innegociable, me busco a otro negro.
El negro Miguel, no se olvide, hacia 1554 monta un Imperio de verdad y no de utilería, aquí mismo, en Venezuela, cercano a Nirgua. Y designa reina y príncipe, y hasta nombra obispo a otro negrito de nuestra querencia nacional. Cuando menos nos respetarían las coronas europeas sin ser un dolor de cabeza para la DEA.