Opinión Nacional

Tiempos para el encuentro con la verdad

            De todas las tareas que el hombre tiene  que realizar en su existencia, la  más  compleja, la más difícil, la de menos posibilidades de que verdad sea,  la cuesta más agreste, la más empinada de subir, es el conocerse  a sí mismo.  La más dura prueba la de  Sócrates, en ese viaje, en esa búsqueda, termina  en la más compleja  decisión, beberse la cicuta. Tras la verdad, Cristo fue crucificado, por eso y nada más, pero en el acto de la crucifixión, mas que cuanto en ella pueda verse desde lejos, hubo un proyecto esencial: Cristo Dios quiso reconocerse hombre. Conocerse hombre.  Conocerse a sí mismo. Probablemente  Gandhi anduvo en ese empeño, conocerse así mismo para alcanzar con la paz la justicia, o con la justicia alcanzar  la paz, deslinde difícil que en manos de la sabia Marienbad queda resuelto, “detrás del postigo de la justicia está la paz”.  Terminó asesinado, lo sabemos.  Quizá  lograron mucho, mucho en su empeño de conocerse a sí mismos, pero no lograron conocer   a los demás.  Einstein, y con él los  genios que hacen del conocimiento su proyecto vital, que no muchos son, intentaron  fundamentar su  auto reconocimiento en  cuanto hallaron en la ciencia y todos los creadores de arte hacen lo mismo…Estos logran saber lo esencial del hombre, aquellos de las cosas,  de saber como funcionan, pero poco logran  en el empeño de conocerse a sí   mismo, reconocerse. Y como no podía faltar,  hubo quien dedicó su tiempo en saber de los demás según las enfermedades que padecen, sin que uno esté seguro si estudiaba la enfermedad o al hombre,  las curables y las otras también, los médicos buenos y los buenos médicos;  las enfermedades que quedaron  incurables, se destinaron al psicoanálisis y a los curas buenos.  Por ahí andamos y no se si se han alcanzado algunos resultados.

            Y nos ha sido difícil  conocernos a mostros mismos,  probablemente porque,  para dicha nuestra, somos eso que llaman desde hace tiempo, animales sociales, pero como todos son eso, digamos  que de alli empezamos y seguimos hasta llegar a ser animales culturales, con lo cual quiero decir que la cultura nos aleja de la primaria, primigenia, originaria condición de meros animales, la que nunca  del todo dejamos de ser, pero ya hemos ido mas lejos del comienzo, con  ese peso a cuestas pero sin que su carga nos impida del todo caminar.  De eso no podemos zafarnos y nos ocultamos y nos justificamos en los defectos de los demás. Este hace esto, yo puedo hacer lo mismo que el y que el otro,   y por qué  no yo. Y así vamos andando, hasta llegar a alcanzar poder, no importa si material o espiritual, a decir verdad este pocas veces ha existido solo, de nuevo los seres especiales arriba citados tuvieron mucho de eso.  Pero el gran poder que lo oculta todo, es el poder económico,  fuente  del poder político,  el burocrático, que tienen la virtud, para repetir lo ya dicho por Shakespeare,  de que la prostituía se transforme  en dama, el delincuente el señor. (El dijo mejor), y yo agrego, con mi envidia a ese señor, que la pobreza, la ausencia de poder, hace de una  buena dama una prostituta, bien porque no alcanza el dinero para comprar virtudes, bien porque tenga que andar tras de su poderoso amante, su fetiche, su ídolo,  para alcanzar alguna cuota de poder y a disfrutar de él en el silencio de la prudencia cómplice  y, en correspondencia, él disfrutar  de ella… así vamos andando y desandando.

            Pues ben, hay tiempos  de los cuales la cultura deja para la reflexión. La cuaresma es uno de ellos. No en balde está entre el día de cenizas, hasta alcanzar la Pascua. Y, no se si por casualidad o decisión divina, esta vez,  coinciden con el día de la amistad y el comienzo de la Cuaresma.  Esta sirva como destinada al diálogo  con Dios, que necesita de la confesión previa, del arrepentimiento necesario y la conversión como decisión final. Lo que ocultemos en la confesión, lo que finjamos en el arrepentimiento, y la hipocresía en la conversión, es pecar a conciencia,  pero con ello nos engañarnos,   creyendo que engañamos a Dios. Y de Dios necesitamos su amistad  y Él reclama de nosotros la fidelidad y la verdad.  La amistad  como conjunción del amor,  de la fe, la razón y el corazón, para que juntos, los amigos se amen en su amor y en el amor a Dios.

            La confesión reclama de una gran ruptura con nuestros prejuicios, con nuestros miedos, porque nos avergüenza decirle al confesor la verdad de lo que hacemos, hemos hecho y somos, miedos a ser descubierta nuestra hipocresía, miedo al que dirán todos, la familia, la gente a quien se ha engañado  con habilidad, o comprado su complicidad,   miedos porque confesar implica una entrega, depositar nuestra fe en la  del confesor y se puede tener miedo de él,  de cuanto haga, de cuanto juzgue, miedos en fin, de  culpar, acusar al otro u otros con quienes pecamos, con quienes incurrimos en delito, pecados  mortales cometidos en complicidad. Ha de permitírseme algunos  ejemplos cotidianos,  dijo en su Homilía de la catedral un joven prelado. Muchos graves pecados están en nuestras manos y todos dependen de nuestra voluntad, sentenció.  Desde siempre el pecado original marcó nuestra existencia, de ello no fuimos culpables, pero para  recobrar  la inocencia  Dios estableció el Bautismo…  Pero entre los graves males, pecados capitales y algo mas, “quiero destacar algunos, dos o tres”.  La traición. En breve veremos  la traición de Judas, la negación de Pedro. En común  tienen la falta de fe, la falta de amor a la verdad, la sustitución de la fe en sí mismos por  la preservación de sus intereses. Vaya a saberse que todavía no es clara, la venta de Jesús por Judas… La negación  de Pedro, lo sabemos,  preservar su vida.  La valoración de este delito solo Cristo tiene la clave. El premio es aun más difícil de razonar. Lo encomendó  y depositó en sus manos la constitución de su Iglesia. Como ven, es una de las formas de probar  que la santidad surge del pecado,  que se supera con la confesión, el arrepentimiento  y la  conversión. Pero, hay otros pecados que andan sueltos, que  nunca  dejan a la humanidad.  Uno, en   el  entorno íntimo, el adulterio, el otro,  público, la destrucción de lo esencial humano mediante la mentira, la manipulación, que tiene en la política su espacio natural.

            En efecto, el adulterio es abominable, porque es un pecado que se comete a consciencia, a voluntad de las partes. Un acto casual de infidelidad, sin dejar su pecaminosidad, puede superarse de inmediato, con  la dignidad de reconocerlo, del arrepentimiento, de la confesión y la satisfacción de la penitencia.  El adulterio no! Este es un pecado planificado, calculado, medido, que no tiene escrúpulos,  es acuerdo satánico, plenamente consciente de ambas partes  de su desobediencia a  Dios, es parte  de la lujuria, de la concupiscencia que dominan a sus actores. No mirar el daño. Lo oscuro de ese crimen moral saldrá a la luz y entonces la  ira del Señor será mayor.   No mira el mal moral que se hace a cada familia, no mira el mal que cada quien se hace, solo el placer satánico del sexo impone su medida. Casos se dan  de horribles crímenes cocinados en la cama para evitar ser descubiertos. Pero la Ira justa de Dios los alcanzará. El otro pecado de esta misma naturaleza, es la manipulación que se hace al pueblo, a los seres humildes, a quienes se les induce a creer en un ídolo, que los librará de penas, que alcanzarán la felicidad, con la persuasiva perversidad  de que bajo esa manto y mando, se alcanzará “el mayor grado de felicidad posible” . Ambos casos tiene en común  la utilización de la mentira, la perversidad que ella lleva  consigo para el placer de sus actores y la destrucción moral de los demás. 

            Pues bien en estos tiempos, son tiempos para ir tras la verdad, según nos acerquemos a Cristo. Que en estos cuarenta días realizaría la mas grande de todas la hazañas, entregar su vida por amor para la salvación de toda la humanidad, y haber  realizado en esos pocos días, su mayor proeza, predicar y predicar la verdad, asumirla con todos los riesgos, llevarla y ser condenado por amar la verdad y no  sucumbir ante los halagos, presiones del poder, con el tiempo suficiente para reflexionar. Tiempo, pues, para hablar consigo mismo tras la verdad, tiempo del silencio íntimo para dialogar con Dios. Tiempo que “ tiene como fin favorecer un camino de renovación espiritual -a la luz de esta larga experiencia bíblica- y, sobre todo, de imitación de Jesús, que en los 40 días que pasó en el desierto nos enseñó a vencer la tentación con la Palabra de Dios. (…) Jesús se dirige al desierto para estar en profunda unión con el Padre. Esta dinámica es una constante en la vida terrena de Jesús, que busca siempre momentos de soledad a fin de rezar al Padre y permanecer en íntima y exclusiva comunión con Él, para volver luego en medio de la gente. En este tiempo de -desierto- (…) Jesús es asaltado por la tentación y las seducciones del maligno, quien le propone una vía mesiánica alejada del proyecto de Dios porque pasa a través del poder, el éxito, el dominio, en lugar de pasar por el amor y el don total en la Cruz». Benedicto XVI.

Estos cuarenta días de reflexión en el desierto de Jesucristo son otra de las pruebas de su necesidad de ser hombre, de su condición de ser humano.  En tanto que Dios,  ÉL tenia plena consciencia  de todo, el sabía cual el papel de Satanás, el sabía todo  y,  como Dios,  bien pudo sencillamente levantar sus hombros y decirle como a Pedro,  Vade retro, Satán! Y listo. Quizá se recordó como hombre de La Magdalena.  De alguna copa del mejor vino en las bodas de Canaán,  probablemente se sentiría frustrado  por la poca trascendencia de algunos milagros suyos.  Quien sabe.  Quien sabe qué pudo ver hacia atrás, pero estoy seguro que el pasado lo vio Jesús asumiendo la explicación mas sabia sobre por qué   convirtió Dios en estatua de sal a la mujer de Lot.  No fue porque le desobedeciera,  como lo hizo  Eva y su atrilero Adán, en  aquel caso el castigo fue porque le mintieron y en cada mentira rehuyeron  su responsabilidad.  Adán culpó  a Eva, Eva a la serpiente y esta en definitiva,  Satán.  Cristo lo sabia bien, la mujer de Lot la convirtió en estatua de sal, no por desobediencia, por eso no, sino para que no llevara a consigo, en su memoria,  la lujuria  del pasado, la perversidad que quiso eliminar.  Vano intento, por lo demás.  Me imagino que se sonreiría,  a pesar  de la seriedad de cuanto allí hacía, de la inocencia  de Josefa, de  la Virgen del Cerro, que amaba  a tantos y cuando cada quien diverso la  visitaba, volteaba la imagen de la Santísima Trinidad para que no la vieran hacer el amor, ella creía que hacer el amor no era pecar, sino que la vieran desnuda, y menos pecado era si lo hacia en el Invierno  con San Nicolás, que venia de las montanas nevadas del Canadá y en su carruaje le  traía  chocolates suizos y sembraba la esperanza de llevarla con él alguna vez, algún  día de los días que vendrán.   

            Saber que hizo en esos días, cuarenta, nadie tiene posibilidades de probar, solo sabemos sin miedo a equivocarnos, que fue su tiempo de oración, de asegurase de saber quien era Él, en su inagotable empeño de saberse hombre y de saberse Dios.  Lo grande del Hombre libre es superar el engaño, la mentira programada, armas de eficacia del maestro Satanás.  Saberse hombre consciente de que para llegar a Dios, en este su caso especial, a su  Papá, algo más que  su ayunar es necesario,  es asumir sin hipocresía alguna, que son imposibles las falacias de  que a Dios  se puede engañar.  Fue entonces como Dios Cristo en el desierto, como hombre, decidió entregarse por la humanidad para luego,  como Dios, enseñar al hombre  que cultivando la verdad, el amor y la fe, pueda resucitar…  Bueno, creo que fue así,  según  me revelaron su Madre, Mary, su  prima Isabel y la Magdalena,  mientras colmaban de luz los caminos que vienen de Mosquey  a  la Mar, quiero decir de aquí a los cielos y un poco más allá. 

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