Tiempos difíles y ciertos
Hasta los pueblos más desprevenidos e ingenuos agudizan sus sentidos cuando sienten la llegada de tiempos difíciles. Y más allá de los sentidos, alertan un instinto de conservación en búsqueda de la seguridad maltrecha por desajustes existenciales y desarreglos institucionales. El ciudadano común de Venezuela sabe que nada positivo puede esperar de este régimen. El sentimiento es mayor entre los más pobres y desamparados. Es allí en donde se ubica la desilusión mayor, la enorme frustración por haber puesto la fe en quien resultó ser un fraude. El presidente del régimen más ineficiente y corrompido de la historia. Los pobres no tienen capacidad de maniobra para defenderse adecuadamente. Carecen de recursos, de relaciones y no tienen acceso a los poderosos del sector público y menos a los de un sector privado cada día más amenazado y reducido. Con la certeza de oler huracanes de tragedia son quienes sufren mayormente los desmanes de la inseguridad personal. Se aferran con todo a lo poco que tienen y anhelan que muy pronto este tiempo concluya. Buscan desesperada, aunque silenciosamente, dirigentes en los cuales confiar de nuevo. Hombres y mujeres que no estén buscando ventajas personales en lo político y en lo económico. Líderes a los cuales seguir por su entrega desinteresada y por el coraje que demuestren a la hora de la confrontación definitiva. No se detectan con nitidez.
La confusión general no está en el diagnóstico. Es fácil llegar a conclusiones cuando todas las instituciones están disminuidas, alteradas y sustituidas progresivamente por jerarquías distintas pero, todas ellas, en beneficio exclusivo de quien preside el régimen. Al no tener claro el desenlace, ni siquiera la naturaleza de la lucha, la angustia se vuelve causa común y el miedo facilita toda clase de injusticias y desmanes. Venezuela se desmorona como república democrática. No es admisible que por hastío, desinterés o miedo exista tanta indiferencia o calculado oportunismo en bastantes de quienes tendrían las mayores obligaciones en la defensa de la integridad republicana. Frente a las acciones tiránicas que inundan los espacios de la vida nacional no hay que dudar en fijarnos como objetivo fundamental lograr que este régimen dure lo menos posible.
Por el camino del temor, de la siembra de miedo indiscriminado, pronto alcanzaremos la cima más insoportable de la hipocresía individual y colectiva. Ya tenemos demasiados ejemplos entre quienes se dicen defensores de la libertad, de la propiedad, de la familia, de la paz y de la patria en transacciones indignas para asegurar sobrevivencia mediante cuotas de poder político o de dinero contante y sonante. Hay que detectar a los traidores y descubrir las tretas que pretenden disimular los tentáculos de la única conspiración en pleno desarrollo. La compra-venta de conciencias tenidas por democráticas que dicen amar a Venezuela, pero que pertenecen a quienes solo se aman a sí mismos.