Tiempo irracional 1
Tiempo y Filosofía. Ambiente y Pensamiento. ¿Tienen relación? Para unos, si, para otros no. Para quienes se orientan en base a convicciones, tal vez no. Para quienes relativizan casi todo, tal vez, si.
¿Tuvimos un tiempo racional en Venezuela? ¿Ahora un tiempo irracional? Tal vez, por ahora. ¿Hasta que punto son o fueron racionales o no los socialismos y/o comunismos impuestos en Italia, Alemania, Urss, Cuba, etc.?
Sus “caudillos” y “partidos” apoyantes fueron el resultado explosivo de crecientes desvaríos de todo tipo y producto de la desmoralización general como una consecuencia de la primera Guerra Mundial.
La mayoría de los dirigentes y sus partidos apoyantes, vistos ahora, fueron demagogos y, al observar sus realizaciones, su desarrollo, fueron claramente destructivos. Sus presumidas filosofías eran mosaicos de prejuicios, voceadas sin tener en cuenta la verdad ni la coherencia, usadas para apelar no a propósitos comunes sino a miedos y odios comunes.
Los veinticinco artículos adoptados por el Partido Nacional-Socialista en 1926 fueron declarados inmodificables, elevándolos así, por encima de cualquier problema o cualquier política – Mein Kampí 1939 – Semejantes a las letanías permanentes del actual comandante golpista indultado de este trópico.
De repente, luego de 6 años de gobierno, el “comandante golpista indultado” decide invocar la vía socialista para su gobierno. Así lo hizo Mussolini cuando en 1929 decidió que el fascismo debía «dotarse” de “un cuerpo doctrinario» y, de inmediato, dio instrucciones a su filósofo oficial para que la tuviera lista en dos meses, *’de ahora al Congreso Nacional». Igual, aquí y ahora, se le ordena a cualquiera de los supuestas ramas del poder publico y/o cualquier incondicional extranjero o nacional: “quiero tal cosa”.
Pero es conveniente recordar también que el fascismo y el nacional-socialismo fueron “movimientos populares”, que, momentáneamente, despertaron una lealtad Incondicional y fanática en miles de alemanes e italianos. Igual que, por ahora, en Venezuela y, aquí, mejor y muy bien pagada con los “churupos petroleros” y lo “sobrantes” de las reservas del banco central. Tampoco olvidar que hasta sus dirigentes máximos, obviamente supercínicos, se engañaron a sí mismos casi en la misma medida en que engañaron a sus pueblos.
El fascismo y el nacional-socialismo pueden exhibirse como ejemplos lamentables de histeria colectiva que, en tiempos de desmoralización e irracionalidad, como el que, a mi juicio, atraviesa Venezuela hoy, puede quitar, sacar, borrar, momentáneamente del quehacer político, de la política, tanto la inteligencia como la moral.
Como no existe ninguna garantía de que no puedan volver, el fascismo, el nacional-socialismo, el comunismo, incluso con ese nuevo ropaje y titulo de “socialismo del siglo XXI”, hay que tenerlos muy presentes y colocarlos en su puesto y/o hacer que busquen puesto pronto, rápido, aun, cuando hoy no tengan el mismo supuesto valor “filosófico” que sus mentores le atribuyen y aunque un movimiento, algo parecido y/o semejante para el futuro invocaría, tal vez, otras fuentes, muy distintas, de irracionalidad.
El fascismo y el nacional-socialismo fueron elaborados para impactar emocionalmente a pueblos distintos, no había ninguna razón de peso para que sus “supuestas teorías” fueran equivalentes y, en efecto, el “aparente” hegelianismo de Mussolini no tenía ninguna relación lógica con el “evidente” racismo de Hitler.
Pero innegablemente, incuestionablemente, los dos “caudillos” y sus movimientos se parecían. Veamos en que. Uno y otro mantenían la tesis de ser socialistas y ambos, también pregonaban ser nacionalistas; sus partidos y/o movimientos surgieron por coaliciones, asociaciones, amalgamas, entre individualidades y grupos quienes afirmaban que eran comunistas, socialistas, socialdemócratas, etc., y otros que eran o decían ser nacionalistas, antiimperialistas, aunque Hitler nunca fue socialista y Mussolini había manifestado abiertamente, violentamente, ser antinacionalista.
Soplaban, en aquel tiempo, vientos de nacionalismo, era el sentimiento con “atractivo universal”. Cualquier “jefecito” con un partido y/o movimiento que se auto calificara de radical y popular tenía que ser socialista, al menos nominalmente, para neutralizar a los partidos que habían sido, por mucho tiempo, marxistas o sindicalistas.
Las ideas de un “caudillo” y un partido nacional-socialista eran tan simples y asimilables y, además, aderezadas con letanías permanentes, como ahora, sobre la necesidad de que el país necesitaba desarrollar todos sus recursos cooperativamente, sin las pérdidas y las fricciones de la lucha de clases y con una distribución justa del producto entre capital y trabajo.
Se partió del supuesto, en aquellos tiempos, y parece que ahora también, de que el socialismo cooperativo podía atraer a los pequeños comerciantes y empleados con salarios bajos, podía arraigarse entre el movimiento obrero organizado por una parte y las grandes finanzas por otra y el nacional-socialismo podía atraer a los grandes industriales y hombres de negocios, deseosos de librarse de una presión efectiva por parte de los trabajadores y que necesitaban del apoyo del gobierno para sus aventuras comerciales en el extranjero. El socialismo nacionalista se identificó con el sueño de un político, de poder prometer todo a todo el mundo; y ésta fue, quizás, la estrategia de Mussolini y de Hitler, hasta que consolidaron su poder.
Había que glorificar el idealismo en contraste con el materialismo, sobre todo el marxista; era imperante calificar al liberalismo de antipatriótico, criminal, egoísta, imperialista, contra la autentica libertad, la igualdad y la felicidad; debía ensalzarse el servicio publico, la devoción a los demás y la disciplina en acatar ordenes del jefe único; tenía que identificar el internacionalismo con la traición a la patria, cobardía y la falta de honor; y tenía que condenar, naturalmente, a la democracia parlamentaria por inútil, débil y decadente. ¿Qué tal?
Pero, como toda esta política carecía de bases reales, entonces apelaban a la “supuesta” importancia de la intuición (así lo dice el actual en las peroratas por televisión) y de la voluntad, catalogándolas cada vez mas veces como capacidades y dones superiores a la inteligencia y, todavía llegaban a mas pretensiones, los fascistas de ser genios políticos y los nacional-socialistas de poseer sanos instintos de pureza racial. Lo espeluznante es que sin tener ninguna relación lógica, buscaban el mismo fin: someter los pueblos y sus intereses privados.
El socialismo prusiano, socialismo nacionalista, era familiar en Alemania después de la primera Guerra Mundial. En Italia Mussolini apelo al principio del trabajo por el bien nacional en la Ley Laboral Italiana que promulgó en 1927. Afirmaba, como se esta haciendo aquí y ahora, que los fines de la nación italiana son «superiores a los de los individuos que la componen». «El trabajo en todas sus formas… es un deber social.» La producción «tiene un único objeto, es decir, el bienestar de los individuos y el desarrollo del poder nacional». Y Hitler se propuso reunir a nacionalistas y socialistas en un solo partido porque creía que el pueblo alemán estaba «dividido en dos partes»: una, los nacionalistas, que «comprenden las capas de la inteligencia nacional», son tímidos e impotentes porque no se atreven a enfrentarse a su derrota en la guerra y la otra, la masa trabajadora, organizada por marxistas y sindicaleros y que, a su vez, «rechazan conscientemente toda promoción de intereses nacionales». Sin embargo, tienen todos aquellos elementos de la nación sin los cuales es impensable e imposible una resurrección nacional. El fin del nuevo movimiento es «la nacionalización de las masas», «la recuperación de nuestro instinto nacional de auto-preservación». ¿Alguna semejanza con el aquí y el por ahora?
El intento del nacional-socialismo de “unificar” la población suprimiendo toda rivalidad entre grupos e intereses y de movilizar todos los recursos del país tras su gobierno, conducía a una sola dirección: a la preparación de la guerra.
Coincidimos, en consecuencia, en sostener que el fascismo y el nacional-socialismo, como en estos momentos el bolchavismo, fueron y son, en el fondo, gobiernos bélicos y economías bélicas establecidos, no para resolver emergencias y problemas nacionales, sino como sistemas de satisfacciones de desvaríos personales y/o grupales.
La autosuficiencia nacional, tan cacareada por este régimen, no es un plan factible para mantener el orden político en América del Sur y el Caribe ahora, tampoco lo fue antes para Europa. Eso conlleva ahora y significó en aquel entonces una reglamentación de los recursos nacionales para realizar una agresión imperialista contra otras naciones y la organización de los pueblos italiano y alemán, como se pretende con el venezolano y se hizo con el cubano, para la expansión imperialista.
¿Queda espacio para dudar? ¿Existe algún propósito constructivo en el bolchavismo actual? Las acciones mostradas hasta el momento son de preparativos para la guerra y saquear las finanzas publicas, nada para solucionar los problemas fundamentales ni siquiera de la sociedad venezolana, mucho menos para las demás.
Las palabrotas y groserías publicas a diario y dominicales, así como los hechos y actos de gobierno, la eliminación paulatina y sistemática de las libertades ciudadanas y derechos fundamentales, coinciden, en el fondo, con algunas ideas de Spengler, como en el internacionalismo: «no la transacción ni la concesión, sino la victoria y la aniquilación» o, como afirmó Mussolini en vísperas de la Guerra de Abisinia, «toda la vida de la nación, política, económica, espiritual debe concentrarse en aquellos aspectos que constituyen nuestras necesidades militares».
Lo tangible durante 6 años de gobierno en Venezuela, los resultados a la vista, los planes expansionistas imperialistas anunciados, los crímenes confesados, la brutalidad de los métodos utilizados por este nuevo “caudillo” y su mentor caribeño con parecidos fundamentales con Hitler, tienen que inducir, necesariamente, al menos que estemos en un tiempo y un por ahora de irracionalidad total, a una resistencia y rebelión, muy bien expresada por los prelados Castillo Lara y Freites últimamente, del mundo libre y civilizado y, básicamente, de los venezolanos, contra semejante azote.