Tiempo de ciudadanos
Acostumbrados durante demasiados años a las ventajas del recurso petrolero y a la falsa tranquilidad de confiar la conducción del país a pequeños grupos políticos y económicos a quienes se podía criticar abiertamente pero sin mayores acciones reales, los venezolanos fuimos olvidando un derecho y una actitud que usamos intensamente a fines de 1957 y a lo largo de 1958. Se nos fueron adormeciendo el derecho y la convicción de participar activamente, de expresar nuestro pensamiento en la calle de forma que no quedara duda alguna. Una de las formas de participación es acudir a votar en las consultas electorales, actitud que fue masiva durante los primeros quince a veinte años de democracia después del 23 de enero de 1958, pero minoritaria en los últimos procesos.
Poco a poco fuimos dejando la calle, la protesta, las elecciones, en manos de unos pocos. Empezando por ahí, poco derecho tenemos a quejarnos de los sucesivos gobiernos que a lo largo del último cuarto de siglo han venido destrozando a Venezuela. Pérez y sus extravagancias, Luis Herrera y sus descuidos, Lusinchi y su ligereza, Pérez de nuevo y más que él la blandura absurda de su partido, Caldera y su incompetencia, Chávez y sus delirios, han sido elegidos principalmente por sus respectivos partidarios y por la abstención. Hasta la llegada de Chávez, hacía muchos años que las calles venezolanas estaban llenas de gente pero vacías de ciudadanos activamente democráticos.
Los líderes en cuyas manos dejamos el ejercicio del poder y la responsabilidad de la administración del Estado, nos han dejado un país empobrecido y en manos de los fracasados de la democracia por culpa de una mayoría que no se ha sentido responsable de participar. Nadie salió a la calle a defender a nadie, ni a la democracia ni a los rebeldes, los días de golpes de estado en 1992. Y tras concluir la manifestación espectacular y ensangrentada del once de abril de 2002, nadie salió a defender a nadie en la calle hasta que se produjo el derrumbe de Carmona y se entendió que Chávez regresaba. Pero no salieron seis millones de personas, por supuesto. Si al menos un millón de chavista hubieran salido a la calle a defender la revolución y su caudillo, no hubiera habido paro nacional, ni huelga petrolera, ni Mesa de Negociación y Acuerdo ni estaríamos hoy hablando de revocatorio.
Ahora, eso ha cambiado.
Los líderes no se han recuperado del todo, pero la ciudadanía sí. La ciudadanía salió a la calle, la ciudadanía participa. Líderes hay muchos, de todos los colores, edades, modelos, pensamientos y ambiciones. Pero ciudadanos habemos más, y cada día seremos más. La masa ya no es un término despectivo y generalizado, es un atemorizante rugido de protesta y de no dejar pasar más las cosas. Allí está la tragedia de Chávez, allí está la verdadera y gran confianza en el próximo futuro democrático y moderno de Venezuela.
La Coordinadora Democrática, Fedecámaras, la CTV, no han liderizado movimientos, manifestaciones, expresiones, protestas, por ocurrencia propia, sino porque la masa los atrajo, los chupó, los aferró, los envolvió. Por eso esos líderes no son los jefes, los caudillos omnipotentes, sino funcionarios de una ciudadanía que está exigiendo soluciones. Es posible que por estos días esa masa ande un tanto cansada de marchar; que incluso sea -lo está siendo- injusta con las exigencias a esos líderes, porque a esos mismos conductores a los cuales se les ha reclamado –casi se les ha acusado- de no llevar muchas marchas a los destinos para evitar choques con los violentos chavistas, mucho más se les habría reclamado si hubieran persistido en llegar a esos destinos con la alta probabilidad de muertos y heridos, como en estos días hay quienes sin ser chavistas convictos y confesos, asignan responsabilidad por el muerto y los heridos no a los asesinos encapuchados, sino a quienes convocaron una marcha de protesta en Catia. Pero esas injusticias existen en toda comunidad especialmente en aquellas que como principio básico tienen el derecho a pensar como mejor les parezca.
Es posible, pues, que esa masa esté cansada, y es aquí donde cobra valor la responsabilidad y la capacidad de esos dirigentes que deben insuflar ánimos nuevos en toda esa sociedad civil, recordándole y explicándole todo cuanto ha logrado a base de voluntad, coraje, indignación, rebeldía y presencia activa en las calles. Entendiendo por dirigentes no sólo a los políticos, sindicalistas y empresarios, sino también a los periodistas, a los opinadores, a los analistas, a los párrocos, a los gerentes, a todos aquellos que tienen una comunidad a la cual dirigirse.
Esa sociedad civil, y esos dirigentes, deben tener muy claro que el poder real no está en mesías alguno, Chávez incluído, sino en la sociedad misma. Y que hay que tomar la calle otra vez; que hay que ir a paso seguro e indetenible al referendo revocatorio; que ese referendo es la puerta de entrada a una nueva era de exigencias muy duras, porque entre todos deberemos construir de nuevo el país que lleva veinte años derrumbándose. Explicarle claramente a la ciudadanía la importancia del Acuerdo que se firmará mañana, por qué ha sido redactado y acordado como lo ha sido, y las consecuencias de firmarlo el gobierno y la oposición. Porque Hugo Chávez no lo ha entendido, o no quiere entenderlo, está perdiendo el poder y la verdadera oportunidad de convertirse en un hito en la historia. Allá él.
El Mesías vendrá, como alguien decía, debe andar por ahí cruzando alguna calle. Será aquél que explique con esmero, corrección, pedagogía clara y convicción, cuál y cómo es el camino.
Entretanto, es la hora de los ciudadanos, los que abrirán camino a ese Mesías no para elegir un rey, ni siquiera un caudillo como en los viejos tiempos, sino para encargar de la administración a un gerente eficaz que será permanentemente supervisado.
O tendremos que volver a empezar.
El Acuerdo es sólo una llave, pero sin esa llave no se abre la puerta
Algunos, mentes bien formadas incluídas, parecen pensar que debió prepararse un acuerdo que lo previera todo específica y detalladamente. Es por esa forma clasificante de pensar que hemos tenido Constituciones con trescientos cincuenta artículos que se convierten casi en reglamentos.
El Acuerdo no tiene por qué preverlo todo, sería absurdo. El Acuerdo prevé lo que tiene que prever, y de eso se trata. Para poder poner fin a las invasiones, para rescatar a PDVSA, para devolver a los militares a sus cuarteles y a su responsabilidad esencial, para reorganizar el colapso administrativo del Estado, etc., primero hay que cambiar la actual administración; y para cambiarla, hay que revocarle el mandato al Presidente. Así de simple.
Bien está, y es un derecho e incluso un deber, que las diversas organizaciones y dirigentes que liderizan la oposición, dediquen tiempo y esfuerzo a analizar el texto del Acuerdo. Pero es beneficio para Chávez que se nieguen a apoyarlo. Cuando se firme mañana, ese Acuerdo nos obliga a todos y nos hace responsables a todos. Incluso al gobierno.
Y quien no lo cumpla, quien ponga trabas a su esmerado cumplimiento, perderá.