Terrorismo ideológico y libertad de expresión
Quiso la mala suerte que no abandona a Chávez desde el 2 diciembre pasado, que la espantosa y repudiable muerte de 6 niños durante la noche del miércoles en la Maternidad Concepción Palacios, ocurriera horas antes de la apertura de la reunión de la Sociedad Interamericana de Prensa que se celebra en Caracas y que los 300 asistentes al evento conocieran “en vivo y directo” qué es lo que la revolución chavista llama “terrorismo mediático” y cómo se desencadenan las acciones para denunciarlo y combatirlo a través del intento puro y simple de liquidar o restringir la libertad de expresión.
Relación causa efecto que con toda seguridad pudo vivirse en los inicios de la revolución castrista allá en La Habana de comienzos de los 60, en la China que Mao intentó reconstruir a partir de 1949, y que los ciudadanos de Europa del Este, los alemanes de Hitler, los italianos de Mussolini y los rusos de Lenin y Stalin vieron instrumentar al otro día que los regímenes totalitarios decidieron que la única voz que existía era la del Secretario General, Duce, Fuhrer, Comandante en Jefe, y Líder y Padre de la Nación.
La guerra franca y abiertamente antimedíatica de Chávez está llegando, sin embargo, con 9 años de retraso y no en la fase inicial sino terminal de la revolución chavista y ello debe llevarnos a preguntarnos por qué el teniente coronel esperó a desgastarse y ver crecer de manera exponencial la oposición interna y externa que amenaza desalojarlo del poder en cualquier momento, para empeñar una batalla desesperada que lo dejará más maltrecho y sin capacidad de reacción ante las nuevas embestidas que lo esperan.
Indudablemente que la razón reside en las peculiaridades de la revolución chavista que no nació, como el resto de las revoluciones marxianas, de un proceso armado y violento que barrió con las instituciones democráticas antes de dar paso a establecer la dictadura que viene a salvar a los pobres a cambio de convertirlos en esclavos, súbditos y siervos de la gleba, sino de la validación del sistema democrático en el sentido más pleno y funcional, cuanto que reconoció el triunfo en las urnas de un candidato presidencial no precisamente respetuoso de la constitución y las leyes, que había dado muestras de intolerancia y personalismo incontrolables y que a lo sumo reconocía su equivocación al optar por el camino golpista en febrero del 92 y admitir a regañadientes que no era un revolucionario, sino un reformador.
Ello también explica que Chávez, en lugar de liquidar la libertad de expresión al otro día de asumir el poder y mediante la represión del ejército y los cuerpos policiales, haya tomado el camino tortuoso de hostigarlos a través de las agresiones de bandas de civiles armados que protestaban contra una supuesta parcialidad de los medios independientes y privados, e instrumentando leyes de control y manipulación de los contenidos de modo que solo reflejaran el rostro inocente, bueno, puro, cristalino y bien intencionado de la revolución.
Y sin entender que mediaban casi 100 años entre Stalin, los juicios de Moscú, el Gulap, Mao, la revolución cultural, la confesión de Heberto Padilla, la prisión del poeta Alí Lameda en Corea del Norte, los juicios de La Habana contra el general Ochoa, la decisión de los pueblos de Rusia, China y de Europa del Este de poner fin al comunismo, el cierre de RCTV y la amenaza de bajarle la Santa María a Globovisión.
Pero lo más audaz y novedoso en el arsenal de argucias de la revolución chavista, es que las agresiones de civiles armados, así como de la activación de una estructura legislativa para controlar y amedrentar a los medios, no vino sola, sino con el emplazamiento de un corpus teoricum que intenta satanizar a los medios, condenar la libertad de expresión, estigmatizarla como enemiga de la sociedad y la revolución, y preparar las condiciones “objetivas y subjetivas” para que los periodistas venezolanos se comporten como funcionarios del Estado y solo sigan las instrucciones que emanan del partido de gobierno y su jefe.
Cruzada ideológica que no se atrevieron a emprender los nazis y los stalinistas en su peor momento, que no pasó por la cabeza de Mao siquiera en los días más febriles de la revolución cultural y que los cubanos sencillamente han hecho práctica pero sin justificaciones que saben no encontrarán en la cultura, la historia, ni en la teoría de la revolución marxista.
Y profundamente antipopular y contrarrevolucionaria por la carga de cinismo e hipocresía burguesa que contiene, pues no puede ser que los medios y la libertad de expresión sean buenos cuando sirven a la causa de la revolución y el socialismo, y esencialmente malos cuando los critican y señalan las distorsiones, trampas, y emboscadas de los procesos forjadores de dictadores, dinastías, presidencias vitalicias y violaciones de los derechos humanos.
Pero que la revolución chavista no ha vacilado en asumir sin complejos ni remilgos, según algunos porque no teniendo hazañas, ni proezas con que armar una mitografía, decidió colgarse de esta guerra de la que supuestamente saldrán los héroes y hechos de guerra por los que merecerá un sitial en los próximos “Libros Negros” de la revolución y el terror.
Un ejemplo de ello puede encontrarse en el “Encuentro Latinoamericano contra el Terrorismo Mediático” que, en paralelo a la reunión de la SIP, organizó el chavismo en Caracas y del cual salió la inspiración para que el presidente de la República, Hugo Chávez, el vicepresidente, Ramón Carrizales, y el ministro de Salud, Jesús Montilla, saltaran a decir que los 6 niños fallecidos horas antes en la Maternidad Concepción Palacios, no habían muerto por un dramático déficit de personal médico y colapso de las instalaciones clínicas y hospitarias, sino a causa del “terrorismo mediático”.
O sea, que tal como ocurre en Cuba, Corea del Norte, Zimbawe, Irán, Bielorrusia y Myanmar y ocurrió en los países ex comunistas ( Rusia, China, los países de Europa del Este ) no es la incompetencia, la corrupción y la inviabilidad del sistema socialista y del populismo lo que genera las noticias “malas” que encolerizan a los más pobres, sino en la conspiración de los medios independientes que de puro oligarcas, imperialistas, burgueses y enemigos del pueblo inventan noticias negativas, deforman, niegan, o apagan la esplendente verdad de la revolución para que regresen los capitalistas y los explotares.
Las preguntas son: ¿pero a quién engañan, cuántos son los ciudadanos, clases, sectores sociales, e instituciones dispuestos a creer la patraña de que los fracasos del sistema político, social y económico que dominó más de la mitad de la población del planeta durante las dos terceras partes del siglo XX no se debió a su incapacidad intrínseca para producir riqueza y distribuirla, sino a las conspiraciones de unos pocos que usaron a los medios para decirle a las masas que no había tal y el socialismo era pura y simplemente un fiasco, un gigantesco fiasco?
¿No hubo en los países comunistas que llegaron hasta los comienzos de los 90 una ausencia de libertad de expresión absoluta, no es cierto que solo existían los medios permisados por los partidos comunistas y sus jefes y que solo podían transmitir aquellas noticias por las que todo era éxitos, avances y felicidad?
¿Cómo entonces “a pesar de” surgieron las fuerzas que dieron al traste y convirtieron la utopía inventada por Marx y Engels en una antigualla imposible de implementar, defender y racionalizar?
Son las preguntas que me hubiera gustado hacerle a los delegados de los 14 países que asistieron al “Encuentro contra el Terrorismo Mediático” de Caracas, pero dado que se trataba de un evento cerrado, convocado por fanáticos y para fanáticos que solo quieren oír las ideas y noticias que transcurren en su ideologizado mundo, entonces era un acto de respuesta legítima y democrática que me estaba negado.
Por el contrario, el colega, Marcos Hernández, que no esconde sus simpatías por el gobierno chavista aunque dudo que comparte su tesis sobre “el terrorismo mediático”, fue el viernes a la reunión de la SIP, expuso sus discrepancias y promovió un debate que seguro conoceremos cuando se publiquen los materiales del evento.
Otro ejemplo para preguntarse si “el terrorismo mediático” contra el gobierno, no es un disfraz para esconder el “terrorismo de estado” contra los medios.