Teodoro Petkoff y el totalitarismo que enfrentamos
“El primer acto de discernimiento, el mayor y más decisivo que llevan a cabo un estadista y un jefe militar, es el de establecer correctamente la clase de guerra en que están empeñados y no tomarla o convertirla en algo diferente de lo que dicta la naturaleza de las circunstancias.»
Karl con Clausewitz, De la Guerra
VENEZUELA HOY: UN ESTADO TOTALITARIO
Recibo por cortesía de la Gente de la Cultura, ese grupo de entusiastas y dedicados activistas con los que tuviera el honor de trabajar estrechamente en el campo de la cultura durante el proceso de movilización previo a la celebración del desgraciado Referéndum Revocatorio del 15 de Agosto de 2004 y que hoy respaldan su candidatura, las declaraciones que emitiera el editor de TalCual, Teodoro Petkoff, con ocasión del inaceptable acto de proselitismo político escenificado por el presidente de la república durante la ceremonia de ascenso de la oficialidad de la FAN ante la ominosa complacencia y el aplauso de los altos mandos de la institución militar – rebajados a claque aclamatoria – en el contexto de un gobierno que avanza hacia la consolidación de un régimen totalitario, de corte autocrático y militarista en nuestro país.
Comparto plenamente su apreciación, según la cual “las recientes acciones de abuso de poder del gobierno apuntan a que Chávez está construyendo un Estado totalitario”. Asunto de extrema, de existencial gravedad para los venezolanos mientras se nos empuja electoralmente a este callejón sin salida del 3 de diciembre. Y para la región entera, pues como lo señalara con extraordinaria lucidez la pensadora judío-alemana Hannah Arendt, el totalitarismo es de naturaleza imperialista: “el designio totalitario de conquista global y de dominación total ha sido el escape destructivo a todos los callejones sin salida. Su victoria puede coincidir con la destrucción de la Humanidad; donde ha dominado comenzó por destruir la esencia del hombre.” De allí su urgente recomendación: “Volver la espalda a las fuerzas destructivas del siglo resulta escasamente provechoso”.[1] Recomendación entonces y ahora altamente necesaria, particularmente para Venezuela, dada la tendencia natural de sus ciudadanos a volverle la espalda a los graves peligros que amenazan su existencia.
Por lo visto, no parece Teodoro Petkoff dispuesto a darle la espalda a esta versión caudillesca de totalitarismo que comenzamos a sufrir los venezolanos. Pues reconoce, de manera irrebatible, la inmensa, la monumental gravedad de nuestra circunstancia histórica. “Chávez está construyendo un Estado totalitario”. Por cierto: de igual propósito que el de todos los Estados totalitarios, en particular el soviético de Stalin en que se inspiró el cubano de Fidel Castro, y el cubano en el que se inspira el venezolano del teniente coronel Hugo Chávez, pues el totalitarismo – de corte religioso, fascista o socialista – muestra una insólita capacidad para reciclarse, particularmente en esta poca de integrismos de toda suerte, con un único propósito: construir “un instrumento para la subversión, la manipulación y la violencia; para la intervención secreta en los asuntos de otros países”.[2] Lo que en el caso venezolano ha sido más que demostrado por las abiertas ingerencias del gobierno venezolano en los asuntos internos de Ecuador, Bolivia, Perú y muy posiblemente de Brasil y Argentina. En todas cuyas naciones, como todos lo sabemos, intervino la mano del teniente coronel financiando, apoyando y facilitándole el acceso al Poder a sus factores aliados, todos miembros del llamado Foro de Sao Paulo, punta de lanza del que inspira y coordina el embate del totalitarismo de izquierdas en la región..
. De allí que el montaje de esa nueva forma de Estado totalitario que se afianza en Venezuela, según refiere Teodoro Petkoff con tanta pertinencia, tenga particular relevancia para los países miembros de la OEA, que cuenta con una Carta Democrática de obligado cumplimiento para todos sus miembros con el fin de proteger a nuestros desangelados pueblos de deslaves dictatoriales y totalitarios, así su secretario general, el chileno José Miguel Insulza, minimice toda significación a este hecho histórico tan aberrante y de tan graves consecuencias para la paz y el futuro inmediato de nuestra región.
TOTALITARISMO Y COEXISTENCIA
“La dominación total es la única forma de gobierno
con la que no es posible la coexistencia.”
Hannah Arendt, El origen del totalitarismo
En la intervención de Petkoff que motiva estas reflexiones, subraya certeramente algunos de los síntomas inmediatos más resaltantes que le hacen presumir la construcción en proceso – y a marchas forzadas – de un Estado totalitario en Venezuela: conversión de las Fuerzas Armadas en aparato político partidista del teniente coronel, secuestro de la libertad de expresión y amenaza inmediata de expropiación de los medios, estrangulamiento de la educación privada y conversión de la educación estatizada en aparato paramilitar de proselitismo y dominio ideológico de la parcialidad que gobierna, copamiento del deporte y la cultura, pérdida de la autonomía universitaria, control estatal de las organizaciones no gubernamentales, etc.,etc.,etc. Dice al respecto: “se trata de un abuso de poder intolerable que debe despertar a las fuerzas democráticas del país pues si estas tendencias totalitarias siguen avanzando cristalizarán en un régimen negativo que producirá un cambio significativo en la sociedad venezolana”. Nada más y nada menos que su reducción a la esclavitud totalitaria, exactamente como en Cuba. De allí su recomendación: “es urgente construir un movimiento electoral unitario para derrotar a Hugo Chávez».
Independientemente de esta propuesta reducida al ámbito electoral – a la que vamos a referirnos – y la exacta descripción sintomatológica del totalitarismo hacia el que camina el régimen, que compartimos a plenitud, no es ocioso insistir en señalar un aspecto crucial suficientemente subrayado por Hannah Arendt y que se refiere a la esencia, a la especificidad del Estado totalitario. Demostrando con ello lo contradictorio y limitado de la propuesta de Petkoff ante la gigantesca magnitud de la amenaza: “Lo que en nuestro contexto resulta decisivo es que el gobierno totalitario resulta diferente de las dictaduras y tiranías; la capacidad de advertir esta diferencia no es en manera alguna una cuestión académica que pueda abandonarse confiadamente a los “teóricos”, porque la dominación total es la única forma de gobierno con la que no es posible la coexistencia.”[3] Léase, en otras palabras, que mientras incluso es posible coexistir con dictaduras y tiranías, como la de Augusto Pinochet, de la que se saliera mediante unas elecciones plebiscitarias facilitadas por la propia dictadura, no es posible coexistir con estados totalitarios, como el cubano de Fidel Castro – y como el que está a punto de consolidarse en Venezuela -, del que no se puede salir por medio alguno que no sea el de su extinción por agostamiento o implosión endógena, como sucediera con la Unión Soviética y los países del bloque socialista. O mediante el uso extremo de la guerra, como fuera el caso de los Estados totalitarios de Hitler y Mussolini, aniquilados por la fuerza de los Aliados en una guerra de dimensión universal.
TOTALITARISMO O DEMOCRACIA
“Personas que entienden por política pequeños embrollos que a menudo limitan con la estafa deben encontrar entre nosotros el rechazo más decidido.”
Lenin
Cabe pues la pregunta acerca del qué hacer ante la consolidación de un Estado totalitario en Venezuela y cómo definir la política a seguir no sólo ante la coyuntura electoral de diciembre, sino ante el futuro. Y desde luego, sin rebajar nuestra lucha política al ámbito de “esos pequeños embrollos que a menudo limitan con la estafa”. Tal como lo estamos presenciando en estos días, cuando la sociedad democrática parece estar a punto de caer una vez más bajo estas escaramuzas electoralistas, “que limitan con la estafa.”
Es en este contexto que cuestiono por contradictorio en su esencia el propósito que adelanta Petkoff para enfrentar la amenaza totalitaria que hoy nos cierne. Lo hubiera aceptado en bloque y lo hubiera suscrito de inmediato si su demanda hubiera traspasado el ámbito estrictamente electoral, por importante y trascendente que una coyuntura electoral pueda resultar en la economía global de un enfrentamiento contra el totalitarismo. Dice: “es urgente construir un movimiento electoral unitario para derrotar a Hugo Chávez». Yo creo que debe decir: es urgente construir un movimiento político unitario para derrotar a Hugo Chávez». Como lo hemos planteado, por cierto, y con insistencia en todos nuestros últimos artículos, conscientes de que para vencer a un Estado totalitario como el de Hugo Chávez es esencial, luego de acordarse sobre su naturaleza, unir al conjunto de las fuerzas vivas de la sociedad civil que lo adversan. Ampliando el concepto de lo político no sólo al alienado ámbito electoral, toda vez que éste se encuentra secuestrado por un régimen que ha rebajado el sagrado y medular acto de elegir a mera legitimación fraudulenta del caudillo, sino a la globalidad de nuestra vida social y cultural, a nuestra existencia misma. Tal como lo hacen, por cierto, el teniente coronel y sus aliados, que para avanzar en su proyecto totalitario están obligados a politizar el más inocuo de sus actos. Convirtiendo a la juventud en milicia, a las dueñas de casa en reservistas y a los ciudadanos en delatores. De la misma forma: no hay otra forma de vencer al Totalitarismo que totalizando la rebeldía y la protesta, obstaculizando y tratando de cerrar todos los poros de la vida pública y privada a sus afanes de dominación, resguardando y blindando todos nuestros espacios de autonomía política, artística, cultural e incorporando y erigiendo incluso a la familia en el último baluarte de una letal guerra de trincheras, como diría Antonio Gramsci. Guerra a muerte, pues enfrenta una forma de existencia que nos garantiza la supervivencia en tanto sociedad libre y civilizada contra el asalto tiránico y totalitario de un régimen inhumano, unidimensional y policiaco. Guerra a muerte en la que la sociedad civil, como bien lo destacara el mismo Gramsci, tiene el papel principal y protagónico. No sólo los partidos o los sindicatos, sino también y preferentemente el hombre común. El ciudadano de a pie. Amparado legalmente por el artículo 350 de nuestra Carta Magna.
De allí nuestra advertencia contra quienes, “embrollados entre las miserias de la política menuda”, se niegan a reconocer el carácter totalitario del régimen e insisten en alienar el concepto de política reduciéndolo al ámbito estrictamente electoral. Pretendiendo conducirnos como borregos al matadero de la santificación electoral. Pues hay entre los precandidatos quienes creen incluso que, aún perdiendo en elecciones que saben trucadas, ganarán el derecho a seguir administrando un espacio de coexistencia pacífica con el régimen. La experiencia de Hannah Arendt, que nos habla desde el fondo milenario de un pueblo escarnecido, torturado, perseguido y maltratado por la forma más perversa y demoníaca de totalitarismo que haya existido en la historia no puede ser más concluyente: es imposible coexistir con el totalitarismo. Él es, por definición, esencialmente excluyente. Su imposición depende de la capacidad que desarrolle en exterminar toda forma de verdadera oposición, por menuda e insignificante que sea. Dejando el bagazo de una disidencia formal – a ratos promovida por el Estado mismo – como forma de legitimación de su naturaleza absoluta. Como sucediera en la Unión Soviética de Stalin, en la Alemania de Hitler, en la Italia de Mussolini, en la China de Mao, en la Corea del Norte de Kim Il Sung, en el Vietnam de Ho, en la Cuba de Fidel Castro, en el Irak de Sadam Hussein, en el Afganistán de Al Qaeda, en el Irán de los Ayatóla. ¿Aceptaremos pasivamente ese estado de cosas para nuestro país, la Venezuela emancipada de Simón Bolívar y Rómulo Betancourt?
Dios nos auxilie en esta toma de conciencia. Y nos ayude a forjar la unidad que tanto necesitamos. Una unidad combativa y militante contra el totalitarismo. No tan solo ni principalmente una unidad electoral, sino una unidad amplia, profunda, revolucionaria, existencial. Para salir de Chávez antes de que se haga demasiado tarde y abrir nuestras anchas avenidas a procesos electorales auténticamente libres, secretos, confiables, transparentes. Pues cabe repetir una vez más nuestra consigna: no se trata de tener elecciones para salir de Chávez: se trata de salir de Chávez para tener elecciones. Es la imperiosa exigencia de los tiempos.
[1] Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, Madrid, 1974. [2] Ibidem en una cita de Allen M. Dulles, The craft of Intelligence, Nueva York, 1963. [3] Ibidem, pág. 32.