Opinión Nacional

Temperamento subversivo y revolución

Hugo Chávez no es un demócrata. No conoce el valor de la ley y del derecho como instrumentos reguladores de la vida en sociedad. Los desprecia. En definitiva son una pesada carga, una especie de camisa de fuerza que le dificultan alcanzar el objetivo de imponer en Venezuela una revolución comunista a la cubana, expandirla por el continente, especialmente en la región andina y desde allí hacia cualquier realidad continental o mundial con condiciones prerrevolucionarias. Para tales fines necesita concentrar más poder político e institucional que el que ya tiene y asegurar el control total del dinero y del crédito de la nación mediante el asalto constitucional que adelanta hasta para apoderarse de las reservas internacionales. Gracias a ese poder, incluido el dinero negro que maneja a su antojo, es la pieza fundamental de un tablero mundial que otros manejan. Cumple las tareas con diligencia y coraje. Construye alianzas, destruye o neutraliza adversarios, soborna gobiernos e instituciones foráneas, contrata servicios variados que van desde publicidad y relaciones públicas hasta estructuras del crimen organizado que funcionan abierta o encubiertamente.

Sería injusto atribuir a su condición militar las aristas de su carácter. No todos son así. La tendencia es a todo lo contrario. Las normas de obediencia, disciplina y subordinación propias de la vida castrense nunca las ha observado aún cuando las exige imperativamente a sus colaboradores. Fue un pésimo estudiante y un mal oficial. Eso sí, experto en el arte del disimulo y la mentira, del juego de administrar la verdad y provocar desconcierto en la gente de buena fe. Es un conspirador convicto y confeso. Tiene el alma subversiva y actúa en consecuencia. Este es uno de los pocos rasgos de consecuencia con lo que hace.

Para hacer la revolución hay que subvertir radicalmente el orden establecido. Todo lo que ayuda a desestabilizar las democracias representativas tiene apoyo infinito. Desde grupos narcoterroristas hasta las fachadas electorales que actúan legalmente. Sin embargo tiene, entre otros, dos obstáculos enormes. El primero es el Plan Colombia y el segundo, la cultura democrática y jurídica de ese país, la fortaleza de sus instituciones, el desarrollo económico y social alcanzado superando dificultades terribles. Para Chávez Colombia es un objetivo político y militar. Un problema a resolver. Para Uribe y su gobierno hay un peligro que acecha. La mediación de Chávez para la liberación de los secuestrados es un riesgo calculado por todas las partes. Uribe ha puesto las cartas sobre la mesa ofreciendo instrumentos para que tenga éxito. No hay político, ni gobernante, que en este momento tenga mejores y más frecuentes relaciones con las FARC que Chávez, quien desde hace rato mantiene zonas desmilitarizadas en Venezuela desde donde operan impunemente tanto algunos de los más calificados jefes guerrilleros, como bandidos de la peor calaña. Expectativa vigilante.

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