Su noche triste
Sería iluso pensar que bastará con demostrar el 26 de septiembre que somos la mayoría para que los usurpadores pongan pie en polvorosa. Pero sin ninguna duda: en esta guerra de posiciones habremos avanzado un trecho inmenso hacia el auténtico desalojo. De él, no lo salvará nadie: ni los Castro ni Ahmadineyad. Ni Evo Morales ni Rafael Correa. Ni Kirchner ni la UNASUR. Ni muchísimo menos la OEA. Entonces estará solo. Auténticamente solo. Será cuando vuelva a vivir su noche triste. Que acometido por el llanto no espere el consuelo de Monseñor Urosa.
Tras once años de esfuerzos por ocupar las instituciones, el territorio y el corazón de los venezolanos, el saldo de esta guerra encubierta, librada a veces con violencia extrema y atropellos sin fin, no es favorable a las fuerzas del régimen. En esta auténtica guerra de posiciones, el objetivo estratégico de los asaltantes no ha sido alcanzado. Muy por el contrario: el grueso de las fuerzas democráticas ha aumentado hasta alcanzar la mayoría ciudadana, los corazones se han acerado en esta lucha por la defensa de nuestros ideales, el abandono, la emigración y el destierro de muchos no ha afectado ni el caudal de nuestras fuerzas ni la dirección política y estratégica de las mismas. Ni una sola deserción: los demócratas venezolanos siguen en sus puestos. Sus enclaves, más fortalecidos que nunca.
En esta guerra de posiciones, de desgaste creciente de las fuerzas en pugna, quienes han sufrido serios e irrecuperables desgarramientos han sido los asaltantes. El primero de ellos en los albores del 11 de abril, cuando se separaran del chavismo las fuerzas de Luis Miquilena. El político más avezado, el estratega más notable de lo que fueran las fuerzas del golpismo venezolano en su tránsito hacia la conquista del Poder. Un daño irreparable, pues desnudó la naturaleza dictatorial, militarista, represora del régimen. Y su vocación profundamente antidemocrática. Ya con ese desgarramiento se hizo manifiesto que Hugo Chávez no tendría más opciones que volver al proyecto democrático que le permitiera conquistar la presidencia de la república o echarse en brazos del comunismo castrista. En una decisión que le ha costado a la nación ciento cincuenta mil muertos, un millón de millones de dólares, la ruina de su infraestructura productiva y la devastación moral y material del país, la traición a nuestra soberanía y la entrega del país a la voracidad de los invasores cubanos, han terminado por dejar exangües las fuerzas del chavismo. El botín se ha agotado y la dictadura no termina por afianzarse. Ni se afianzará.
Pues esas medidas de tierra arrasada, así estuvieran solapadas por procesos electorales amañados y fraudulentos, y disfrazada con la aparente institucionalidad democrática de jueces y fiscales partidizados y la írrita legalidad de parlamentarios ilegítimos, no ha terminado por lograr su único objetivo: arrodillar a la oposición y cautivar los corazones. Mientras mayor la violación y el irrespeto a su propia constitución, mayor el desapego. Así, PODEMOS y PATRIA PARA TODOS han terminado desgajándose del tronco originario de la Alianza. Políticos y personalidades que acompañaran durante años el llamado proceso revolucionario han terminado por sacudirse el yugo del caudillo. Sectores militares, antes afectos al teniente coronel, hoy se encuentran, si no en prisión, en las filas opositoras.
Los noventa mil cubanos, disfrazados tras todas las mamparas imaginables, que constituyen esa virtual fuerza de ocupación extranjera, no alcanzan a cubrir las necesidades de sostén político y social que requeriría esta guerra de posiciones y desgaste. Puede incluso que una parte importante de esos “entrenadores”, “enfermeros”, “asistentes sociales” y “médicos”, llegada la hora de la verdad, no vuelvan a la tiranizada isla de que esta pasantía de ocupación bélica encubierta los liberara. Al momento del sálvese quien pueda, otro Mariel le asestará una última puñalada al régimen castrista.
Imposible que el régimen venza en esta guerra de desgaste sin el empleo brutal de la violencia. Sin esa victoria definitiva, con lo mejor del país irrevocablemente en contra y con una ocupación numantina de nuestras posiciones – los medios, las Iglesias, las academias, las universidades – toda esa batería seudo legal de comunas y decretos no es más que una construcción fantasmagórica. Llegado el momento del desalojo el castillo de naipes del comunismo chavista se derrumbará con un simple soplido del nuevo orden democrático.
Sería iluso pensar que bastará con demostrar el 26 de septiembre que somos la mayoría para que los usurpadores pongan pie en polvorosa. Pero sin ninguna duda: en esa guerra de posiciones habremos avanzado un trecho inmenso hacia el auténtico desalojo. De él, no lo salvará nadie: ni los Castro ni Ahmadineyad. Ni Evo Morales ni Rafael Correa. Ni Kirchner ni la UNASUR. Ni muchísimo menos la OEA. Entonces estará solo. Auténticamente solo. Será cuando vuelva a vivir su noche triste. Que acometido por el llanto no espere el consuelo de Monseñor Urosa.