Opinión Nacional

Stercus Demonis

«Aunque expulses a la naturaleza
con una horca, siempre regresa»
Horacio, Epístolas,1, 10, 24

El ejercicio militar del poder es complaciente puertas afuera, pero atrozmente intransigente en casa. Mientras los empresarios foráneos asociados a petróleo conversan e intercambian regalos con dictadores halagadores, el venezolano común debe aprender a silenciar el flujo de su conciencia, a vivir inconforme pero callado, ya que la Ley, en este país, no es otra cosa que un manual de buenos modales ante el Poder Ejecutivo.

Gómez y Pérez Jiménez fueron maestros en el arte de bailar y patear. Hacia afuera, hombres abiertos al apretón de manos y el maletín con efectivo, pero en casa, malhumorados y vengativos ante el mínimo cuestionamiento de sus políticas. Esta dupla le abrió las puertas de la nación al Gran Capital desbocado, mientras que sus maquinarias de propaganda y represión repetían hasta el cansancio consignas de orden y libertad.

Esta doble personalidad política está retratada en El petróleo en Venezuela (Fundación Bigott, 2004), última obra de Simón Alberto Consalvi, que traza un relato certero y condensado del Poder derivado del petróleo y de las alianzas y conspiraciones que han signado la vida del país luego del descubrimiento del stercus demonis (mierda del diablo), nombre que recibió el mineral cuando manó en Cubagua en el siglo XVI.

La Administración Chávez, esencialmente militarista, hereda y consolida el síndrome del (%=Link(» http://etext.lib.virginia.edu/toc/modeng/public/SteJekl.html»,»Dr Jekyll & Mr Hyde»)%), al invertir millones de dólares en propaganda latinoamericanista, mientras firma y ejecuta jugosos contratos con lo más voraz del capital internacional. Para el país, no hay un mal nuevo, sólo un rebrote epidémico de la vieja política de la bota corrupta, siempre acompañado de fiebre amarilla, paludismo y otros recordatorios de nuestra condición de Tercer Mundo.

Cabe preguntarse si el esfuerzo de Rómulo Betancourt y otros líderes puntofijistas por encauzarnos en el carril democrático no fue sino un vano espejismo ante la brutal realidad de los cogollos adecos y copeyanos, que amaestraron a los jueces, transformaron las arcas públicas en alcancías personales y compraron las llaves de las cárceles del país. Visto así, el chavismo no es más que una sinopsis de la tragedia vivida entre 1959-1998, pero a la vez es la exhibición de una realidad que no podemos seguir negando: una minoría ilustrada puede leer e incluso rebatir este artículo, mientras que un 75% del país continúa en las mismas tinieblas de las eras cacaotera y cafetalera.

De tanto comer de este stercus demonis, hemos desarrollado ciertas semejanzas con el petróleo, pues gobierno y opositores son lábiles, volátiles y fácilmente transformables en otras sustancias al mezclarlos con elementos nobles e innobles. Esas mudanzas de carácter y hasta de ética vital son el germen del cual emanan los mismos pecados desde hace 120 años: corrupción, abuso de poder, indiferencia por el colectivo y delirios de grandeza.

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