Soldados sin frontera
Una rápida lectura de lo militar muestra que la profesionalización de las armas y el sistema del ejército permanente es obra de la modernidad. Surge como soporte del Estado Nación, a un punto que la milicia no tiene ciudadanía en el Medioevo ni en la antigua Roma, cuyas guarniciones intermitentes cuidan de los bárbaros los confines del Imperio.
El cuento viene a propósito no tanto por el sentido que lo militar tiene en la fragua de nuestro Estado y en tiempos de la República Militar que va desde Cipriano Castro – que influye en la textura y perfiles históricos de nuestra sociedad – hasta la caída del penúltimo dictador, Marcos Pérez Jiménez, oficial de academia y no “chopo de piedra” como lo fueran el mismo Castro y su sucesor Juan Vicente Gómez, artesano de la milicia venezolana. Pretendo apuntar, antes bien, que durante la República Militar y a lo largo de la República de partidos que se instala en 1959 y cede con el mandato de Jaime Lusinchi, la función castrense, que Gómez declara incompatible con lo civil y partidario, es el ancla de la unidad nacional y para la defensa – como lo hacen los romanos – de los confines de la patria.
El sentido de lo militar viene atado, en nuestro caso, a la idea de la protección de los límites y fronteras que definen el espacio para el ejercicio de la soberanía y la jurisdicción, dándonos certidumbre como Estado. Tiene por base una explicación que se nutre de la impotencia. Nuestro siglo XIX es un rosario de los errores propios que causan la mutilación de la geografía vernácula y es muestra, también, de la incapacidad de reacción armada que nos hace presa – en medio de intestinos desangramientos – y nos impide defender con decoro, a manera de ejemplo, el territorio de la Guayana española que nos pertenece y tiene por límite al Río Esequibo.
Enrique Bernardo Núñez narra con su pluma magistral la sucesión de los atropellos de que fuimos víctima a manos de los ingleses, quienes ante cada amago de diálogo mueven sus mojones hacia el occidente y los apoyan con sus comisarios a un punto que hasta violentan nuestra soberanía sobre el Orinoco. Nos queda, apenas, el recurso de la queja y el ruego a los gringos de su solidaridad moral.
No por azar, pues, nuestra Constitución le fija a la Fuerza Armada, como tarea y esencia, “asegurar la integridad del espacio geográfico”. Y es aquí donde cabe la pregunta cotidiana de Juan Bimba. ¿Dónde están nuestros soldados? ¿Acaso distraídos o se traicionaron a sí mismos en lo que son o han de ser, en defecto de lo cual nada le aportan a la República?
La pregunta no es provocación. Interpela, sí, dado el carácter deliberante de éstos dentro de la política y para la defensa de su Comandante en Jefe; que de la seguridad de él, otros, venidos desde fuera, ya se ocupan.
Al igual que los ingleses, en los años ’60 del agotado siglo Fidel Castro y los suyos mancillan el suelo patrio y lo riegan con la sangre inocente de nuestros soldados. Mas el Presidente de Venezuela les rinde tributo y acatamiento, tanto como lo hacen nuestros oficiales cursantes de Estado Mayor o de Altos Estudios para la Defensa, en sus amistosos periplos habaneros.
Ha poco, de igual modo, el embajador guyanés en Caracas intima a nuestro Gobierno y le exige renunciar a la reclamación histórica que sostenemos sobre el territorio de la Guayana Esequiba. Y no se recuerda reacción al menos de estupor por la Cancillería del Presidente y Teniente Coronel Hugo Chávez Frías, quien prefiere el silencio para “atraer a Guyana”.
Por lo pronto, el otrora Reino y luego Imperio de los Braganza y nuestro vecino del sur, Brasil, se lucra con las riquezas que nos pertenecen mediante privilegiados y onerosos contratos y exportaciones de toda laya. A la par, Chávez, compra que compra nada les vende, ni siquiera la tecnología cubana de los gallineros verticales.
En materia de defensa territorial sólo se recuerda la masacre de nuestros propios mineros en El Papelón de Turumbán, a manos de nuestro propio Ejército de Libertades.
De Colombia, nada y todo que decir. Sus líderes celebran el traslado a nuestro patio de los cárteles del narcotráfico, tanto como dan cuenta de las estrechas relaciones de Chávez con el fallecido Raúl Reyes, cuya guerrilla masacra en 1995 a ocho infantes de la Armada de Venezuela, en Cararabo. Y entre tanto los comisionados para las negociaciones de las áreas marinas y submarinas se pelean con aquél, pues Pavel Rondón y el emisario neogranadino Pedro Gómez Barrero habríanse avenido a hurtadillas sobre el Golfo de Venezuela. Nada menos.
Nos venden al país con osadía y como lo hizo Antonio Guzmán Blanco, denuncia Simón Alberto Consalvi. Y yo ajusto que se vende mientras la ebria soldadesca corea “patria, socialismo y muerte”.