Sociedad enferma
Los abominables asesinatos de los tres hermanos Faddoul y Miguel Rivas, el chofer que los conducía hacia el colegio, y de Filippo Sindoni, muestran una sociedad enferma. Anómica, diría Emil Durkheim, uno de los fundadores de la Sociología. Enferma de odio y resentimiento contra los que han logrado alcanzar cierto éxito y acumular alguna fortuna.
Jesse Chacón exhorta a no politizar el crimen perpetrado contra esos tres jovencitos que una mañana salieron de su casa para ir a la escuela donde estudiaban. Desde luego que semejante monstruosidad no se puede utilizar con fines electorales. A una maniobra de tan baja ralea no puede apelar la oposición. Tampoco el Gobierno. Por cierto, en Venezolana de Televisión no se debería pregonar, tal como lo hacen algunos de los personajes que hablan a través de esa pantalla cuando se refieren al ajusticiamiento del empresario Sindoni, que ese crimen forma parte de un ardid del imperialismo norteamericano para desestabilizar el régimen de Hugo Chávez y provocar un golpe de Estado. Esta manera grotesca de distorsionar los hechos e intentar ocultar los verdaderos culpables, es una forma burda de politizar un episodio muy triste de la vida nacional.
Ahora bien, sacar la tragedia del campo de la política electoral no puede traducirse en guardar silencio sobre las causas más profundas que han provocado el ambiente de descomposición moral que envuelve al país. La animosidad patológica puesta de manifiesto en los últimos acontecimientos que han sacudido a la nación no es obra de la casualidad. Ellos no reflejan solamente la perversión de unos sádicos y psicópatas que se han ensañado en la humanidad de unos adolescentes y de unos adultos indefensos. La argamasa de tanta crueldad la forman varios componentes que se han ido mezclando desde febrero de 1999.
Uno de esos materiales es el discurso presidencial. La experiencia demuestra que los países necesitan líderes que actúen como guías y constructores. Ahora bien, no todos los líderes se comportan de esa manera. Hay algunos que se insertan en la vida pública para destruir. Lamentablemente, este es el caso de Hugo Chávez. Desde que asumió la jefatura del Gobierno y del Estado, su esfuerzo se ha dirigido a acabar con el pasado, sin tener claro qué hacer con el presente y mucho menos con el futuro. Su discurso se construye con la gramática de la violencia, el resentimiento, la exacerbación de la lucha de clases, el enfrentamiento entre ricos y pobres. Sus palabras no sirven para unir al país, sino para disociarlo y dividirlo. En vez de comportarse como el pater familia romano, colocado por encima de la prole como suprema autoridad en la que todos se reconocen, actúa como el factor de disolución más pernicioso. Bajo su mando, la sociedad ha perdido la mayoría de los símbolos y referencias que la definían como parte de un mismo conglomerado y una misma cultura. El verbo agresivo e implacable del Presidente ha funcionado como un martillo atómico golpeando los cimientos de la nación.
Otro ingrediente que forma parte del coktail molotov que estalló llevándose consigo a los hermanos Faddoul y a Sindoni, es la destrucción de las policías y la consolidación en estos cuerpos por pandillas gansteriles. En su afán de eliminar para siempre la IV República y construir la V bajo los signos del socialismo del siglo XXI, el régimen de Chávez, como todos los que llevan el sello del totalitarismo, se ha propuesto acabar con el Estado laico y con el Gobierno civil -cual era el propósito de los inspiradores del Estado liberal por allá en el siglo XVIII-, para sustituirlo por un Estado ideocrático, es decir, por un aparato burocrático integrado por funcionarios incondicionales al régimen. En el caso de las policías, este giro ha traído como consecuencia la eliminación de la meritocracia, el profesionalismo y la especialización, para que su lugar lo ocupen la afinidad con el proyecto chavista. Esta identificación la mayoría de las veces no pasa de ser una mera formalidad. En realidad a la “nueva” policía lo que le interesa es ver cómo se inserta en los variados mecanismos de corrupción que se han puesto en marcha. De allí que no haya que sorprenderse porque a Sindoni lo plagiaron luego de que sus captores montaron lo que parecía una alcabala móvil, a unos cuanto metros de la casa del Gobernador del Estado Aragua y cerca de un comando del Ejército. ¿Tanto arrojo no denota desprecio por lo que esos cuerpos de seguridad podían hacer en el caso de que se descubriera que se trataba de una patraña? Los hermanos Faddoul también fueron plagiados por lo que a simulaba ser una alcabala de la Policía Metropolitana. La participación directa, o al menos la complicidad, de la Policía del Estado Aragua y de la Metropolitana parecen inocultables. Mucho más decentes eran los policías dirigidos por Henry Vivas y Lázaro Forero, hoy presos de Hugo Chávez.
El tercer componente que el llamado de Jessi Chacón no puede ocultar es la corrupción generalizada, especialmente la descomposición del Poder Judicial. El chavismo ve pasar sus mejores días en una atmósfera donde aparecen riquezas súbitas y donde la prosperidad no se oculta, pues muchos de los modestos revolucionarios de ayer hoy poseen avionetas, apartamentos super lujosos, chequeras que les permiten consumir güisqui de 18 años en los restoranes más caros de Caracas, carros y, sobre todo, camionetas ostentosas, y donde todo ello sucede sin que exista ni un solo preso por enriquecimiento ilícito. El Poder Judicial sólo castiga a los adversarios del régimen. A los adeptos y simpatizantes del “proceso” no los toca ni con el pétalo de una rosa. Este es el habitad en el que los ladrones y matones, estén dentro o fuera de la policía, se sienten protegidos. La corrupción y deterioro del Poder judicial les crea la sensación de invulnerabilidad que necesitan para actuar con el grado de sevicia que lo hacen.
Los numerosos cuervos que con tanto esmero ha criado Chávez, hoy le están sacando los ojos a todo el país. Salvo los jerarcas del gobierno, que se pasean con sus guardias pretorianas a donde quiera que van, el resto de los mortales estamos desprotegidos e indefensos frente al hampa. Ya no sabemos a quién tenerle más miedo si a una alcabala o a un paisano con cara de delincuente. El socialismo del siglo XXI está dejando un país dividido, desfigurado por la furia y diezmado.