Opinión Nacional

Sociedad de cómplices, élite de corruptos

La red de la corrupción en que se encuentra enmarañada la sociedad venezolana es tan intrincada, tan profunda y tan inasible, que es casi imposible detectar su historia: ¿cuándo comienza, cuándo y cómo se desarrolla, cuándo termina este carnaval de desafueros, crímenes y corruptelas?

Si en lugar de practicar el culto a Bolívar Venezuela hubiera decidido tempranamente practicar el culto a la decencia, posiblemente no habría una historia de la corrupción: habría varias. Aunque posiblemente al precio de la inmovilidad de la Provincia y la inexistencia de la República. Pues creer que la corrupción, congénita al ejercicio de cargos públicos, nace y se desarrolla en Venezuela al calor de la riqueza petrolera que irrumpe hace un siglo, es tomar el rábano por las hojas. Y así nos incomode: sin la corrupción de ofertas de tierras, carrera de armas, ascenso social y prebendas al por mayor, puestas sobre el tapete del juego independentista por el propio Simón Bolívar, no hubiera obtenido el respaldo en hombres necesario para cumplir sus ambiciones. La Independencia fue, de alguna extraña manera, la fiebre de ambiciones y arribismos que permitió en el primer cuarto de siglo 19 el batido de clases sociales e intereses que dio forma a lo que llegaría a ser, con el paso de dos siglos, la Venezuela de Hugo Rafael Chávez Frías. Aunque Ud. no lo crea.

De Páez y los Monagas a los Guzmán, los Blanco y los Crespo, la clase dominante venezolana se forja de la sustancia mercenaria de los campos de batalla. No es distinto el origen de las aristocracias europeas pues, como lo advirtiera Voltaire, detrás de todo monarca europeo dormía un «soldier of fortune», un mercenario asesino. Pero el que duerme tras de la clase dominante venezolana no sólo es reciente: se recicla periódica, sistemática, concienzudamente.

La espada y la lengua de Chávez, al auxilio de la apropiación del Estado, el discurso independentista y bolivariano y el saqueo mercenario de los insólitos recursos petroleros acaban de dar nacimiento a la última burguesía nacional: la llamada boliburguesía. Pobres de solemnidad tan “pat’en el suelo” como Joaquín Crespo, cuando fuera reclutado aún adolescente por Guzmán Blanco, se han hecho multimillonarios en un suspiro. Con una brutal diferencia: Diosdado Cabello y los suyos no han cimentado sus riquezas en los campos de batalla, sino en lo callejones prostibularios del poder público.

Y ni siquiera con el recato de la discreción: ante nuestros ojos, ni siquiera asombrados pues ya están habituados al crimen de Estado, emporios mediáticos han cambiado de dueños, bancos han sido fundados o transferidos, compañías de seguro han visto la luz y empresas han sido montadas sin que en todas esas operaciones haya mediado un solo esfuerzo de enriquecimiento objetivo. Saqueo puro y simple, al mejor estilo de la acumulación primitiva de capital, de manera filibustera, piratesca, delincuencial.

Los mismos que denunciaran un similar proceso de enriquecimiento por vía del apoderamiento de las palancas del Estado hace poco menos de medio siglo, los redactores de LOS DOCE APÓSTOLES, sirvieron posiblemente sin quererlo pero con el mayor entusiasmo al reciclaje del mecanismo de conformación de las élites políticas y económicas – siempre de la mano – que viene actuando en Venezuela desde la Independencia. No es Bolívar el padre de los mecanismos de refundación sistémica de la República: es Antonio Leocadio Guzmán. Cuyo hijo, Antonio Guzmán Blanco, “el Ilustre Americano”, fuera el primer político en embolsillarse una multimillonaria comisión por un empréstito londinense que lo convirtiera en el latinoamericano más rico de los salones franceses.

Luis Ugalde recuerda la afirmación de Gonzalo Barrios, según el cual no había razón valedera alguna para no robarse los dineros públicos en Venezuela, pues quien lo hiciera podía contar con la impunidad más absoluta. Y para robar, sobraba. Recién llegado pregunté por las diferencias entre AD y COPEI y la respuesta fue: “los adecos roban, pero dejan robar. Los copeyanos quieren robar ellos solos”. Falacia o no, lo cierto es que el robo ha sido consustancial al ejercicio del poder público en Venezuela. Y de que todas las riquezas, posiblemente sin excepción ninguna, se han fraguado al calor de la complicidad, la alcahuetería y los dispendios del poder político.

Mal de muchos, dice el refrán, consuelo de tontos. Lo asombroso es la dimensión estratosférica de la corrupción y la inmoralidad de un gobierno en manos de un hombre de oscura proveniencia, evidentemente puesto por y al servicio de la tiranía castrista y las insólitas riquezas de que hacen gala unos soldadotes hasta ayer muertos de hambre, que hoy compran canales y periódicos por sumas estrafalarias. Y nadie dice nada. La ilegitimidad, el saqueo y la estafa campean por sus fueros y hasta cuentan con el descaro de un respaldo popular de los más hambrientos, los más miserables y los más marginados. Carne de cañón de los guerreros del hampa.

Una imagen digna de las tribus de la África proveedora de esclavos. ¿Será el factor determinante de tanta incuria? Saberlo nos podría dar un suspiro de esperanza.

 

 

 

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