Opinión Nacional

Socialismo, ¿para siempre?

José Luis Merino es la cabeza ideológica más notable del FMLN salvadoreño. Es importante citarlo porque su partido, que es el de los comunistas, puede ganar las
próximas elecciones presidenciales convocadas para el próximo 15 de marzo.

Hace un par de años, en una entrevista periodística franca y brava, Merino explicó que el socialismo del siglo XXI tenía vocación de permanencia. Esto fue lo que dijo cuando le preguntaron si en los planes del FMLN estaba llegar al poder para alternarse en
él: «No. Nosotros no somos alternancia, somos alternativa. Es llegar al poder, conquistar a la nación entera y que esa forma de gobierno no cambie.

Por supuesto no
con las bayonetas, ni con persecución. Hay ejemplos, como Venezuela, que es nuestro modelo».

Es cierto. Perder las elecciones y entregar el poder a un nuevo gobierno y a un nuevo partido es una costumbre curiosa de las democracias occidentales que bordea la
ordinariez ideológica. El »socialismo del siglo XXI» no es una variedad teórica del modelo occidental sino un método de gobierno encaminado a construir sociedades
verticales y autoritarias en las que desaparecen los esquemas republicanos clásicos de balance de poderes, protección de los derechos individuales y partidos que
compiten por el favor popular para ocupar la casa de gobierno y administrar el espacio público con arreglo a las leyes. Para Merino, como para Evo Morales, Hugo
Chávez, Rafael Correa y Daniel Ortega, cuando se gana las elecciones no se recibe un mandato del pueblo para llevar adelante un programa de gobierno, sino se
legitima la autoridad del gobernante para mandar y guiar al pueblo de acuerdo con el sabio e infalible criterio de líder iluminado.

Por eso es vital la consulta venezolana del 15 de febrero próximo. Chávez trata de legitimar la reelección indefinida. Si perdiera, su mandato terminaba a principios de
2013 y presumiblemente un candidato de la oposición lo sustituiría y comenzaría el desmantelamiento de su disparatada forma de gobierno. Tarea, por cierto, muy
difícil, dado el nivel de control institucional logrado por el chavismo a lo largo de la década pasada, periodo en el que el pintoresco teniente coronel se apoderó y colocó
a su servicio a casi todos los órganos de gobierno, convirtió la hacienda pública en una caja chica para comprar conciencias, e hizo crecer el peso del Estado hasta un
porcentaje insoportable del PIB nacional.

¿Permitirá Chávez que ese absurdo desbarajuste, al que llama, pomposamente, »revolución bolivariana» sea liquidado sin gloria ni lucha en una consulta popular
democrática? Francamente, no lo creo. Mi impresión es que, antes de los comicios, hará cuanta jugada sucia esté al alcance de su partido para impedir el triunfo de la
oposición. Pero, una vez llegado el conteo de los votos, si las urnas le son adversas, Chávez recurrirá a cualquier trampa, por burda que sea, con tal de permanecer en
el poder. Esas obscenas imágenes del jefe de la policía de Caracas fabricando cócteles Molotov para incriminar a los estudiantes de la oposición y encarcelarlos por
terroristas, grabadas subrepticiamente y exhibidas en todo el mundo, no dejan lugar a dudas: Chávez está dispuesto a todo.

Además, los chavistas han comprobado que no pagan por eso el menor precio político. En Nicaragua, el gobierno de Daniel Ortega, el más débil de los eslabones del
»socialismo del siglo XXI», se robó descaradamente los resultados de las elecciones de noviembre pasado, y no ocurrió absolutamente nada. La OEA miró en otra
dirección, todas las naciones ignoraron la Carta Democrática firmada en Lima el 11 de septiembre de 2001, y poco después los gobernantes de toda América Latina,
vulnerando los principios del Grupo de Río, se reunieron en Sauipe bajo la inescrupulosa hospitalidad de Lula da Silva, para acelerar el proceso de unificación del
continente y consagrar, de paso, el liderazgo de un Brasil »pragmático» y amoral al que le tiene sin cuidado el respeto por los derechos humanos o las libertades
fundamentales.

¿Qué deben hacer los demócratas venezolanos (y los bolivianos, los ecuatorianos, los nicaragüenses y, próximamente, los salvadoreños) ante un adversario que no cree
en la democracia como un fin, sino como un medio de destruir el sistema republicano y el modelo económico fundado en el mercado y la propiedad privada? Sin duda,
y pese a todo, salir a votar y aprovechar todos los espacios que los enemigos de la libertad no consigan ocupar. Si la URSS y sus satélites, que eran inmensamente más
fuertes y organizados que estos descendientes de pacotilla, tarados por la retórica tercermundista, se hundieron bajo el peso de sus errores, a los chavistas de todas las
latitudes no les irá mejor. Es sólo cuestión de tiempo, valor y resistencia.

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