Socialismo auténtico es libertad
Los neoconservadores (o “neoliberales”) de nuestro país coinciden con los estalinistas y castristas en la tendenciosa y falsa idea de que el término “socialismo” designa específica y exclusivamente al modelo comunista (colectivista autoritario) que existía en la URSS y aún se mantiene en Cuba y Corea del Norte. Esa mentira sirve a éstos para tratar de dignificar las tiranías fracasadas, y a aquellos para desprestigiar a los auténticos proyectos socialistas que combinan la justicia social con la libertad democrática.
Los norteamericanos son, en ese sentido, más cultos y mejor informados que los plumarios de la derecha venezolana. En las calles de Nueva York, Boston o San Francisco, cualquier transeúnte sabía, en los tiempos de la Guerra Fría, que “communism” y “socialism” eran dos cosas bien distintas: el primero regía en Moscú y constituía el “imperio del mal”, en tanto que el segundo era el sistema aplicado en Suecia, Noruega, Inglaterra e Israel por sus respectivos socialdemócratas o laboristas.
A mí, personalmente, la diferencia me la explicó un judío alemán que para 1945 cultivaba hortalizas al sur de Chacao cerca de la orilla del Guaire. A partir de entonces, durante toda mi vida he sido socialista democrático y espero seguir siéndolo hasta la hora de mi muerte. Mis persistentes lecturas de las obras completas de Marx y Engels (41 tomos en su edición alemana) me han convencido de que también esos notables científicos sociales y dirigentes del movimiento obrero eran, esencialmente, socialistas democráticos cuyo sucesor legítimo no fue Lenin sino el “renegado” Kautsky.
Los mencionados pensadores clásicos jamás diseñaron ninguna fórmula precisa para una sociedad poscapitalista, sino siempre insistieron en que el futuro sería obra de la “vida” y no de esquemas teóricos. Para ellos –como para la izquierda democrática del tiempo presente- el socialismo no es un modelo “ready-made” sino que es una dirección o tendencia posible hacia un futuro mundo de gran potencialidad productiva y madurez democrática, donde la equidad social y la vocación de servicio prevalezcan sobre el afán de lucro.
Al mismo tiempo, estos viejos maestros de la clase trabajadora fueron constantes e implacables en su rechazo a cualquier tipo de autocracia o elitismo, tanto en la sociedad burguesa como en el seno mismo del movimiento obrero o popular. A medida que pasaban los años, Marx y Engels cada vez más veían al socialismo como continuación y perfeccionamiento (y no como negación) del liberalismo político. Aspiraban a que la humanidad trabajadora se autogobernara y evolucionara hacia el “reino de la libertad” sin sometimiento, ni siquiera transitorio, a “vanguardias” u “hombres providenciales”. Para ellos, un Stalin, un Castro o cualquier caudillo militarista y populista del tiempo presente hubieran sido figuras incompatibles con un proyecto auténticamente socialista, que por definición requiere el máximo grado de libertad democrática.