Sobre la propiedad
El señor El Troudi, autor del libro La Política Económica Bolivariana, escribe en su libro, según lo recogido por un portal de noticias que «Tienen que emerger como nuevos agentes económicos las empresas de propiedad comunal, las cooperativas, entre otras, que actúen bajo relaciones de producción basadas en el socialismo, porque no es bienvenida en este gobierno la propiedad productiva monopólica, oligopólica que explota a los trabajadores, deteriora el ambiente, acapara, especula y que solo se plantea una lógica de apropiación de excedentes para su beneficio particular».
Esta aseveración y muchas otras provenientes de altos dirigentes del gobierno hacen ver la falsa dicotomía de que las únicas formas de propiedad son la privada monopólica y la estatal samaritana. La propiedad privada la hacen ver como satánica por definición y la estatal la presentan como sinónima del bien común. Y la realidad es que ni la propiedad privada tiene que ser monopólica ni satánica ni la estatal siempre trabaja en beneficio del bien común. Muchas veces en la práctica vemos monopolios privados que trabajan más por el bien común que las organizaciones samaritanas. Y también vemos que la mayoría de las veces las empresas del Estado trabajan más como monopolios privados saqueados por los funcionarios públicos que con arrogancia no atienden a las necesidades de los ciudadanos, sino que se las arreglan para que el Ejecutivo reponga con ingresos petroleros las pérdidas que dejan.
Este mismo falso silogismo recae sobre la llamada propiedad cooperativista. Los cooperativistas, cuando son determinados desde el Estado, se comportan igual que los funcionarios públicos que actúan en una forma totalmente individualista y se apropian de lo que le pertenece al colectivo. Las cooperativas solo funcionan cuando son formadas por la voluntad libre entre personas que comparten una misión de servicio, que nace de vocaciones propias y que deciden dedicar juntos horas de trabajo y riesgo mancomunados. De otro modo, impulsadas como proyecto de gobierno, estas cooperativas no funcionan.
Igual ocurre con las empresas de producción social. Estas empresas se supone que deben dedicar parte de sus utilidades para mejorar las comunidades donde trabajan. Pero ese concepto es redundante con lo que se supone que debe hacer el Estado con los impuestos que las empresas deben pagar y, además, desvía el rumbo y descuida la elaboración de cada vez mejores productos por parte de esas empresas.
Lo curioso del asunto es que los funcionarios públicos del gobierno ni sus intelectuales se han dado cuenta que existe un mejor tipo de propiedad que la estatal, que la monopólica privada, que la cooperativista y que la de producción social. No se han dado cuenta de cómo ha evolucionado la propiedad privada en la modernidad. Hoy por hoy casi ninguna de las gigantes empresas del mundo son monopolios ni tienen un solo dueño. Y estas empresas son propiedad de centenares de millones de personas alrededor del mundo que compran acciones en los mercados de valores. Centenares de miles de personas a través de cajas de ahorro de distintas ciudades del mundo, ahora son dueños de las mayores empresas del mundo. Los mercados de valores tienen sus fallas, pero bien regulados son la más eficiente forma de propiedad desarrollada en el mundo.