Opinión Nacional

Sobre el terrorismo de Estado

A la sombra trabaja sólo el crimen. Frase sobada en las antologías de textos bolivarianos. Así trabajó el crimen organizado desde arriba. Los cadáveres, torturados, con múltiples heridas de arma de fuego, amarrados y encapuchados, de tres hombres jóvenes y una muchacha; y, luego, la milagrosa supervivencia de una joven con el cráneo destrozado que genera, buscando su eliminación, una operación comando en el centro asistencial donde fue trasladada, nos indica que el gangsterismo político, con instigación oficial se ha desatado. Ruta peligrosa. Camino sin retorno de quienes se consideran amparados por la impunidad. Ruta del crimen que confía en la complicidad, por acción u omisión, del resto de las instancias públicas. El poder delincuente garantizando a su longa manus de operatividad criminal, la ejecución (sin consecuencias molestas para los ejecutores) de los deseos del líder. Barranco sin fondo. Coros de silencio en la Fiscalía y la Defensoría. Los tres jóvenes muertos resultan ser soldados disidentes de Altamira; y ellos y, posiblemente, la muchacha también asesinada, testigos importantes del atentado criminal del 6 de diciembre, que hasta ahora sólo tiene un detenido confeso: aquel defendido públicamente por Chávez –el Sr. Joao-, cuyos nexos con Bernal tienen, en las horas previas a los asesinatos de diciembre, evidencia fílmica.

El 18 de febrero, al mediodía, ya los hechos eran conocidos. El Mundo dio cuenta de ellos en su edición vespertina. Faltaba, aún, por escenificarse la macabra y rocambolesca escena de agentes de seguridad del Estado y de círculos terroristas vinculados al régimen, en centros de salud y departamentos policiales del extremo este de la ciudad capital. La participación directa de funcionarios de la Policía Científica (mejor conocida con su antiguo nombre: PTJ) en un “operativo” para la eliminación, en un hospital, de supervivientes incómodos (la chapuza llegó al extremo de abalear el vehículo de unos médicos, hiriendo de consideración a dos galenos, limitándose luego a decir que había sido “una equivocación”) junto a las brigadas terroristas vinculadas al gobierno, encabezadas directamente por la tristemente famosa Lina Ron y, según la prensa, por su “acompañante sentimental” (¡?), da a los asesinatos conocidos en la tarde del martes, un contorno tal que no puede menos que ser llamado terrorismo de Estado. La ex Presidenta de la Corte Suprema de Justicia, Cecilia Sosa, no vaciló en calificarlo así esa misma noche en TV, en el programa de Leopoldo Castillo.

Frente a tales hechos, muchos callan y otros se ven privados por una impotente indignación. Frente a esos crímenes es necesario, sin embargo, hablar en alta voz. Condenarlos sin ningún tipo de dudas. Señalar la cobardía cínica que supone suscribir, por parte de los representantes del gobierno, una declaración contra la violencia y el terrorismo en la famosa Mesa de Negociación y Acuerdos mientras sale a la luz pública, el mismo día, la fechoría asesina de agentes gubernamentales (descubiertos o encubiertos). Sepa el régimen que no logrará consolidar su voluntad de poder con una ambigüedad moral que resulta pestilente al olfato normal. Quienes se consideran impunes y todopoderosos piensan que pueden permitirse hasta el crimen. Con su lógica enferma piensan que el terror absoluto es el instrumento del poder absoluto. ¡Cuidado!. Cuando se ve en el terror asesino una fuerza de purificación revolucionaria, el poder terrorista se hace prisionero de su misma forma de dominación. Una vez que desde el Estado se decide transitar por el camino del crimen y el terror no es posible la vuelta atrás. Sobre eso teorizaba, cuando se decía defensor de los derechos humanos, José Vicente Rangel. El terrorismo es un incendio que envuelve al incendiario. Quien intenta devolverse de él, es arrastrado, hundido, aniquilado por un nihilismo que se sublima. La exaltación como virtud revolucionaria de la radical inhumanidad, sustituye, entonces, la opción moral por una abyecta voluntad de poder absoluto. Eso, históricamente, puede verse teorizado en (%=Link(«http://plato.stanford.edu/entries/nietzsche/»,»Nietzsche»)%) y practicado en Stalin o Fidel Castro. Es la política de los monstruos. Es el asesinato selectivo. Es el terrorismo de Estado. El terrorismo que arrastra hacia el abismo a aquellos mismos que juegan a manejarlo utilitariamente. Y entonces (deliberadamente, por parte del terrorismo de Estado) la racionalidad política se esfuma y el juego se decide en ver quien es más rápido y eficaz con la violencia.

¿Vale la pena, Sr. Gaviria, dejar que se sigan burlando de Ud. y de todo el mundo de esta manera?

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