Sísifo
El poder absoluto ejercido sin frenos ni límites provoca que se develen las
mayores bajezas y miserias en quienes lo ejercen; pero relajados como están
y seguros de sus fortalezas, pueden destinar parte de su tiempo a pensar, a
maquinar, a planificar con detenimiento e inteligencia las maneras más
eficientes de anular al enemigo. Si esos poderosos pretenden fungir de
demócratas, tendrán que esforzarse en ser tan sutiles y tan creativos que
puedan atropellar sin que parezca que atropellan; abusar como si sus abusos
fuesen la cosa más normal; robar sin que nadie pueda imputarles delito
alguno.
Cosa terrible cuando el poder amenaza con escaparse de las manos; porque
sumado a la sensación de pérdida que esa circunstancia produce a cualquier
persona normal, está el miedo espantoso a la vendetta pública. Y bajo esas
condiciones de miedo se suelen cometer las mayores estupideces. Es un miedo
que ciega, que embrutece y que hace evaporar el sentido del ridículo. Tal le
ocurre a nuestro prerrevocado Comandante en Jefe y a su piara revolucionaria
La redacción de la pregunta que se hará a los votantes el 15 de agosto es
la muestra más patente y patética de esa brutalidad y ceguera. Porque es la
evidencia del profundo desprecio que Chávez siente por esa masa popular
hipnotizada que lo respalda, a pesar de los cinco años de desafueros y de
destrucción nacional.
Es evidente que la pregunta ha sido concebida como una añagaza, como un
peine para que lo pisen no sus adversarios que bien claros y definidos están
sino aquellos de sus adeptos que pudiesen abrigar dudas o estar sufriendo
alguna decepción. Un psiquiatra que no fuera el descalificado doctor Jorge
Rodríguez, podría interpretar este resbalón semántico como la confesión de
un auto desprecio o de una autoestima muy limitada en nuestro cuasi revocado
Presidente. Consciente de su escasa valía personal supone que sus seguidores
son personas sin seso ni entendederas; personas que no lograron superar la
edad mental de un niño de kindergarten y por lo tanto hay que procurar
engañarlos o confundirlos como se haría con ese niño. La pregunta no ha sido
elaborada pues pensando en los opositores y menos aún en gente con alguna
capacidad de razonar, sino en esos tontos que no se dan cuenta de cómo soy y
siguen aferrados a mí.
La pregunta ha dado lugar a otras interpretaciones, una de ellas es que los
chavistas del Tribunal Supremo en concordancia plena con los chavistas del
CNE, han labrado el camino para que Chávez pueda ser candidato en 2006. Esto
que sería un reconocimiento tácito de la revocatoria en puertas, también
presupone la imbecilidad -ya no de ese veinte o treinta por ciento de
chavistas contumaces- sino de los actuales opositores que tras año y medio
de gobierno de transición estarían añorando el bienestar general, la paz
social, el desarrollo económico, el pleno empleo, el Estado de Derecho, la
pulcritud administrativa, la seguridad personal y ciudadana, el ornato
público, el magnífico estado de las calles y por sobre todas las cosas, las
deliciosas y divertidas cadenas radiotelevisivas que nos prodigó durante
cinco años el hijo ilustre de Sabaneta. Caramba, se dirán los magistrados y
rectores: ¿Si Fujimori es otra vez popular en Perú por qué no Chávez aquí?
Lo que olvidan es que en medio de todos los crímenes, iniquidades y
vagabunderías de su gobierno, Fujimori produjo algunos resultados: liquidó
el terrorismo de Sendero Luminoso y la hiperinflación que arruinaba a ese
país. ¿Tiene Chávez algún logro que pueda equipararse? Apuestan entonces a
sus dotes de hipnotizador de multitudes con su verbo de plañidero hipócrita
y de fanfarrón de botiquín.
Pero no hay que distraerse con lo que pueda suceder en 2006, nuestro reto es
el 15 de agosto y aunque hay razones para el más racional optimismo, no hay
que llamarse a engaño frente a la calaña de adversarios que enfrentamos. Lo
que nos tocará vivir y padecer no será fácil; quizá como Sísifo nos veamos
obligados a subir y bajar una y cien veces una montaña cargando una pesada
roca. Albert Camus, impresionado por esta figura de la mitología griega,
escribió: “Los dioses habían condenado a Sísifo a empujar sin cesar una roca
hasta la cima de una montaña desde donde volvería a caer por su propio peso.
Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el
trabajo inútil y sin esperanza….Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que
niega a los dioses y levanta las rocas. Cada uno de los granos de esta
piedra, cada trozo de mineral de esta montaña llena de oscuridad, forma por
si solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para
llenar un corazón de hombre. ¡Hay que imaginarse a Sísifo dichoso!”.