¿Será que somos?
Dicen que en Venezuela se ha descubierto una distancia. Espacio de incomprensión y dudas. Herida sin sutura. Tiempo de desencuentro; de exilio. Hundimiento de una brújula que no se encuentra, y así vamos. Titanic sordo. Radares oxidados con los que perseguimos, sin encontrar, la realidad que es de otra dimensión.
Recurrente ha sido, como la de hoy, la reflexión sobre lo que hemos sido, somos y podemos llegar a ser. Pasado, presente y futuro como fantasmas ciegos en una casa desvencijada. Almas en pena. Literatura.
En la historiografía venezolana encontramos múltiples acercamientos a una definición de la venezolaneidad. Desde Colón hasta nuestros días. Antes también. Los petroglifos. La mirada del otro o del próximo, que no ajeno, o del propio, han osado descubrir los misterios que se esconden en estas tierras y su gente. Bolívar, por ejemplo, se decidía por la dictadura. Miranda, prócer de la libertad, muerto en jaula, decía de nosotros “bochinche, puro bochinche”. Los positivistas decretaban la necesidad de un gendarme. Uslar Pietri, nos hablaba de una “Nación fingida”; Cabrujas nos miraba como teatralidad idealizada; Armando Reverón, la luz. Jesús Soto, el movimiento. Francisco Narváez, la levedad. Ramos Sucre, el insomnio. Teresa de la Parra, el distanciamiento.
Sé que es útil, como terapia para la inteligencia, abrir geografías para la búsqueda. De allí que propongamos una lista, incompleta claro, de posibilidades, conjeturas, interrogantes, tensión, que permita un ejercicio de redefinición del nosotros. Claro que toda definición es caricatura. Riesgo asumido.
Así entonces, ¿será que somos más potencia que acto; brinco que paso; cuento que novela; sol que luz; agua que honestos; limpios que sanos; agua que lluvia; tropiezo que lección; frontera que cielo; luz que mirada; forma que síntesis; oscuros que lúcidos; débiles que elásticos; grandes que sencillos?
¿Será que somos más signo que palabra; bulla que poema; rocola que beso; serenata que novia; instinto que alma; sobre que carta; afuera que adentro; agua que pez; reloj que tiempo; destino que rumbo; sobra que falta; cuadro que pintura; geografía que gente; antorcha que fuego; cruces que Cristo?
¿Será que somos más olvido que recuerdo; continente que contenido; pan que hambre; fruto que semilla; seso que sexo; movimiento que reposo; menos que más; abundante que sabroso; periódico que huella; ventana que puerta; mineral que tierra; mano que pié?
¿Será que somos más arrebato que fuerza; color que retina; naves que viento; pesadilla que sueño; llenos que satisfechos?
¿Será que somos más yo que tú; nosotros que ellos; calle que surco; fastidio que cansancio; pié que paso; ruido que oreja; defecto que exceso; mudanza que viaje; burla que gracia; reverencia que respeto; letra que número; punto que coma; huérfanos que pobres?
Palabras que juegan. No juzgan el delgado espejo en el que nos miramos a veces de espalda. Interrogantes de la inocencia. Formuladas no para la respuesta de concurso sino para el distanciamiento existente. No quieren decir que el + o el – tengan una carga valorativa en que el mayor sea mejor que el menor. Tensión provocativa donde el escoger, rechazar o mutar, si se asume el juego, abre el diálogo sobre nosotros mismos.