Ser preciso, conciso y macizo
Son tres atributos que poseen los buenos estudiantes y lo demuestran al dar respuestas a las preguntas formuladas por sus profesores en exámenes escritos u orales; también los poseen y revelan los buenos gerentes de empresas al presentar sus informes de gestión ante los accionistas; y los aflora también el icono del éxito financiero, Donald Trump, al momento de decidir si deja o despide a un participante en su programa “El Aprendiz”…
Ser hablador. Es una característica que poseen personajes como Saúl Zuratas, el temático “Mascarita” de la obra de Mario Vargas Llosa, al igual que su lorito Gregorio Samsa; también la poseen algunos personajes que salen en televisión y que por no tener claro que para lograr una frase entera y bien dicha se necesita sujeto, verbo y predicado, tan pronto agarran un micrófono lanzan un cargamento de palabras amontonadas que causan en los oyentes una enredadera como la que nos producía Mario Moreno con sus lenguaradas, o como la que le producía el mismo temático “Mascarita” al recién laureado nobel de literatura, quien confiesa en su libro “Yo lo escuchaba y hacía el simulacro de interesarme por sus palabras. Pero, mas bien, pensaba en su lunar”…
Entre hacedores y habladores. Todos los días nos encontramos con algunos de estos personajes y queriendo, o sin querer, nos unimos aunque sea temporalmente a uno u otro, sabiendo o sin saber el por qué. Bien, porque somos astutos, ignorantes, fulleros o guabinosos, o bien porque somos éticos o personas de palabra, terminamos finalmente unidos a quien mas se nos asemeja. El psiquiatra Manuel Barroso en su libro “Autoestima del venezolano” nos habla de este manguareo “El venezolano, como persona, ha perdido claridad consigo mismo, no sabe quién es y qué quiere. El venezolano no está claro con sus necesidades, malbarata su potencial, carece de objetivos y anda al garete sin valores”…
Entre precisos e imprecisos. A todos nos ha correspondido presenciar, escuchar, o ver a distancia presentaciones de personas que son precisas y otras que son imprecisas. La diferencia es abismal. El presentador preciso comunica un mensaje claro, mantiene la atención y el interés de la audiencia, utiliza las palabras necesarias, sin muchos gráficos ni exceso de tiempo, y se gana el respeto de la audiencia con buena ortografía y gramática en su presentación visual o escrita y con el tono de su voz si es oral; por lo general este tipo de expositor examina la actitud de la audiencia y es capaz de percibir bostezos, risas forzadas y aplausos de autómatas, y los evita; normalmente estructura su presentación en introducción, nudo y conclusión y cronometra el tiempo aceptable de atención que gira alrededor de una hora. El impreciso se confía en que él sabe hablar, no estructura su presentación, no le importa el tiempo que va a utilizar, la improvisación lo lleva a veces a abusar de la gesticulación y no le da pena utilizar muletillas ni el repetir una y otra vez lo mismo, porque el hablar lo engola, lo enaltece, lo fortifica, y por ello, cuando medimos su desempeño, nos encontramos con la confirmación indefectible del dicho “el que habla mucho, hace poco”…
Del dicho al hecho. Es perentorio acentuar nuestros niveles de exigencia ciudadana hacia nuestros líderes para acortar la brecha de lo que se promete con lo que se hace. Hemos venido aceptando como líderes a personas deseosas de figurar pero sin la preparación necesaria para los cargos que de manera espontanea les hemos dado; y por ello, los resultados de sus respectivas gestiones son los que son. Si a los nuevos aspirantes les advertimos que les vamos a exigir rendición de cuentas vinculadas con los objetivos, programas, proyectos, presupuestos formulados versus los ejecutados, con seguridad muchos dejaran el pelero y desaparecerán las reseñas como la que vimos en estos días: “Mas que una cuenta el funcionario presentó un largo cuento”…