Seis preguntas sobre democracia (y una modesta proposición)
Cordialmente dedicado
a Carlos Alberto Montaner,
Adolfo Rivero Caro,
y demás amigos cubanos
1. ¿Puede un liberal ser demócrata? Si por demócrata entendemos el excluir las vías violentas, sí, por supuesto. Pero en cuanto entramos a definir y precisar, surgen dificultades e incompatibilidades. En estos tiempos no creo que se pueda, ya que las izquierdas han pervertido el concepto de Democracia, hasta hacerlo equivaler impropiamente a sufragio activo universal y obligatorio. Y han pervertido además el concepto de Ley, que ahora equivale a cualquier mandato del legislador, por arbitrario que sea. Combinando ambas perversiones, las izquierdas han convertido la democracia en instrumento de dominación política y redistribución de ingresos, directo camino de servidumbre al socialismo. Hoy hay que elegir: ser liberal o ser demócrata.
Así piensan Hayek en «Camino de servidumbre», Jouvenel en «Sobre el Poder», y Schumpeter en «Capitalismo, socialismo y Democracia». (Y Tocqueville, Acton, y nuestro Ortega.) Y los socialistas no lo piensan ni lo dicen: lo hacen. A diario. En Cuba y Venezuela ya llegaron a la meta final; en otros países latinoamericanos están en camino, y cada vez más cerca.
Para que un liberal pueda ser otra vez demócrata, ha de remontarse antes en todo caso a las raíces mismas del liberalismo, y regresar al verdadero y original concepto de democracia, vigente desde el Israel bíblico y la remota Antigüedad clásica hasta el siglo XIX, pasando por la tan injustamente denostada Edad Media.
2. ¿Qué es democracia? En Democracia -acepción primigenia y liberal-, los principales cargos públicos están abiertos al mérito, y personas de todo origen y procedencia familiar y social pueden acceder a ellos, sin exclusiones caprichosas. Democracia significa inexistencia de restricciones arbitrarias al sufragio electoral pasivo: cualquiera puede ser elegido. Pero eso no significa que absolutamente todos los cargos públicos son de elección popular: en una democracia no lo son p. ej. los Ministros y empleados de la inmensa burocracia estatal, los policías, gendarmes (carabineros) y demás personal militar, ni los jueces y diplomáticos, todos funcionarios públicos propios; tampoco lo son las muchedumbres de docentes y personal médico a sueldo del Estado (funcionarios públicos impropios.) ¡O sea que la mayoría de los cargos públicos -propios o impropios- NO son de elección popular en las democracias! ¡Entonces elección popular y democracia no son términos sinónimos e intercanjeables!
En pocas palabras: Democracia no significa que todos votamos para Ministro, General del Ejército, Almirante o Juez de la Corte Suprema, sino que todos podemos alcanzar esos altos cargos ingresando a la respectiva carrera y reuniendo las calificaciones, sin importar nuestra procedencia social. Eso es Democracia. Otra cosa es República. Así como en una Democracia no hay restricciones arbitrarias al sufragio pasivo o derecho a ser elegido, en una República no las hay en principio al sufragio activo o derecho a elegir; la elección popular de los Magistrados, o al menos de muchos de ellos. Eso es República.
España, Inglaterra y Arabia Saudita no son Repúblicas sino Reinos, Monarquías hereditarias: no cualquiera puede ser Jefe de Estado sino el Rey; aunque de resto pueden ser o no democracias. De hecho son democracias los dos primeros; no así Arabia Saudita. Pero en ninguno de los tres países los ciudadanos votan para Jefe de Estado: el cargo no es de elección popular. Por eso ninguno es una República. Aunque República tampoco significa elección popular irrestricta (sufragio activo universal absoluto), porque normalmente no votan los residentes extranjeros, los condenados por ciertos delitos, y los niños y adolescentes (por ahora.)
En estos tópicos, ¡tremenda ignorancia y confusión hay en Latinoamérica, que las izquierdas aprovechan en su exclusivo beneficio!
3. ¿Hay restricciones razonablemente justificadas al derecho al voto universal? No hablamos de excluir del derecho al voto a los negros, a los indios, a los analfabetos. Ni a las mujeres, ni a los pobres, ni a los siervos o empleados en relación de subordinación, ni a los deudores. Nada de eso. (Aunque estas fueron algunas de las restricciones históricas impuestas al sufragio popular …)
Pero en el pasado hubo mucho pensamiento liberal consistente y crítico -p. ej. en los tratados de Derecho Constitucional del XIX europeo y estadounidense- que se hizo la pregunta por la justificación del sufragio activo sin restricciones en una República. Preveía que sin límite alguno, este principio conduciría a la perversión del republicanismo: la tiránica dictadura de las masas, a través de algún César encumbrado. Y el pensamiento liberal iluminista encontró la respuesta en otras bases racionales (no arbitrarias, no caprichosas ni prejuiciosas): en el inconciliable conflicto de intereses entre votar y ser funcionario, dependiente, contratista o beneficiario del Estado. Eso es sencillamente inmoral. Es ser juez y parte a un tiempo, cobrar y darse el vuelto. Por tanto, razones comprensibles justifican el excluir de la nómina electoral a quien recibe del Gobierno un sueldo o pensión, contrato, licencia, beneficio o dádiva.
Hablamos entonces de evitar un elector que vote sistemáticamente por quien le prometa conservar y aumentar su empleo o sinecura, u otorgárselo si no lo tiene aún; y de evitar un candidato propenso a este tipo de intercambios. Hablamos de clientelismo, antigua enfermedad política conocida y combatida en Grecia, que acabó con el Imperio Romano, y que arruinó a países otrora ricos, como la Inglaterra prethatcheriana. En su mayoría, las Constituciones de las colonias inglesas en América contemplaban esta decente y simple providencia que limitaba el sufragio activo.
En la América latina de hoy, sin mercados funcionando libremente, no hay expansión económica y creación de riqueza. No existen prácticamente oportunidades de buenos empleos privados. Y aunado a ello, el voto popular universal e ilimitado nos está matando. Nos conduce paso a paso aunque rápidamente al socialismo versión final. Y precisamente por el mismo camino que evitaba aquel mencionado criterio liberal restrictivo, fundado en razones morales: el conflicto de intereses.
En nuestros países, tan sabia prescripción jurídica -que puede ser legal o constitucional- limpiaría el padrón electoral, reduciendo su masa aproximadamente a la mitad de su cifra actual, y barrería con toda suerte de políticos clientelistas, cualquiera sea su excusa: el socialismo u otra. Y nos despejaría el camino a la solución del problema. Pero los actuales «liberales» no mencionan una palabra de este tema, y defienden a capa y espada la democracia en su pervertida noción corriente. Y cada vez más pervertida, a medida que engordan las nóminas estatales de toda suerte. Nos toca entonces a los liberales genuinos hacer la «modesta proposición». Si no, ¿quién la haría?
4. ¿Por qué los anticastristas llevan casi 50 años fracasando? Y eso que han sido apoyados por los Gobiernos de EEUU, y que han empleado absolutamente todos los métodos -incluso los más violentos- excepto uno sólo: el buen juicio. Y eso que el régimen castrista ha sufrido repetidamente calamidades económicas y crisis políticas, hostigamiento externo, peleas con la URSS, peleas internas, caídas de prestigio fuera y dentro del país, y otros muchos eventos de los cuales han esperado siempre los anticastristas el eternamente «inmediato» fin de la dictadura. Sin embargo, ahí tenemos los hechos.
Muchas razones explican este fracaso. Pero una hay de fondo y principal, de la cual las demás derivan: el miedo a la defensa frontal e integral del capitalismo liberal, con todas sus implicaciones, tanto las clara y evidentemente buenas, p. ej. crecimiento económico para todos, como las aparentemente malas -o definitivamente malas para algunos-, p. ej. la democracia limitada.
La primera regla básica de la política dice que cuando un Gobierno es malo, la oposición debe ser mejor; y demostrarlo. Y la segunda dice que Ud. no tiene que demostrar solamente lo malo que tiene su contrario, sino lo bueno (o lo preferible), que tiene Ud.; y fundamentarlo. Y hablando en general, el anticastrismo no le ha mostrado al pueblo cubano el camino a la prosperidad y al bienestar, que es el Gobierno limitado en un contexto de libre mercado, nada menos que Consejo de Dios a las Naciones según la Biblia rectamente interpretada. Tal vez en el fondo esa oposición contra Castro es presa de la misma mentalidad anticapitalista que aqueja a los hermanos Fidel y Raúl … y a la inmensa mayoría de la gente en Cuba y en el subcontinente, hechizada por un discurso que es nada más el eco de los ancestrales sentimientos de envidia a la riqueza y odio al rico, muchas veces pregonado por un cristianismo pésimamente entendido.
En su mayoría el anticastrismo se define así, más anti que pro. Y para colmo «anticastrista», ni siquiera anticomunista. ¡Y el colmo de los colmos: la oposición cubana se deja llamar «disidencia»! Acepta el apelativo, de sumiso estilo soviético tipo ’70 y ’80. Y no cesa de «mostrar las heridas» ante los medios masivos de comunicación, estrategia casi única, a la que son tan afectos sus dirigentes.
Y su defensa de ideas se limita a la democracia; y a veces ni eso siquiera: a los «Derechos Humanos» solamente. Parece que el anticastrismo quiere una especie de socialismo «blando», democrático y sin Castro; alternativa ante la cual mucho cubano y cubana de a pie parece preferir el socialismo castrista, que ve como más duro y efectivo, asumiendo que socialismo es algo bueno. Y que absolutamente todos están de acuerdo en la «justicia social», el igualitarismo y otros postulados básicos del socialismo, «light» o regular.
Pero todo en medio de esa gran vaguedad conceptual -mal encubierta en pura retórica- que aqueja a tanto exponente del anticastrismo: sin definiciones claras, sin precisiones ni ajustes semánticos, ni mucho menos cuestionamientos. ¿Democracia? Puede ser cualquier cosa; incluso socialismo. ¿Y Liberalismo? Idem: cualquier cosa, lo mismo da. El «pensamiento blando».
5. ¿Nos espera a los venezolanos la misma suerte de los cubanos? Es mi temor que sí -motivo de mis preguntas y comentarios-, porque el chavismo se asemeja al castrismo como una gota de agua a la siguiente, pero también así se parece el antichavismo al anticastrismo. Idéntica respuesta en ambos casos, parece haberse convertido ya en un reflejo condicionado. De este modo Chávez nos terminará enterrando a todos, después de enterrar a Castro -con todos los muy altísimos honores- en La Habana.
6. ¿Es indetenible a la «marea roja» en América latina? En otras palabras: ¿Qué la impulsa? Pues el «pensamiento blando», que le suministra esas vaguedades que la movilizan, tipo «justicia social», «democracia participativa», y todas las más recientes insensateces de la «política correcta» que difunden las Agencias de la ONU y otras burocracias internacionales. Y el mismo «pensamiento blando» alimenta a la marea roja de muchas viejas y trágicas confusiones, p. ej. entre libertad y democracia, y entre democracia e igualdad.
Y si el «pensamiento blando» empuja la marea roja, por lógica es incapaz de detenerla. Pero ya sabemos que populismo mata lógica. Y sensatez.