¿Se puede hablar de crisis del sector eléctrico?
Hace unos días, confieso que un poco desesperado por la situación que veo a diario, hablaba con un amigo cercano al gobierno sobre la situación caótica en que se encuentra el sector eléctrico nacional. Trataba de alertarlo sobre el enorme deterioro en la calidad del servicio que se aprecia en casi toda nuestra geografía, con racionamientos y apagones diarios. Le advertía sobre las molestias que ya son apreciables en la población y que van a conducir a reclamos de calle, algunos de los cuales ya se están produciendo. También sobre las pérdidas económicas que sufren las empresas debido a las interrupciones imprevistas. Mi pretensión era hacerle ver la magnitud del problema y solicitar sus buenos oficios en virtud de su cercanía a las instancias de decisión.
Para mi sorpresa, ninguna de mis advertencias significó un aporte para él, no le dije nada nuevo, nada que él no supiera. Estaba perfectamente consciente de la situación que atravesamos y de sus potenciales consecuencias. Y aquí fue que me dijo unas palabras sabias: el problema no es del sector eléctrico sino del país, no pretenderás tener un sector eléctrico moderno y sólido en un país que se está cayendo a pedazos por todas partes.
Me dijo que los responsables en el Ministerio de Energía y Petróleo estaban conscientes de la situación, pero que las medidas para afrontar el problema estaban fuera de su alcance. Tomar medidas tarifarias para restituir la capacidad económica de las empresas estaba vetado; atacar los robos de energía, incrementados por el aumento de las invasiones ilegales, iba contra el espíritu de la revolución; combatir las sinvergüenzuras de los trabajadores de Cadafe, que avalan el fraude sobre la factura eléctrica, era un atentado a la cogestión y así, una por una, fue anulando todas las medidas que yo le proponía para enfrentar el problema.
De está forma me hizo reflexionar. Verdaderamente, el sector eléctrico no tiene ninguna crisis particular, es simplemente un reflejo de lo que está pasando en todo el país a escala global. Es el producto de una ideología revolucionaria que va cubriendo todos los espacios de la nación como una plaga de langostas sobre un terreno cultivado. Una ideología populista que, bajo la excusa de incluir a los excluidos, de atender a los abandonados, desprecia la gerencia y la capacidad. Una ideología que, a fuerza de implantar la responsabilidad social en el desempeño de las empresas públicas, les hace olvidar que su principal responsabilidad social es atender a la misión para la que fueron creadas.
Al final, la conversación con mi amigo resultó tranquilizadora para mí. Llegué a la conclusión de que el sector eléctrico se iba a pique pero no estaba en crisis, era el reflejo de un problema general, es todo el sector productivo público el que está en crisis y está haciendo agua por todos lados. Que el problema reviente por el sector eléctrico, el petrolero, el mantenimiento de la infraestructura vial, el trato a nuestros presidiarios, la basura, la educación o la salud, resultará simplemente un asunto del azar. Toda la gerencia pública está contagiada de un populismo devastador que la inmoviliza y la hace inútil, donde es mejor quedarse callado que proponer ideas porque te pueden acusar de contrarrevolucionario y execrarte. En ese ambiente no existe una crisis, sino los efectos del totalitarismo que ya nos han invadido.